El extraordinario colegio de los niños de 29 países que hace latir el centro de Málaga

Son las 8:30 y el palpitar de la calle Larios muestra el despertar del centro de Málaga. Los repartidores aligeran el paso empujando sus carretillas, al mismo tiempo que los servicios operativos acaban de baldear las aceras. Los que desayunan en las terrazas de los bares buscan el calor de los primeros rayos de sol, mientras que un crucerista madrugador observa un mapa para trazar la ruta que ocupará su visita a la ciudad de los museos.

Nada parece ajeno a la cotidianeidad salvo la extraña tranquilidad que transita por la plaza de la Constitución durante el amanecer. Una quietud que contrasta con el bullicio que la adornará tan solo un par de horas después y que únicamente mitiga el ruido de las ruedas de una mochila de la que tira un niño de pocos años. Va agarrado de la mano de su padre y aún se aprecia la huella del sueño en su rostro. Se detienen en una de las esquinas de la plaza y, tras despedirse con un beso, el pequeño se adentra en un callejón. Recorre unos pocos metros y desaparece tras una gran puerta de madera.

La escena se hace más habitual conforme las manillas del reloj se aproximan a las nueve en punto. En grupos de dos, tres e incluso solos. Andando o en bicicletas. Hasta alguno dando patadas al suelo para propulsar su patinete. Chicas con rasgos eslavos, pequeños con cadencia sudamericana en el habla, ojos claros junto a pieles oscuras. Todos acceden a través del pasaje Rodríguez Rubi a su particular escuela Hogwarts: el colegio Prácticas Número 1, un centro mágico, ubicado en un edificio con 400 años de historia y en cuyo palomar daba clases de pintura el padre de Pablo Ruíz Picasso. Una escuela escondida en el corazón de Málaga en la que reciben o han recibido clases alumnos de 29 nacionalidades distintas —en el mundo hay 194 países— , donde las barreras idiomáticas se intentan derribar con compromiso y amistad y en la que comparten aulas hijos de refugiados con niños de familias con profesiones cualificadas. Una base de esa especie de resistencia que parecen formar los malagueños que aún residen en una zona entregada a los pisos turísticos y el ocio nocturno y que se niegan a rendirse ante la gentrificación.

Cruzar su puerta es descubrir un lugar especial, con una personalidad marcada, enraizado en la historia. Con un patio interior diáfano que recuerda a un claustro por sus columnas laterales, el Prácticas Número 1 se eleva a través de distintas plantas en las que sus techos altos generan una atmósfera distinta, alejada de la que exhalan los edificios funcionales, cuadriculados y de tonos grisáceos que acogen los nuevos centros educativos. En esta escuela los marcos de las ventanas son de madera, la solería impacta por sus dibujos y tras algunas puertas se esconden escaleras que llevan a lugares impregnados de fantasía. Como su particular sala de cine en la que proyectan clásicos de Chaplin, el taller de ajedrez o el palomar en el que en fila se agrupan una serie de caballetes de pintura y donde el padre de Picasso daba clases.

En una clase del Prácticas Número 1 han llegado a coincidir alumnos de 12 países distintos

«Me gusta contarle a los alumnos que quizá por allí estuvo correteando el pintor cuando era niño y comenzó a hacer sus primeros dibujos», comenta Natalia Reina, la actual directora, que no oculta su orgullo por trabajar en un espacio que durante más de cuatro siglos ha sido clave en el desarrollo educativo y cultural de la ciudad y por el que transitó Victoria Kent. Mezquita en sus orígenes, «allá por 1590» se sitúa su primera incursión formativa con su conversión en un centro gestionado por los jesuitas. «Surge así el colegio San Sebastián«, al que siguieron diferentes instituciones, como el Colegio de Náutica de San Telmo, la Escuela de Bellas Artes, las Escuelas Normales de Magisterio o la Sociedad Malagueña de Ciencias, hasta que en 2016 el inmueble fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC).

«Ser testigo de una historia tan rica no es tarea fácil, pero saber que nos anteceden casi cinco siglos de función educativa es un orgullo, y nos anima a dar lo mejor«, señala el equipo docente de un centro que apuesta por un modelo basado en la «comunidad de aprendizaje» y donde se produce una sorprendente mezcolanza de orígenes en su alumnado. Porque entre sus 210 escolares matriculados en Infantil y Primaria se contabilizan 29 nacionalidades distintas. «Las últimas, Costa Rica y Bielorrusia, que nunca antes habíamos tenido», cuenta la directora, que detalla que en el listado hay pequeños de «Estonia, Líbano, Georgia, El Salvador, Paraguay, Marruecos, Polonia, China…». «Ayer, por ejemplo, llegaron tres niños colombianos».

