Feijóo, desde su escondite gallego: «Sobran machos alfa en la política»

A Feijóo se le derrite el gesto cuando habla de su hijo: Alberto, un año y siete meses, que tuvo a los 55 con la brillante ejecutiva Eva Cárdenas. También, cuando salimos a la plaza del Obradoiro, que es como el patio de su casa, frente al despacho ceremonial del pazo de Raxoi. Como en un teatro particular, aquí se mezcla con la gente, tan corriente, crisol de culturas este atrio monumental; saluda, se hace selfis y pregunta, curioso impenitente.

Alberto Núñez Feijóo nació en Os Peares, Ourense (10 de septiembre del 61), hijo de un obrero de la construcción en los embalses de los ríos Miño y Sil, que por tres veces atraviesan su pueblo, allá en la Ribeira Sacra, tierra de viñedos esforzados.

Nieto de Segundo, panadero de la aldea (lugar de O Mesón), y Eladia, ultramarinos y fonda, donde su padre paraba a comer y así enamoró a la hija de la posadera. Su infancia es el relato de un niño solitario, estudioso y poco hablador, atento siempre a sus mayores, de quienes aprendió el sentido de la vida. Escuchar es su vocación primaria y sus orígenes, el faro de su profesión en la gestión pública.

Entró en la política por la vía administrativa y con un ideario que no ha perdido, el de la libertad que retroalimenta la igualdad entre las personas (votó a Felipe González en el 82). A la Administración llegó a través de un examen que cambiaría su destino. Sólo dos meses llevaba estudiando para juez cuando la constructora donde trabajaba el padre echa el cierre. Con 23 años le tocó hacerse cargo de la familia.

Esperanza blanca del PP, el pasado verano renunció a unas primarias que habría ganado, y lo hizo con lágrimas en los ojos. Pero atrás ha quedado el verano y llega hoy con un bronceado nuevo, arroibado o tirando a rojizo en la piel y rubio en el cabello, de cuño celta. ¿Volvería a llorar?

¿Volvería a decir no, si Casado es procesado y el partido le llama a presidir?
Veo a Pablo (Casado) absolutamente seguro y tranquilo, y eso es lo que me transmite. No contemplo una sentencia en contra de sus intereses… [el viernes la Fiscalía del Supremo anunció que no le acusará], no me la imagino. Yo renuncié porque quiero acabar mi mandato como presidente de Galicia. La consecución de la única mayoría absoluta en España conllevaba este compromiso: primero Galicia y después, mi partido. Es verdad que durante unos 10 días valoré la posibilidad de dar el salto a presidir el partido, pero lamentablemente no puedo embarcarme en esa singladura: todo lo que soy en política se lo debo exclusivamente a los gallegos.

¿Qué ha hecho usted para ser considerado y reclamado como el hombre de la concordia, el encargado de reconciliar el partido en la convención de octubre? ¿Será capaz de frenar la derechización?
Es así porque después de Herrera (pronto a retirarse) soy el presidente autónomo con más experiencia en política y gestión de las Autonomías. Y en cuarto a la derechización, el partido no se ha movido del sitio donde estaba el mes de julio: el PP ocupa el gran espectro de centro, añádele si quieres de centro derecha, sin el cual no hubieran sido posibles estos 40 años de bienestar, concordia y mejora económica. Y nada ha cambiado en los últimos 60 días. Pero en mi país, a cualquier persona que discrepe de la izquierda automáticamente le acusan de alojarse en la extrema derecha.

¿Qué opinión le merece el abandono de Soraya y Cospedal en plena crisis?
La política tiene que ser una etapa en la vida: no creo en aquellos políticos que no tienen alternativa a la nómina de su cargo. Esto no es una profesión sino una vocación. La marcha de Soraya es una pérdida para la política española y, sin duda, para mi partido; pero hay que respetar las decisiones personales. Y sobre María Dolores te digo algo similar: ha abandonado el número dos del partido y es una diputada; veterana, pero una diputada.

