El amago de dimisión ha sido el golpe de gracia a la credibilidad del presidente, que ya de antes era su auténtico talón de Aquiles. Además hay mar de fondo en el PSOE y entre sus socios
La carta a la ciudadanía preguntándose si «merece la pena todo esto». Las muestras de adhesión de su partido, entregado al líder. El silencio atronador en la Moncloa durante casi cinco días. El despacho con el Rey en la Zarzuela. La declaración institucional prevista para las 12 de este lunes, que finalmente se adelantó a las 11. El anuncio de una «regeneración» por concretar. José Luis Rodríguez Zapatero alegrándose de haber «acertado», porque él predijo el jueves pasado que se quedaba. La publicación de una encuesta del CIS a las dos horas, dando a Pedro Sánchez 9,4 puntos de ventaja y allanando el camino a «reformas» en la Justicia, porque así lo demanda la ciudadanía. La convocatoria de otra concentración supuestamente espontánea frente a la sede del CGPJ por la tarde, bajo el lema El golpismo viste de toga. Y la entrevista al presidente en el prime time de TVE, amenazando a los periódicos digitales que no controla con represalias sin especificar.
La sucesión de acontecimientos de estos días, sobre todo de este lunes, ha llevado a muchos españoles a pensar que la supuesta crisis existencial y conyugal de Sánchez no ha sido más que una colosal maniobra para: fortalecerse como líder del PSOE y de la izquierda. Apretar las filas de su mayoría Frankenstein para dar esta batalla contra «la derecha y la extrema derecha». Desactivar el caso Begoña. Criminalizar a la oposición. Y fabricarse una coartada para ir a por los jueces y a por ciertos medios de comunicación por publicar informaciones sobre su mujer, a las que él calificó de «bulos y desinformaciones» en la televisión pública.
«Le han tomado el pelo a una nación de 48 millones de españoles», denunció Alberto Núñez Feijóo. «Durante estos cinco días los españoles hemos asistido a un teatro burdo, indignante y victimista», añadió Santiago Abascal. «Ha jugado con los sentimientos y la empatía de todas las personas que sufren la persecución de la extrema derecha. Su comparecencia es una cortina de humo», lamentó Pere Aragonès.
Sánchez ha utilizado a su familia, a su partido, a sus socios de Gobierno y de legislatura y hasta al Rey
En medio de la cascada de reacciones, Pablo Iglesias le lanzó una advertencia: «Hacer una jugada como ésta y tener el país en vilo por, básicamente, no decir nada se le puede volver en contra». En realidad, utilizar a su familia, a su partido, a sus socios de Gobierno y de legislatura y hasta al Rey ya se le ha empezado a volver en contra en siete aspectos.
Primero. El amago de dimisión de Sánchez ha sido el golpe de gracia a su credibilidad, que ya de antes era el auténtico talón de Aquiles del presidente (y no Begoña Gómez). El líder que prometió traer de vuelta a España a Carles Puigdemont para ser juzgado, el cumplimiento íntegro de las penas para los condenados del procés, recuperar el delito de convocatoria de referéndum ilegal y no amnistiar a los independentistas ha sumado un embuste más a su lista.
Segundo. Las víctimas de su ardid han sido, sobre todo, sus compañeros socialistas. Más allá de la aparente alegría por el regreso del presidente pródigo, en el PSOE hay mar de fondo por la situación límite a la que los ha llevado su secretario general. Además, este episodio ha abierto una puerta en el PSOE que hasta el miércoles estaba cerrada a cal y canto: la de la sucesión de Sánchez. En el partido han empezado a pensar y a hablar de ello, obligados por la situación.
Tercero. La realidad de Sánchez sigue siendo la misma, pero peor. Porque a la precariedad parlamentaria de su Gobierno, la ausencia de Presupuestos de 2024, la total dependencia de Puigdemont y las dudas sobre la aplicación de la ley de amnistía se suma ahora el enfado del resto de partidos y las expectativas creadas. El secretario general de Junts, Jordi Turull, lo definió como «tacticismo electoral» y una «grave irresponsabilidad». El portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, afirmó que no «era necesario». Sumar le urgió a reformar la Ley de Seguridad Ciudadana. Podemos, a cambiar el sistema de elección de los miembros del CGPJ. Y la portavoz de Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua, le avisó: «Esperamos hechos y no solo palabras. El momento es ahora».
Cuarto. La «movilización social» que Sánchez agradeció en su discurso ha distado mucho de ser multitudinaria. Y ello a pesar de los llamamientos de su partido ante un momento crítico –decían– para la democracia española. A la concentración en Ferraz del sábado acudieron entre 10.000 y 12.000 militantes y simpatizantes socialistas, aunque el partido había fletado decenas de autobuses desde toda España. Esa tarde se congregaron en el campo del Atlético de Madrid casi 65.000 aficionados para ver el partido contra el Athletic de Bilbao.
Para ser un momento crítico para la democracia, la izquierda demostró poco poder de convocatoria en las calles
El domingo, la izquierda lo volvió a intentar con una manifestación entre Atocha y el Congreso que reunió a poco más de 5.000 personas. No parece que esta operación vaya a cambiar las perspectivas electorales del PSOE en las elecciones europeas, las primeras de ámbito nacional tras las generales del pasado julio. Esos comicios serán el termómetro definitivo.
Quinto. En su discurso, el presidente se puso la venda antes de que la herida sea más grande. «Mi mujer y yo sabemos que esta campaña de descrédito no parará. Llevamos diez años sufriéndola. Es grave, pero no es lo más relevante. Podemos con ella». Tras el «esperpento», en palabras de Feijóo, tanto él como Abascal dejaron claro que no van a renunciar a pedir explicaciones a Sánchez. Al contrario. Las posibilidades de que el PP acabe llamando a declarar al presidente a la comisión de investigación del Senado son hoy más que la semana pasada.
Sexto. La reacción airada de Sánchez, su Gobierno, su partido y sus socios a la apertura de diligencias previas de un juez de instrucción madrileño ha puesto a la Judicatura a la defensiva. Los jueces saben que son el principal objetivo de este «punto y aparte» que anunció el líder del Ejecutivo en la Moncloa. Y no se quedarán callados, como no lo hicieron cuando el PSOE pactó con los independentistas comisiones de investigación en el Congreso para estudiar supuestos casos de lawfare. Además, cuentan con una baza poderosa: la legislatura depende de la aplicación de la amnistía y ésta, a su vez, de los jueces.
Este lunes, el ministro Óscar Puente fue el más explícito. «Es indiscutible que hay una utilización espuria de la acción penal, de la jurisdicción penal», señaló. Aunque el argumentario de los socialistas cojeó cuando, por la tarde, el juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno rechazó citar a Begoña Gómez como testigo en el caso PSOE. Se avecinan, de entrada, una reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal -ya confirmada por el Ejecutivo- para quitar la instrucción a los jueces y dársela a los fiscales; y una probable renovación forzosa del CGPJ. Además, Yolanda Díaz también puso el foco ayer en la Ley de Seguridad Ciudadana, que la izquierda llama «ley mordaza».
Séptimo. El amago de dimisión de Sánchez ha tenido eco en la prensa internacional. De entrada, el miércoles pasado los principales diarios informaron de que el presidente español abría un periodo de reflexión por las acusaciones de corrupción contra su mujer. Los diarios no hablaban de campaña de acoso ni nada parecido. Desde el inicio, la Moncloa perdió el control del relato fuera. Este lunes, esa misma prensa informó con incredulidad del pretendido golpe de efecto. The Washington Post llegó a calificarlo de «telenovela». Y ellos conocen de primera mano qué es el trumpismo.