Los socios le dan un año a la legislatura. Hasta en el PSC asumen que pueden acabar «devorados» por la política de Moncloa
El PSOE es un partido «deshecho», pero sin capacidad de liberarse de quien tiene «secuestradas» las siglas «al servicio de su proyecto personal». Esto sale de boca de uno de los principales dirigentes del PSOE andaluz, pero reflexiones parecidas se escuchaban ayer en la federación extremeña, madrileña o valenciana, porque se da la circunstancia de que quienes están ocupando en la actualidad algún cargo orgánico temen las represalias de Moncloa, o que les azucen en su contra a la militancia, y sólo se atreven a desahogarse contra el «cesarismo» de Madrid bajo pacto sagrado que preserve por completo su anonimato.
De este esquema se sale el presidente de la Junta de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, que volvió a ser ayer el encargado de contestar, prácticamente fue el único que levantó la voz en público, a la nueva hecatombe territorial del partido, esta vez en Galicia. El malestar de los socialistas no tiene vía de escape por el puño de hierro con el que «unos pocos» dirigen los destinos del partido desde Moncloa, utilizando además la regla que confunde la disciplina y la lealtad a las siglas con una obediencia ciega a quien está en el mando.
Por eso, en lo que se refugian los dirigentes autonómicos y provinciales, o los alcaldes, es en la posibilidad de una moción de censura que se lleve por delante el «reinado de Pedro Sánchez» y acabe con una legislatura que, como dijo ayer Page, amenaza con ser un ciclón que arrase al PSOE.
«Sotto voce», aunque de poco sirva como mecanismo de presión, estos socialistas desafectos con la deriva de Moncloa se intercambian sus quejas y sus pesimistas análisis sobre hacia dónde va un proyecto que se sostiene en el principio de hipotecar territorialmente al partido a cambio de que esa debilidad pueda servir para que la actual dirección aguante en el poder, bien por voto que recupere en generales, bien dejando que nacionalistas e independentistas condicionen su proyecto.
Sin mecanismo interno de revuelta, el movimiento socialista que cree que el partido está perdiendo sus señas de identidad, y que ha entrado en una deriva de la que cada vez será más difícil levantarlo, confía en que la revolución se la hagan los socios. Que «mareen» hasta las elecciones europeas, o catalanas, y que una vez que lo de la amnistía haya acabado políticamente, y mal, en lo que coinciden con los independentistas, pueda darse la situación de que Alberto Núñez Feijóo «se lance» y Junts y PNV voten contra Sánchez, una vez que haya quedado en evidencia que lo que les prometió para poner en marcha su investidura no estaba en su mano concedérselo. De lo que es más que probable que todas las partes fueran conscientes cuando aceptaron el trato.
La amnistía tiene mal arreglo en su ejecución, pese a que socialistas y Junts pactasen en la campaña gallega el acuerdo para llegar a un texto que haga que sea integral y total, y aun así Junts, ERC y el PSOE saben que no pasará el filtro de una prejudicial en Europa aunque el Tribunal Constitucional le llegue a dar luz verde. Y habrá que ver, además, los plazos y los obstáculos que salen de los tribunales que tengan que ejecutarla.
De aquí a las elecciones europeas no hay agenda legislativa, será un ciclo en el que la debilidad del Gobierno de coalición hará que los siguientes exámenes electorales sean nuevas metas volantes de proyección nacional: tan es así, que ni siquiera son optimistas sobre la posibilidad de que en este ambiente puedan salir adelante unos nuevos Presupuestos.
Mientras, la fotografía que hacen de Sánchez en el PSOE es la de un presidente «ausente», con poco trato personal con dirigentes y «cuadros» del partido, encerrado en su burbuja en Moncloa y nada accesible a las críticas. «No escuchan ni tampoco se fían de nadie». A su núcleo de confianza le echan en cara que actúen más como «aparato» de propaganda que como gabinete con «un mínimo sentido de Estado».
En ese sentido, en las filas socialistas sospechan que el intento de Sánchez de utilizar las elecciones gallegas para derribar a Feijóo como líder del PP tenía como propósito abrir una crisis en el principal partido de la oposición que acabara con la alternativa y le dejara con manos libres para gestionar sus pactos con el independentismo. Los avisos para que el PP deje de mover los hilos en Europa contra la amnistía llegaron también en campaña desde Waterloo. Por cierto, que la debacle en Galicia del PSOE da más sentido a la premonición, que sale de los socios, de que «esto [legislatura] no da para más de un año».