El Real Madrid sufre pero elimina al Bayern y jugará su tercera final de Champions consecutiva

Fué tremendo, con un pie en el precipicio y con otro en la final, con Heynckes sacando un delantero centro tanque al más puro alemán y el Bayern remando y remando, orgulloso, como pocos, pese a las circunstancias y a su portero. Un equipo admirable. Derrotado, pero caballero.

Derrotado, sí, derrotado por un equipo de leyenda, por un equipo que va a jugar su tercera final de Champions consecutiva, un conjunto con todas las variantes posibles, tanto de dibujo como de jugadores y un equipo, sobre todo, que sabe jugar bien cuando puede y que sabe sufrir cuando toca. Y contra el Bayern tocó sufrir y mucho, de verdad, de esos partidos en los que el tiempo no corre y los últimos cinco minutos parecen una vida. Pero también con el sufrimiento se llega a los sitios, también con el sufrimiento, se gana. Fue el partido de Benzema al principio, con sus goles y de Navas después. El portero que contra el Bayern se ganó el futuro en el Madrid. Paró casi todo, tuvo personadlidad en los momentos más complicados, que fueron muchos y largos y sobrevivió, como todo el Madrid, para plantarse en Kiev.

Este Madrid moderno es competitivo, triunfador pero lo del miedo escénico no lo domina. Consigue resultados sensacionales en la ida y casi los deja sin valor en los primeros cinco minutos de los choques de vuelta en el Bernabéu. Le pasó contra la Juve y le volvió a suceder frente al Bayern, como si no supiese afrontar los partidos a los que llega con ventaja, como si en la duda entre atacar o resguardarse, se quedase en shock.

Y el Bayern, que tiene en el orgullo y en un rechazo extremo a la derrota sus principales virtudes, se plantó en el minuto cuatro en el Bernabéu con un tanto a favor. Como sucedió la temporada pasada, el conjunto alemán jugó en el estadio madridista sin ningún complejo, sin mirar el resultado, valiente con Tolisso para sustituir a un lesionado Javi Martínez, es decir, a por todas. Con Thiago al mando de las operaciones, con James a su lado y con el plan muy claro: que Ribery y Alaba agotaran y Lucas Vázquez y a Modric.

Era lo que más preocupaba a Zidane y por ahí olieron la sangre los alemanes. El técnico volvió a inventar en un partido grande, porque sabe el diablo y las claves de los partidos están en los detalles. Se ha convertido en un estudioso, que encuentra soluciones originales a los problemas y a los rivales. Mientras todo el madridismo daba vueltas al futbolista que iba a ocupar ese lado derecho, el francés se sacaba de la manga a Kovacic para dejar a Casemiro en el banquillo. Sorprendía, pero vale, tenía su lógica. Más raro fue ver al croata, desde el primer minuto, como medio centro y Modric dejándose la vida y recorriendo kilómetros como interior, más ocupado en defender que en mirar hacia la portería contraria. Sólo al final, sacó a «Casi».

Nadie en el Madrid sacó pechó en la ida porque sabían lo que podía suceder en la vuelta: una batalla interminable, un partido con pocas opciones de salir y con el rival dominando. Fue Kimmich quien marcó, como en Alemania y el Bayern, desde ese gol, apretó y apretó. Por las bandas o por el interior. El Madrid supo que su oportunidad iba a estar en las contras. Cuando pudo correr, lo hizo con peligro para hacer retroceder al imponente Bayern. Y pasada la tormenta, un centro de Marcelo, otra vez él, lo remató Benzema. No cambió eso partido, no cambió nunca. El Bayern tenía la determinación, el Madrid padecía, achicaba agua y buscaba rápido la jugada. Cuando conseguía superar la presión arriba de los alemanes, entonces veía más el campo abierto.

Era un partido tenso y enorme, a veces loco, pero con la impresión siempre de que el Bayern estaba un paso por encima, con el balón y sin él. Sin embargo…

Thiago dio un balón peligroso a Ulreich porque Karim andaba al acecho y el portero alemán fue a cogerlo con la mano cuando se dio cuenta de que era una cesión si la cogía, rectifico, el balón se le echó encima, sacó la pierna, tarde, la pelota le pasó de largo y Benzema marcó.

Al Bayern no le importó: siguió a lo suyo. Un rodillo incansable, implacable. Se le ponía más difícil, pero lo consideraron un percance, un obstáculo más a superar, marcó James y Navas siguió sacando balones. No corrían los minutos. Eran eternos, pero la eternidad no estaba allí. Está en Kiev, como el Madrid.