El noveno mandamiento exige vencer la concupiscencia carnal en los pensamientos y en los deseos. La lucha contra esta concupiscencia supone la purificación del corazón y la práctica de la virtud de la templanza.
Consentir en pensamientos impuros y recrearse en ellos es apartar de nuestro corazón el amor y en concreto el amor a Dios. La complacencia de la imaginación y el deseo de placer que embotan nuestra alma que prefiere su satisfacción, manchando el corazón, que ya no le permite amar el Bien, la Bondad y el amor de Dios.
El noveno mandamiento prohibe consentir pensamientos y deseos relativos a acciones prohibidas por el sexto mandamiento.
El bautizado, con la gracia de Dios y luchando contra los deseos desordenados, alcanza la pureza del corazón mediante la virtud y el don de la castidad, la pureza de intención, la pureza de la mirada exterior e interior, la disciplina de los sentimientos y de la imaginación, y con la oración.
Amar a Dios sobre todas las cosas nos lleva a guardar el corazón para Él. Apartando de nuestra mente todo pensamiento y deseo que envilezca nuestra persona y no la haga digna de su Amor.
La pureza exige el pudor (sentimiento de vergüenza), que, presenvando la intimidad de la persona expresa la delicadeza de la castidad y regula las miradas y gestos, en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas. El pudor libera del difundismo erotismo y mantiene alejado de cuanto favorece la curiosidad morbosa. Requiere tambiénn una purificación del ambiente social, mediante la lucha constante contra la permisividad de las costumbres, basada en un erróneo concepto de la libertad humana.
La pureza del corazón nos hace semejantes a los niños, que por su inocencia ven las cosas limpiamente. Y ello, nos lleva a desear ser como ellos, porque así, podremos ver en nuestros corazones a Dios. «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios». (Mt, 5,6)