La flor de Solari se llama Vinicius

Solari puede prosperar en el Madrid a lomos de Vinicius. Subido literalmente en Vinicius como Mourinho sobre Callejón. Está bien que diga spotlight, y «doscojones», y que lea a Nietzsche. Bien. Pero todo eso con Vinicius. Entró el último para que ningún veterano pudiera quejarse y con su atrevimiento provocó el gol y cambió un partido que era lo mismo de siempre. Solo cambió él.

Vinicius cometió un acto revolucionario en tres tiempos: meterse en el área, regatear al rival y chutar. Algo escandaloso. En algunas culturas futbolísticas casi un desacato a la jerarquía tribal del vestuario.

Poca novedad en el once de Solari. Odriozola y Reguilón venían determinados por las bajas más que por la audacia del entrenador. Mismo sistema y mismos jugadores arriba. El mismo 4-3-3 que Modric y compañía han convertido en un monumento deportivo al aburrimiento y en un ballet de escaqueos. Con estos cambios (ninguno), no podía esperarse nada nuevo.

El Madrid si acaso (por sacar algo del intenso acto de observación) se juntó un poco. Estuvo más determinado en su recolocación en el campo, pero nada más. Recordó un mínimo orden perdido como si eso bastase. Solo hubo centros de Asensio, con un pase muy bueno inicial al desmarque de Benzema, y centros de Reguilón, que de lejos es una convincente mezcla transgénica de Nacho y Lucas.

Ni desbordes, ni regates, ni señal de vida o movimiento en la mediapunta. Otro primera parte atroz de Bale y Modric, salvándose Kroos quizás por esos pases en diagonal hacia el lateral derecho que nos embelesan por el residuo de catetez futbolística que albergamos.

El estadio estaba bajo sedación. El cambio de entrenador sirvió para que los futbolistas no se llevaran ni un silbido después de la fea derrota en Barcelona.

El Valladolid jugaba al ritmo lentísimo del Madrid. Orden defensivo y detalles de Toni Villa. En el Madrid: nuevo entrenador, viejo sopor. Centros desde fuera para el remate imposible de Benzema. Una posesión clorofórmica e inútil. Un bodrio como pocos.

Por un momento parecía que todo el estadio, césped incluido, iba a quedarse congelado en un “mannequin challenge”, pero pasada la media hora el Valladolid dio un paso al frente. Ocasión clara de Antoñito ante Courtois, otra de Villa y una clara de Ünal. Aparecían como jilgueros con colesterol los primeros silbidos para un Madrid que empezaba a perder el control del partido después de media hora de un fútbol falso y a la medida de Modric, Kroos y Bale, nulidades absolutas pero incuestionables.

Segunda parte

Al regresar solo hubo cambios de banda: Bale donde Asensio. Pero nada ocurrió. El partido era más o menos lo mismo con la excepción del incandescente minuto 55 en el que Casemiro tuvo varias ocasiones de gol él solo (gran parada de Masip). Al minuto siguiente, Solari lo quitó para poner a Isco.

El Madrid dominaba, y tenía un poco más de ritmo y también más sentido con él. Pulso en la mediapunta. Aunque dominar con Isco no es sinónimo de gol. «Dominar con Isco» es como «centrar a Benzema». Pero el Valladolid estaba en el partido. Tanto que desde fuera del área Toni Villa chutó al larguero. El segundo después del que había tenido Alcaraz minutos antes. Contra el criterio de todos los que estuviesen viendo el partido, Villa fue inmediatamente sustituido. Parece un jugador de los 90 y había sido lo más estimulante hasta el momento.

Los jugadores del Madrid le pedían ardor al público, invirtiendo quizás el orden de las cosas.

Solari cambió a Bale (pitado) por Lucas (aplaudido) y, respetadas todas las jerarquías, finalmente a Asensio (pitado también) por Vinicius. Tenía un cuarto de hora por delante.

Y en medio de un panorama comatoso tuvo un efecto. Vinicius pidió varios balones y no pasó nada salvo que los siguió pidiendo y en el 83, con todos parados, salió del pasmo y terror generales y decidió hacer algo que nadie hacía: encarar al rival, meterse en el área y chutar. El balón iba a Cuenca, pero dio en Olivas y acabó en gol. Un poco de su atrevimiento había hecho más que 80 minutos de tostón. A la flor se llega por Vinicius. La flor de Solari se llama Vinicius, que anima con su electricidad a un Frankenstein de candidatos a Balón de Oro.

¡Pobre Lopetegui, para siempre ya «El Hombre que no puso a Vinicius»!

El Madrid despertó en cinco minutos. Volvió la vida a las gradas y a las piernas. Benzema recibió, recortó y provoco un penalti. El publico pedía a Vinicius, pero eso hubiese sido populismo, así que lo tiró Ramos de panenka, porque para chulo, chulo mi… (terminen ustedes). Genio y figura. Era como rubricar el partido con una firma de autoridad, reestableciendo el escalafón y orden del vestuario. Pero todo eso, que sin duda es importante, ha de engancharse, como el carromato de un elenco inevitable de viejos actores, a la velocidad de Vinicius.