El goteo de refugiados

Nadie se atreve a establecer ninguna relación —porque «no preguntamos las circunstancias de cada familia»— pero tras el llamamiento forzoso a filas realizado por Vladimir Putin, y el abandono del país por parte de muchos rusos, se ha producido un incremento de matriculaciones de niños de esta país. Pero ninguno de ellos han solicitado recursos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), son familias compuestas por profesionales cualificados cuyo poder adquisitivo les ha permitido asentarse en España.

placeholderUna de la galerías del colegio, ubicado en un edificio con más de 400 años de historia. (P.D.A.)
Una de la galerías del colegio, ubicado en un edificio con más de 400 años de historia. (P.D.A.)

Es al caso contrario de otros muchos escolares del centro, pequeños que han acabado en Málaga huyendo de algún conflicto y que precisan de toda la ayuda posible para adaptarse a su nueva realidad. Como ese niño sirio al que aún recuerdan los profesores porque constantemente se tapaba las orejas con las manos como herida permanente de los bombardeos que había sufrido en su país; o esa estudiante ucraniana a la que en los últimos días veían triste y supieron posteriormente que su abuelo estaba escondido en el sótano de una vivienda porque llovían bombas del cielo.

Una de esas cosas que hace extraordinario al Prácticas Número 1 es que en el mismo aula conviven niños españoles y extranjeros cuyos padres son «arquitectos, médicos, pilotos…», con otros compañeros procedentes de familias refugiadas, inmigrantes o que precisan de la ayuda de los Servicios Sociales debido a su compleja situación económica.

María García es madre de dos alumnos y reconoce que inicialmente tuvo sus reparos ante un modelo de enseñanza que huye de convencionalismos y apuesta por la generación de un «espíritu crítico», por impartir la ciencia de una forma lúdica y aprender a través de técnicas pedagógicas donde el alumno no es un mero receptor de datos o conocimientos. Han pasado varios años desde que el «boca a boca» le llevó hasta este centro y afirma que no pudo elegir mejor colegio para sus hijos, porque además de la académica, también adquieren una importante educación en valores.

En el Prácticas Número 1 todas las clases se imparten con grupos de alumnos sentados en círculo, que discuten durante la clase, que no memorizan la historia, sino que la viven representando a sus protagonistas, y que aprenden botánica a través del huerto que han instalado en una de las terrazas. «Les motiva mucho ver crecer la verdura o la hortaliza que han plantado», explica Cristina, una de las profesoras, que confiesa que «se nota el que ha tocado tierra en su país».

La conexión idiomática

«La diversidad es una oportunidad» para ampliar conocimientos, señala Reina, que explica que esta escuela, por las especiales características de su alumnado, tiene unas constantes entradas y salidas de estudiantes extranjeros que «están en tránsito». Esto supone un gran reto para el cuerpo docente, que a diario busca mecanismos para integrar y enseñar a niños que no saben hablar español, que padecen una «gran carga emocional» y con los que hay que trabajar para que no se sientan aislados. Hay una clase en la que hay alumnos de 12 nacionalidades distintas y sólo tres españoles, por lo que para poder enseñar, primero hay que sortear la barrera del idioma.

placeholderEl palomar donde daba clases de pintura el padre de Picasso. (P.D.A.)
El palomar donde daba clases de pintura el padre de Picasso. (P.D.A.)

Con niños suele resultar más fácil que con adultos y se buscan actividades divertidas para que interactúen. Porque no hay nada mejor que el juego para soltarse. ¿Pero cómo es enseñar a alguien con el que prácticamente sólo te puedes comunicar con gestos? ¿Cómo hacer «ordinario lo extraordinario»? Pues con mucha dedicación e ideando recursos, señala la directora, que aclara que estos alumnos «cuentan con profesores de apoyo de castellano» y que «por las tardes hay un programa de refuerzo de dos horas».

