La Legión desafía al tiempo en Málaga por el Cristo de la Buena Muerte

La mañana amaneció con un rayo de sol sobre el mar tras una noche de lluvias intensas, pero no había dudas en la Cofradía de Mena. La Legión iba a rendir culto al Cristo de la Buena Muerte de una forma u otra, bajo el sol o la lluvia. La previsión era seguir adelante. La Legión iba a volver a entregarse a su sagrado protector. Para eso desembarcó en el muelle 2 de Málaga sobre las 10.30 horas, cuando el cielo ofrecía claros esperanzadores.

Mientras tanto, los antiguos caballeros legionarios esperaban en las vallas, recordando el tiempo en los que lucían el «chapiri» –gorro legionario–. Veteranos uniformados o que sólo mostraban los tatuajes de un pasado glorioso marcado a tinta y sangre junto a hermanos, algunos desaparecidos. Licenciados de toda España que cada año llegan a Málaga sin importar distancias o temporales.

Llegaba el batallón a la plaza de Santo Domingo cuando cayeron las primeras gotas. La banda de guerra retumbaba bajo las oscuras nubes. A 160 pasos por minuto los legionarios formaban frente a la puerta de la capilla. El cornetín daba las órdenes, pero el chubasco no cesaba. Llovía por los municipios cercanos y la gente aguantaba gritando un «¡Viva la Legión!». Los paraguas aparecían ante las quejas de los que no veían y el Cristo asomó por la puerta de Santo Domingo.

Los banderines y estandartes estaban formados. El protector avanzó con paso seguro bajo la manta de agua. Sóno la Marcha Real anunciando que Dios estaba en la calle, sobre la Cruz de madera, sobre los hombros de los legionarios con paso marcial. Sin embargo, esta vez no hubo el habitual ritual. Los portadores lo llevaron directamente a la salón de tronos, ante la mirada de la Virgen de la Soledad, que lo veía refugiarse como a aquella fragata que guió con su luz cuando iba a zozobrar tras la batalla de Lepanto.

Con el Cristo salvado de las aguas que tanto amenazan al arte, la lluvia no impidió que la Legión proclamara su amor por la muerte. La banda tocó los primeros sones de «El novio de la muerte». Lo cantaban los soldados, pero también los retirados, sus mujeres, los hijos y hasta los niños. Se honraba una tradición arraigada al ADN desde Málaga de 1927. La lluvia no daba tregua, pero con el Señor esperando desde el interior de la cofradía causó estruendo el canto de aquellos que juran «morir en el combate, antes que vivir siendo un cobarde».

El toque de oración se hizo con el Cristo sobre su trono y la seata se le cantó desde la balconada de la casa hermandad. No fue el año del lucimiento, ni el de las personalidades. Esta vez no hubo ministros, ni despliegue de políticos, en parte por la petición de la propia cofradía de no usar el acto con fines electorales.