EL PERIÓDICO DE ARAGÓN reúne a los tres responsables del proyecto que le dará una nueva vida al emblemático icono de la Expo del Agua, que crecerá hasta al menos 85 metros de altura al acristalar la cubierta superior, nunca abierta al público
La Torre del Agua quiere «resucitar» como el «icono de la transformación que busca Zaragoza». Así lo asegura el padre de este edificio de más de 80 metros de altura, el vallisoletano Enrique de Teresa, que ya trabaja en el proyecto que definirá la nueva vida del emblemático edificio que presidió la Expo 2008. En su puesto a punto para reconvertirlo en el Faro de la Logística anda junto al arquitecto Pablo de la Cal, responsable de Cerouno Arquitectos, y a la ingeniera Pilar Pecó, responsable de otros proyectos de envergadura de la ciudad como la construcción del residencial Torre Zaragoza, el inmueble más alto de la capital. Y el proyecto nace con un objetivo claro: recuperar el esplendor de un icono de la etapa más universal de la ciudad para convertirlo en un faro que guíe a la ciudad hacia el futuro. Los tres responsables del proyecto conforman un equipo de alto nivel que tiene apenas cuatro meses para perfilar esa nueva vida con una dificultad añadida: se desconoce cuál será su uso definitivo, quién gestionará cada espacio y qué necesidades tendrán los futuros inquilinos.
Sin embargo, no todo son incógnitas en este desafío. EL PERIÓDICO DE ARAGÓN ha reunido a los tres expertos que van a pilotar el regreso a la vida de la Torre del Agua y que llevan meses analizando cada rincón del edificio para estudiar el abanico de posibilidades que ofrece. La firme voluntad del equipo pasa por brindarle utilidad a la azotea, un desconocido mirador cerrado hasta ahora al público pero que ofrece una vista de 360 grados de toda la ciudad a más de 80 metros de altura. Los planes pasan por convertir la cubierta en un lugar visitable y transitable, lo que requiere de una adecuación importante que este espacio para convertirlo en una zona segura y protegida de las inclemencias meteorológicas (especialmente del viento). La solución podría pasar por un acristalamiento que permita observar el paisaje de postal que incluye una panorámica de Zaragoza que se combina con vistas al Moncayo, a los Pirineos o a la Sierra de Alcubierre.
El segundo de los espacios que tiene claro su futuro es la planta 23, donde se ubicaba la cafetería-mirador en 2008. Se convertirá en un restaurante que aprovechará la planta inferior, la 22, para instalar la cocina y espacio para el personal, lo que permitirá ganar superficie para comensales en el piso superior. «Creemos necesario retirar la protección de chapa blanca que protege la estructura metálica y dejarla a la vista para ganar visibilidad hacia el exterior», explica Pablo de la Cal, quien también considera que hay que «estudiar si merece la pena» conservar la rampa que da acceso a las plantas inferiores «o eliminarla y prolongar el forjado hasta la pared».
La comunicación con la cocina se realizaría a través de un elevador de platos y despejaría la sala, que podría contar con una cocina en el centro. Además, tampoco se descarta que haya una comunicación con la azotea, que podría acoger usos hosteleros, con independencia de si se utiliza como una prolongación del restaurante o como un espacio alternativo con acceso directo desde la calle con, por ejemplo, fines turísticos.
El ‘Splash’ seguirá presidiendo el fuste central
No hay muchas dudas sobre el fuste central, donde se encuentra el emblemático Splash: la escultura que preside este espacio diáfano de 43 metros de altura debería ser conservada. No solo por el símbolo que representa para el edificio sino porque «supone una importante complejidad pensar en incluir forjados intermedios, ya que tendrían que apoyarse en vigas que afectarían a las escaleras de subida y bajada, una pieza clave en el edificio», apunta Enrique de Teresa. «Hay que pensar que este edificio se pensó para un uso en 2008 como pabellón que permitiera absorber una afluencia masiva. Parece simple, pero no lo es en absoluto», apostilla el arquitecto. «En principio, es indiscutible que el Splash se queda», sentencian los tres.
El acceso al edificio también se erige como una pieza clave en el rediseño de la torre. Y lo cierto es que no tiene fácil solución buscar una comunicación alternativa a los cuatro ascensores instalados a ambos lados y que recorren en vertical todo este espacio con claras posibilidades para organizar eventos o exposiciones. En lo que respecta al peso, ese no sería un problema para el edificio, ya que la enorme losa de hormigón que sostiene la base «es el centro de gravedad del edificio y está preparado para soportar mucho más peso del que ahora tiene», aseguran los dos arquitectos.
Si los accesos eran bastante definitorios de la Torre del Agua, todavía lo era más su característica eran sus luces, otra de las cuestiones clave a abordar por el equipo. «La iluminación hay que cambiarla por completo», destaca la ingeniera Pilar Pecó, dado que en 2008 se utilizaron bombillas halógenas y hoy se va a apostar por cambiarlas todas por luces led. «Son más eficientes y tienen un consumo mucho menor», explica, para puntos de luz que no solo están en la fachada exterior, sino también en todos los rincones del espacio interior de esta torre.
Además, los cambios en la normativa de los últimos 15 años «obligan a sustituir instalaciones de seguridad, infraestructuras de telecomunicaciones, instalaciones de agua y de mantenimiento», resume Pilar Pecó. Al final, explica la ingeniera, «antes se confeccionó con un carácter más estético y ahora las nuevas tecnologías te ofrecen muchas posibilidades». «Se trata de diseñar una puesta a punto del edificio para que dure muchos más años», añade. Lo único que no cambiará es el sistema de calefacción, conectado al sistema de Districlima que abastece a todo el recinto Expo.
El edificio será «un 80% de lo que es hoy»
«El edificio va a ser un 80% de lo que es hoy, pero se ideó como un pabellón de exposiciones masivo y debe evolucionar para albergar un uso cotidiano», resume Pablo de la Cal, que, sin embargo, asegura que ese alma expositiva no se perderá. Entre la planta baja y la sexta, el edificio ofrece «hasta 3.000 metros cuadrados de superficie y tiene 21 metros de altura» que pueden utilizarse «para exposiciones, salas de reuniones, zona administrativa y otros usos más diversos», asegura De la Cal.
Y quizá sea esta zona la que más cambios acoja. Tiene tres puertas de conexión con la calle, una que da a la Ronda del Rabal, otra lateral que da al Canal de Aguas Bravas, y una tercera que conecta con el Parque del Agua, que en la Expo 2008 se utilizó para la entrada de mercancías y otros servicios asociados a la torre. Ahora podría acabar siendo «la entrada principal al edificio».
En menos de cuatro meses, la Torre del Agua conocerá su futuro aspecto. Sobre la mesa está incluso que el edificio renazca más alto, ya que, con la reconversión de la azotea, ya no medirá los 81,90 metros actuales, sino que alcanzaría, como mínimo, los 85,5 metros. Sobre ese skyline, el emblemático inmueble quiere presidir una nueva etapa de esplendor de la capital aragonesa.