Un espléndido homenaje del director Christian Carion a la capital francesa y a la vida
El veterano director francés Christian Carion nos ofrece una de sus cintas más sensibles, y a la vez más comerciales. El cine de este realizador ha tocado muchos géneros, consiguiendo siempre resultados muy interesantes (¡Feliz Navidad!, Mayo de 1940, El caso Farewell…). En esta ocasión nos propone una historia que recuerda a películas como Paseando a Miss Daisy (B. Beresford, 1989) o Chicago Cab (M. Cybulski y J. Tintori, 1998).
El protagonista es Charles, un taxista parisino interpretado por el famoso actor de comedia Danny Boon (Bienvenidos al Norte, Nada que declarar…). Charles es un padre de familia agobiado por las deudas. Para colmo sólo le quedan dos puntos en el carnet de conducir, lo que pone en serio peligro su futuro profesional. Una mañana recibe el encargo de llevar a una nonagenaria desde su casa a la residencia de ancianos donde va a ingresar. Eso supone atravesar París de lado a lado. Pero el viaje va durar más de lo esperado.
La fórmula dramática del guion se ha usado innumerables veces en el cine, casi siempre de forma satisfactoria: un fortuito encuentro humano entre dos personas muy diferentes que experimentan un cambio positivo en su vida. Charles es un hombre gris y entristecido a punto de sucumbir al escepticismo. Su clienta, la Sra. Madeleine Keller (interpretada por Line Renaud y Alice Isaaz, según la época que se relata), es una mujer que ha vivido mucho, que ha pasado por todo y que ahora, al final de sus días, conserva la alegría de estar viva.
En la conversación que mantiene con el taxista –que va a prolongarse durante horas-, Madeleine va repasando su biografía, que se nos brinda en flashbacks. Las revelaciones que va desgranando encuentran un eco en el corazón de Charles, que de esta manera refresca las cosas que son importantes en la vida, y relativiza las que lo son menos.
Como no podía ser de otra manera en los tiempos que corren, Carion aprovecha para tocar algunos temas de moda, como el machismo y el feminismo, o la violencia doméstica. Pero procura no introducirlos con calzador sino bien hilvanados con la trama.
Toda la historia va envuelta en un espléndido homenaje a la ciudad de París. En ese viaje –o «carrera» en el argot del taxi- de improbable duración, la cámara recorre todos los rincones emblemáticos de París, sus calles y edificios señoriales, el Sena, sus monumentos universales (curiosamente menos Notre Dame), con una espléndida luz primaveral. Una belleza vista desde el interior del taxi, que contrasta con el permanente atasco en el que están atrapados nuestros personajes.
A pesar de lo duro de algunas situaciones vividas por Madeleine a lo largo de su longeva existencia, la película transpira positividad, contagia una mirada esperanzada que se abre camino a través de las dificultades de la vida, con un desenlace tan previsible como entrañable. La buena simbiosis que se da entre los personajes, a pesar de sus enormes diferencias de carácter, es fruto del oficio de dos actores enormes que transmiten gran humanidad. Estamos ante una película que viste una puesta en escena muy sencilla pero que se sostiene sobre un guion muy pensado y unos formidables intérpretes.