Un experto relata, milisegundo a milisegundo, que es lo que sucede físicamente si sometemos a una persona a un cambio de presión en las profundidades marinas
La esperanza se terminó. El submarino Titan, de la compañía OceanGate, que desapareció a principios de esta semana cuando realizaba una exploración por el suelo marino donde yace el Titanic sufrió una «implosión catastrófica» y no hay sobrevivientes. Los restos materiales hallados en la zona «son congruentes con la pérdida de presión» en la cabina, según la Guardia Costera.
El Titán es capaz de alcanzar los 4.000 metros de profundidad, mientras los restos del Titanic reposan a 3.821 metros. A esas profundidades el ser humano solo es capaz de llegar en sumergibles como el de la empresa, que ofrece el tour por 250.000 dólares. Si un buzo decidiera descender esa distancia, moriría antes de recorrer una décima parte del descenso. ¿Por qué? ¿Qué le pasa al cuerpo cuando lo sometemos una alta presión?
La física de la presión
En términos cotidianos, la presión es la fuerza que se ejerce sobre una superficie. En nuestro entorno normal, es la presión del aire. Pero al descender bajo el agua, esa presión aumenta debido al peso del agua que hay encima. Aproximadamente, por cada 10 metros (33 pies) descendidos, la presión aumenta en 1 atmósfera, o aproximadamente 6,67 kilogramos por pulgada cuadrada (psi).
Los restos del Titanic se encuentran a unos 3.800 metros de profundidad. A esa profundidad, la presión es de unas asombrosas 380 atmósferas, o unos 5.600 psi. Eso equivale a tener un gran elefante encima de cada centímetro del cuerpo.
En el escenario que plantea la Guardia Costera, se supone que la pared del sumergible falló repentina y catastróficamente. En este caso, durante los primeros 10 milisegundos, en el mismo momento en que el casco se rompe, se produciría una igualación inmediata de la presión. El aire del interior del submarino, antes a una cómoda 1 atmósfera, debe enfrentarse ahora a las 380 atmósferas del exterior.
«A esta profundidad, la presión liberada equivaldría a 292 kilogramos de explosivo C4«, explica el empresario de viajes JP Morgan, para Medium. Después, la implosión de la burbuja del sumergible generaría un intenso calor debido a la compresión adiabática, prosigue.
«Al colapsar el sumergible, las bolsas de gas que se comprimen rápidamente en su interior se calientan con rapidez, alcanzando temperaturas que pueden superar varios miles de grados centígrados durante un breve instante». Todavía no habrían pasado ni 50 milisegundos.
Y concluye: «como la reacción humana al dolor depende de la transmisión de señales de nuestro sistema nervioso periférico al cerebro -una vez que las señales llegan al cerebro, sentimos dolor-, este proceso no es instantáneo». Según Morgan, si nos golpeamos el dedo del pie, la sensación llega a nuestro cerebro aproximadamente 0,1 segundos después del suceso.
Esto se debe a que las señales viajan a una velocidad de unos 2 metros por segundo a lo largo de nuestros nervios. El dolor agudo y repentino puede percibirse algo más rápido, en torno a 0,01 segundos, debido a la participación de nervios de conducción más rápida llamados fibras A-delta.
Al comparar estos plazos con la implosión catastrófica, el hundimiento completo del sumergible se produce en unos 50 milisegundos (0,05 segundos), por lo que la implosión se produce entre 2 y 10 veces más rápido de lo que el cuerpo humano puede registrar el dolor. «Por tanto, es probable que los ocupantes del sumergible no tuvieran tiempo de comprender que había ocurrido algo, y mucho menos de sentir dolor».
¿Qué le ocurre a una persona si baja hasta el Titanic sin submarino?
National Geographic explica que al comenzar a bajar, lo primero que notaremos es una diferencia de presión en los oídos. Ello a partir de los 5 metros. El dolor en el oído puede ser neutralizado si nos tapamos la boca y la nariz y tratamos de expulsar el aire.
Para seguir bajando, se requiere estar provisto de un equipo de buceo. De acuerdo con la revista, el buceo recreativo más básico se practica hasta a 18 metros de profundidad, pero puede llegar hasta 40 metros con el nivel adecuado. Este buceo requiere de entrenamiento, ya que los gases que respiramos también se comportan diferente a una mayor presión.
Si se continúa descendiendo, puede experimentarse euforia, dolor de cabeza, desorientación, incluso pérdida de conciencia. «La pérdida de conciencia suele producirse a partir de los 90 metros, por lo que todavía quedarían 3.730 metros hasta el Titanic», explica NG.
A los 60 metros, el aire se vuelve «tóxico», dice la revista. El que se respira de la botella es 7 veces más denso que el de la superficie. Los buzos pueden seguir descendiendo porque utilizan mezclas de gases especiales y meticulosamente estudiadas.
A profundidades mayores de entre 120 y 180 metros se puede producir un síndrome neurológico por alta presión, que causa problemas neurológicos similares a las intoxicaciones anteriores, y la consecuencia más grave sería la muerte.