¿Se irá usted también al terminar el mandato?
Hacer planes a dos años vista, con la política líquida en la que estamos viviendo, es un ejercicio de melancolía estéril al que no dedico ni medio minuto. Me quedan dos años como presidente de Galicia, trabajo y disfruto lo máximo que puedo de la capacidad de hacer realidad proyectos.
Presidente, a la dificultad de mantener la privacidad cuando uno se dedica a la función pública, ¿cómo soporta la omnipresencia de las redes sociales en su vida?
No me interesa esa política que gira alrededor de las redes: la respeto con bastante escepticismo y creo que puede ser una moda pasajera, porque la política es sinónimo de reflexión, estudio, prudencia y diálogo, y esto es incompatible con las RRSS. Tampoco cuento en ellas mis momentos personales: no recomiendo a nadie que vacíe su intimidad en ellas porque lo único que puede ocurrir es que se arrepienta en el futuro.

Una cámara inoportuna en el lugar inoportuno, ¿cuánto daño puede hacer?
Me molestaba más antes, aunque sigo sin entender que si alguien quiere una foto tenga que robarla. Pero vivimos en una caja de cristal global donde las posibilidades de intimidad son mínimas.

¿Le agobia?
Es una de las partes de mi trabajo que menos me gusta.

Dígame, ¿el secreto de su popularidad está en parecer un hombre corriente o de verdad se siente usted un hombre corriente?
Nunca he perdido la referencia de mi origen, y cuando tengo que tomar decisiones complejas prefiero hacerlo como la persona que nació en una aldea de Ourense y en una familia modesta; un chaval rural con un padre para quien la educación era el objetivo primordial. Soy un hombre absolutamente normal y no voy a dejar de serlo por mi situación actual.

Vivió la infancia rodeado de gente mayor en casa de sus abuelos y tíos, ¿de ahí que todos le recuerden como un niño muy serio y muy formal?
¡Me gustaba escuchar!; escuchar y respetar a tus mayores es una oportunidad. Pero a los 10 años me fui a un internado de los Maristas y conviví con 300 chavales; dormíamos en habitaciones de 80 y nos duchábamos en agua fría, en el invierno de León. Todavía recuerdo la primera noche. Pero aprendí una cierta austeridad, y a valerme por mí mismo… Son valores que me han servido para fabricar mi propio personaje.

Esa austeridad, ¿no la llevaba de casa? Alguna vecina ha recordado que eran ustedes una familia «bastante pobre», ¿cómo lo percibía usted?
Nunca nos faltó nada pero la casa no tenía ningún lujo, como ninguna otra en el pueblo, y era de alquiler: mi abuela nunca pudo comprarla; a los 40 y algo años se queda viuda con ocho hijos, y eso marca el carácter de la familia. Mi abuelo era el panadero del pueblo y su hijo mayor, mi padrino, siguió cociendo el pan hasta que se embarcó e hizo varias mareas con Pescanova. Yo recuerdo trabajar en aquel horno, lo recuerdo bien.

Licenciado ya en Derecho, iba usted para la judicatura pero abandona, ¿por ese sentido de deber hacia la familia o por qué?
Mi padre había sido un trabajador nato, empleado en una empresa familiar dedicada a la construcción y mantenimiento de los embalses de los ríos Miño y Sil. El propietario muere y los hijos la veden, y mi padre se queda en el paro con 50 y pocos años. Yo llevaba los dos meses de verano estudiando judicaturas, pero consideré que no podía dedicarme dos años a preparar la oposición sin aportar a la familia. Se convocaron unas pruebas para letrados en la Xunta y me presenté. Y eso cambió mi vida, probablemente hoy no sería presidente de los gallegos.

En cierto modo, ¿renunció a vivir plenamente la juventud?
No, no, no. Los años universitarios los disfruté plenamente: salía todas las noches y empezaba a estudiar a las dos de la mañana y hasta el amanecer. He de reconocer que el asunto del alcohol nunca me ha interesado mucho, ni podía permitírmelo: estudié con una beca. Así que iba a pisos de colegas y como mucho me tomaba una (copa).

