El teléfono ‘made in Spain’ de los sobrinos nietos del primer cura chino en España

La epopeya de los Yuan en España comenzó con el sacerdote Pedro Yuan Sin-Yu y su escapada de Mao y sus camaradas. «Huyó ayudado por Roma, vía Hong Kong», cuenta su sobrino biznieto, Juan Yuan, 27 años, en sus oficinas en Villaverde (Madrid), sede de Weimei Móviles. El religioso logró asentarse en España en 1946. Miembro de una familia católica de larga tradición en China, tuvo que huir para sobrevivir. Después ayudó a su sobrino nieto Tomás, hijo de un torturado en un gulag. Tomás llegó a fregar platos y terminó como dueño de un pequeño emporio de productos tecnológicos. Él es padre de Juan Yuan, graduado de la London School of Economics, un chico de sonrisa fácil, 175 centímetros de estatura, ataviado con Polo Ralph Lauren y Hackett, que ha fundado su propia compañía de smartphones. Estos son los sorprendentes Yuan, cada uno con nombres de apóstoles como quería Pedro.

Según los datos del Arzobispado de Madrid, Pedro nació el 18 de mayo de 1921 en Kiang-Yin (China). Se ordenó -de nuevo- cura el 31 de mayo de 1952, un día de los grandes para el catolicismo en España. Ocurrió en Barcelona. La Vanguardia Española tenía en portada a Pio XII, protagonista del XXXV Congreso Eucarístico Internacional. Ese día, Pedro Yuan fue uno de los 820 privilegiados que recibieron las órdenes sacerdotales del Papa. Once eran chinos. De ellos, del único que se tiene absoluta constancia de que ejerció aquí es Pedro, quien fue, todo indica, el primer sacerdote chino de España.

«Tenemos registrado que pasó como colaborador por las parroquias de María Inmaculada y Santa Vicenta (1968-1970) y San Basilio el Grande (1994-1996), que fue profesor en la Escuela Oficial de Idiomas (1970-1994) y, luego, parece ser que estuvo de capellán de las Mercedarias», confirman a Crónica desde la Archidiócesis de Madrid. «Él era todo cariño. Ayudó a mi padre cuando tuvo que venir a España», cuenta Juan, quien a su espalda tiene una pizarra con el Weimei We Plus 3, que sale a la venta esta semana. Un móvil que se fabrica en las factorías del gigante asiático de la tecnología Gionee.

El segundo de los Yuan en llegar fue Tomás. Arribó con 700 dólares, sin saber hablar español y se fue a vivir a la casa que tenía el párroco en Delicias. Era 1990. Comenzó con los platos, pasó a ser pinche, camarero hasta lograr ser jefe de sala de un reputado restaurante oriental. Ese año había 16.425 chinos en el país. Muy lejanos ya de los 328 registrados en 1961, nueve años después de que el Papa bendijera los hábitos de Pedro Yuan en Montjuic. Estas eran las historias que el pequeño Juan escuchaba en casa. Cómo su padre y su madre se conocieron en una fábrica de ventiladores. «Ella en las oficinas, era la encargada de las cuentas… Mi padre era el chico de los recados. Somos de Nanjing, a 200 kilómetros de Shanghai. Yo vine a España cuando tenía cuatro años».

Su padre para entonces ya había decidido que lo suyo no era la restauración. Prefirió abrir una tienda de revelado de fotos. Después otra y otra hasta llegar a siete. «Se anticipó y comenzó a vender productos de electrónica, los primeros móviles, después los cables…», dice orgulloso Juan, que lo considera una fuente de inspiración para su empresa. Weimei Móviles facturó en su primer año, 2015, 300.000 euros. En 2016, 2,5 millones. Este año cerrarán con ocho millones gracias a una nueva aventura.

Juan junto con su primo Pablo Yuan -cofundador de la empresa, 29 años, unos 185 centímetros de altura, chaqueta de piel- son artífices también de la llegada del gigante Xiaomi, el iPhone chino, a España. En estas navidades, el regalo estrella es el móvil Mi A1, agotado y con colas de 100 personas cuando se anuncia un pequeño envío. Dos millones desde que abrieron el 11 de noviembre de este año en el centro comercial Xanadú. «1.500 móviles vendidos sólo el día de la apertura». Planean abrir 23 tiendas más.

Encontramos a Tomás, 65 años, en una de sus tiendas. En ellas se vende desde un altavoz inalámbrico hasta libros electrónicos. Con su propia marca. «Hacíamos mp3s, reproductores de dvd, tablets, ebooks…», comenta. Tomás educó a su hijo desde pequeño entre alta tecnología. Siguió el patrón que hacen los chinos acomodados. Primero al colegio público. Después, a uno privado bilingüe en inglés. «En el medio pedí un año sabático para irme a China y estudiar en Pekín en una universidad, reforzar el idioma y aprender de lo que es parte de mi cultura. Porque yo me siento y soy español», señala Juan Yuan.

La conversación se interrumpe porque tiene que quejarse con uno de sus administrativos. «Quiero que la transferencia de España a China sea igual que de China a España: 21 segundos». Le contestan desde el banco que eso es imposible aún. Pierde la paciencia cuando le cuentan que un cliente ha pagado un pedido con cheque. «¡Estamos en el siglo XXI!», lanza y prosigue con sus tareas. Por la mañana negocia con sus proveedores de oriente por la diferencia horaria. La tarde es, mayormente, para sus clientes españoles. Comienza su jornada laboral a las siete de la mañana. Cierra pasada medianoche.

La saga completa llega a Madrid

Con la llegada del abuelo de Juan, en 1995, se reunieron cuatro generaciones de Yuan en Madrid. Es sobrino del cura Pedro. Su nombre es Yuan Zhong Ming, es el padre de Tomás. Afrontó lo peor de ser católico en China. Tras la escapada de Pedro, el hoy octogenario vivió en carne propia las consecuencias de la Revolución Cultural de Mao. Si ya a mediados de los 40 eran perseguidos, después fueron cazados. Como Andrea Aniceto Wang Chongyi, sólo dos años mayor que el sacerdote Yuan, que estuvo ocho años haciendo trabajos forzados. Después sería arzobispo Emérito de Guiyang… Sí, el abuelo de Juan llegó también a ser enjaulado en un gulag chino.

Un espanto que no quiere recordar. «Es una etapa que el no le gusta mucho y tampoco habla apenas de ello a la familia», cuenta Juan mientras tiene abiertas infinidad de hojas de cálculo en su portátil. «Llegó a España para ayudar a mis padres, para cuidar de mi hermana y de mí, ya que mis papás estaban todo el día trabajando». El cura Pedro Yuan falleció hace un lustro, con 91 años, amando a su país adoptivo. Con él murió un baluarte único de la inmigración china en España. «Él siempre recordaba con amor el trato que le dieron aquí siempre. Cuando en la oficina de inmigración le recibían con un café. Un superviviente siempre agradecido.

Como Juan y Pablo que ya emplean una veintena de personas, el 90% españoles. Su padre otros tantos. El buen Tomás observa a su hijo con orgullo. El pasillo de su local en la periferia de Madrid está lleno de cables. «Llegué con 30 años y me ayudó mi tío abuelo, que era cura…», hace hincapié Tomás de nuevo cuando le preguntamos cómo comenzó su éxito. La historia de los Yuan en España siempre comienza a contarse con Pedro por delante. Cual primer apóstol.

Martín Mucha