Consignas del Campamento XIII: De la independencia, por la autonomía, al compromiso

Cuando nacemos somos totalmente dependientes de los demás. De tal manera que, si no nos atendieran y cuidaran, moriríamos sin remedio. Pero, desde nuestro nacimiento se inicia un proceso de educación que nos lleva, paulatinamente, a conseguir un mayor nivel de independencia.

Primero aprendemos a dominar el espacio, gatear, andar, correr… y eso nos hace más independientes. Al tiempo, aprendemos a comer, a asearnos, a utilizar los instrumentos y en primer lugar nuestras manos. También aprendemos a utilizar el lenguaje, y así hablamos y posteriormente  sabemos leer y escribimos. Todo ello nos hace, poco a poco, más independientes. Ya no tienen que darnos de comer, ya podemos vestirnos solos y como vamos teniendo ya uso de razón nos pueden encomendar pequeños encargos. Comprendemos lo que quieren decir las cosas y las personas  y crece nuestra independencia.

Pero todavía no nos dejan solos, dependemos de nuestros padres y tutores.  Pero pasan los años y crecemos en edad y en sabiduría y ello nos hace más independientes. Ya podemos ir  de excursión con el colegio, dormir  fuera de casa,  ir de campamentos, salir un rato con los amigos, ir solos al club… crece y crece la independencia que poseemos en función de nuestros conocimientos y capacidades y crece nuestra responsabilidad por ende.

Conforme vamos siendo más independientes va creciendo nuestra autonomía y ya cuentan con nosotros para apuntarnos o no a fútbol o baloncesto, a música o dibujo. Ya nos preguntan si queremos volver de campamentos al mismo sitio o preferimos un campus de deporte o de inglés. En función de nuestra personalidad y del estilo de familia crece la autonomía.

En todo caso llega un momento en el que la autonomía es grande y en ello influye lógicamente la edad (mayor o menor de edad), el grado de independencia económica, (ganar o no dinero), la situación familiar (si hay que ayudar en casa o no), y el estilo de familia. Hoy se da la paradoja de familias muy permisivas para muchas cosas y realmente estrictas para otras.

La independencia, que se logra con el desarrollo de las cuatro vidas  de una forma equilibrada y constante, nos lleva a un elevado grado de autonomía por haber alcanzado un alto nivel de responsabilidad.

Alcanzada la autonomía, ¿para que sirve?… para tener una mayor capacidad de comprometernos. Antes no podíamos comprometernos porque teníamos que pedir permiso a nuestros padres y sólo si ellos lo autorizaban nos podíamos comprometer. La independencia, la autonomía  tienen una única finalidad posibilitar la capacidad de adquirir compromisos.

Mucha gente confunde independencia, autonomía con irresponsabilidad, con la posibilidad de hacer lo que a uno le viene en gana sin que ello acarree consecuencias. Y ello es imposible. Nuestros actos, siempre, generan consecuencias las queramos o no.

Las personas somos interdependientes por naturaleza (ya lo hemos visto antes). Vivimos en sociedad y en familia y tenemos obligaciones sociales y familiares siempre. El crecimiento en independencia nos lleva por la autonomía a ser capaces de comprometernos con quien  queramos y “por que nos da la gana” máximo exponente de nuestra libertad.

Sólo “la verdad nos hará libres” y el encuentro con el Señor, que es el camino, la verdad y la vida, nos posibilita el que adquiramos con El un compromiso de amor y de fidelidad. ¡Ojalá, que ello, nos lleve a comprometernos con Él!  “Creer es comprometerse”.