Llegó a la política por la vía administrativa. ¿Alguna vez se ha arrepentido de haber llamado a la puerta de la administración en lugar de la empresa privada?
No, la Administración fue mi independencia económica y mi aportación a la familia. He tenido oportunidades firmes de irme a la privada, pero siempre he preferido cumplir mi compromiso y acabar mi tarea (fue director general del Insalud y de Correos). Se repite la historia: no me gusta dejar las cosas a medias ni pegar portazos, nunca me he ido de los sitios para mejorar.

¿Pero tenía en realidad vocación de servicio público o sencillamente era un buen gestor?
Un buen político necesita conocer previamente la gestión pública. No creo en los políticos de laboratorio.

Votó a Felipe González en 1982 y no se afilió al PP hasta el año 2002. ¿Cuándo se produjo en usted la conversión a la derecha?
Tomé la decisión de afiliarme después de conocer el partido durante 10 años, ocupando altos cargos para los que no me pidieron carné. Lo hice cuando comprobé que el PP tenía clara la defensa de la libertad y la igualdad de oportunidades.

¿Pero venía usted de la izquierda sí o no?
No. Voté a González en el 82 y volvería a hacerlo, pero lamentablemente de aquel partido ya solo queda el nombre. Y Fraga, que también había sido candidato en aquellas elecciones, lo sabía, y en el 2004 me dio la vicepresidencia única del Gobierno gallego. Respeto profundamente a quienes hicieron posible la Transición, que es la gran obra de ingeniería política del siglo XX en Europa, y estoy en contra del intento de dinamitarla.

Una filiación tardía y una paternidad ciertamente tardía también, ¿por qué tomó esta decisión de ser padre tan tarde?
Parece que al personaje le gusta tomarse un tiempo para decidir que no concuerda con el de la mayoría… No quería dejar de sentir lo que es la paternidad. Durante décadas mi prioridad ha sido mi responsabilidad hacia los ciudadanos, pero se abrió un momento en el que vi la oportunidad de tener un hijo y ésta ha sido quizá la decisión de la que más satisfecho estoy.

¿Y cómo sienta ser padre primerizo a los 55?
Sienta muy bien (tono enfático), y te das cuenta de que lo importante no es lo que diga el político de turno en las noticias de primera hora, sino que tu hijo haya dormido bien y que os haya dejado dormir bien a su madre y a ti, y que los tres os levantéis bien. No sé lo que sería ser padre a los 20 o los 30, pero no lo cambio por ser padre a los 55: observo cosas que probablemente a esa otra edad no me interesarían.

Presidente, ¿puedo decir en voz alta que su mujer, Eva Cárdenas, ha puesto el color que faltaba a su vida?
Me faltaba efectivamente ampliar el objetivo, y claramente se ha ampliado. Conocer a una persona, tener un hijo con ella y disfrutarlo de forma conjunta, te hacer ver y sentir cosas nuevas y comprender mejor a la gente, y esto son más herramientas para tu trabajo.

¿Siente como si estuviera viviendo una suerte de segunda juventud, aunque madura?
Sí, tener un bebé rejuvenece a cualquiera: pensar en la guardería, en cómo va a empezar a andar o a hablar… Es descubrir un personaje que además es tu hijo, y si esto sucede en la serenidad de la cincuentena avanzada, se vive de forma doblemente plena.

Me han dicho que es usted un hombre muy coqueto, que se cuida mucho, ¿cierto?
Bueno, mi peluquero siempre me echa broncas porque llevo el pelo mal. Me interesa la salud e intento estar en forma y comer de forma adecuada.

¿E intelectualmente, cómo se cultiva?
Me preocupa mucho la situación política del país: sobran machos alfa y falta gente que reflexione y sosiegue; y esto me ocupa mucho tiempo. Pero siempre que puedo leo ensayo y artículos de pensamiento y opinión, e intentamos ir todos los domingos por la noche al cine.

Presidente, usted que de niño fue gallego parlante, ¿por qué ha restringido el uso de esta lengua en la escuela?
En mi casa se practicaba un bilingüismo cordial perfecto. Y no es verdad lo que dices, estamos al 50 por ciento de las horas lectivas en ambas lenguas. El problema en Galicia no es hablar gallego o castellano, tenemos libertad para aprenderlo y hablarlo indistintamente, sino saber inglés. Por ello estamos introduciendo lectores nativos, para incorporar horas escolares en inglés.