Josué Morata es uno de los docentes adscritos a las Aulas de Temporales de Adaptación Lingïstica (ATAL) de la Consejería de Educación. Todas las semanas se va desplazando por distintos centros para ayudar a estos pequeños a mejorar sus habilidades idiomáticas y recalca que «cada estudiante te sorprende». Explica que chapurrea inglés y francés y que —curiosamente— no hay que saber muchos idiomas para acompañarles en su evolución, ya que ponen en marcha distintas técnicas para generar interés.

«En unos tres meses te entienden», dice una maestra sobre los niños que no hablan español

«Utilizamos material con muchas imágenes» e incluso traductores tecnológicos, pero una figura que es clave es la del «alumno tutor». Son escolares que «facilitan la integración» de estos chicos, que les ayudan con las lecciones y a los que les hablan para que practiquen. Para las maestras son claves, reconoce Eva Martínez, una docente con 11 años de experiencia y que en los dos que lleva en este centro ha quedado cautivada por su forma de afrontar la enseñanza. «Yo también estoy aprendiendo», sentencia con rotundidad, antes de afirmar que se apoya en los estudiantes de su clase para que los pequeños no se sientan desplazadosPaula, una compañera gallega que aterrizó no hace mucho en el cole, señala que la principal lucha es «evitar la desconexión». «Adrián, un chico ucraniano, aprendió muy rápido», recuerda, mientras que Cristina estima que «en unos tres meses te entienden y saben desenvolverse».

Una forma de «hacer barrio»

El prácticas Número 1 es algo más que un centro educativo. Es una forma de «hacer barrio» en una zona de la ciudad herida por la gentrificación, donde la proliferación de los apartamentos turísticos y el arraigo de un modelo económico basado en el ocio nocturno está provocando que muchas familias se marchen. «Nos vemos como la resistencia», afirma María García, que explica que muchos padres residentes en el centro quedan a diario con sus hijos para jugar en la calle Alcazabilla, acudir a exposiciones o realizar excursiones a Gibralfaro. Es el espíritu de la comunidad de aprendizaje, que la escuela sea el punto de partida de una red de apoyo; «porque los niños son niños, y los padres son padres, tengan o no recursos».

«Si no entendemos el colegio así, no sirve de nada», asegura, mientras ultima unos trámites en el patio del cole, adornado con carteles de la multitud de actividades realizadas y programadas: el ciclo de cine, las jornadas de igualdad, los cursos de patrimonio…

Pero no todo es de color rosen este singular centro, y hay cosas que el compromiso del personal no puede solucionar. Los achaques de un edificio con tanta solera son visibles. Lo más preocupante, la situación de la biblioteca, cerrada desde que fue apuntalada en 2019. «Muchas casas de estos niños están mal, y no queremos ofrecerle esto en la escuela«, lamenta Natalia Reina, que añade que los estudiantes tienen el acceso restringido a esta instancia y que los profesores se encargan de facilitarles los libros. El resto de desperfectos son más llevaderos, cuestiones estéticas en muchos casos, pero su reparación es menos costosa, y por eso se hace menos comprensible que se dilaten en el tiempo.

placeholderEl Prácticas Número 1 parece ocultarse del trasiego que devora cada día el Centro. (P.D.A.)
El Prácticas Número 1 parece ocultarse del trasiego que devora cada día el Centro. (P.D.A.)

El Prácticas Número 1 parece ocultarse del trasiego que devora cada día el centro de Málaga. Como si fuese un mecanismo de autoprotección ante posibles intereses especulativos. Pasar desapercibidos para sobrevivir, podría pensarse. Porque a nadie se le escapa el valor de un edificio de varias plantas en plena plaza de La Constitución. Ninguna cadena hotelera o unos grandes almacenes desecharía una ubicación tan privilegiada. Por eso los profesores del cole no quieren trasladarse, ni temporalmente, para que se acometan algunas reformas importantes. La historia del centro es una advertencia, porque cada institución que les precedió, y abandonó el edificio, jamás regresó. «Si nos vamos, no volvemos», sentencia Natalia Reina minutos antes de despedirse para atender una delegación de docentes daneses interesados en conocer el centro y su metodología.

La musicalidad del ruido de las aulas transita por las galerías que circundan las distintas plantas y conduce a recovecos a los que únicamente se accede con una gran llave de metal. Los niños caminan sobre una solería con una bella decadencia y la luz recorre el edificio de arriba a abajo abriéndose paso con fuerza a través de los ventanales. El Prácticas Número 1 late como el corazón de un recién nacido. Con más vidas que un gato y atrincherado en un sueño eterno. Irreductible.