El Señor que proclama «bienaventurados los que construyen la paz» (Nt 5,9), exige la paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la ira, que es el deseo de venganza por el mal recibido, y del odio, que lleva a desear el mal al prójimo. Estos comportamientos, si son voluntarios y consentidos en cosas de gran importancia, son pecados graves contra la caridad.
La paz en el mundo, que es la búsqueda del respeto y del desarrollo de la vida humana, no es simplemente ausencia de guerra o equilibrio de fuerzas contrarias, sino que es «la tranquilidad del orden» (San Agustín), «fruto de la justicia» (Is 32,17) y efecto de la caridad. La paz en la tierra es imagen y fruto de la paz de Jesús de Nazaret el Hijo de Dios.
La paz en el mundo se refiere, sobre todo, a la paz en la familia, en nuestro lugar de trabajo en nuestro pueblo o ciudad, en nuestra tierra, dentro de nuestos circulos de convivencia, en el deporte,en el colegio o la Universidad, en nuestro barrio, etc. por eso, hemos de exmaminar si somos o no, agentes de la paz allá donde nos encontramos.
Para la paz en el mundo se requiere la justa distribución y la tutela de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto a la dignidad de las personas humanas y de los pueblos, y la constante práctica de la justicia y de la fraternidad.
De otra parte, el uso de la fuerza militar está moralmente justificado cuando se dan simultaneamente las siguientes condiciones: Certeza del que el daño causado por el agresor es duradero y grave; la ineficacia de toda alternativa pacífica; fundadas posibilidades de éxito en la acción defensiva y ausencia de males aún peores, dado el poder de los medios modernos de destrucción.
Determinar si se dan las condiciones de un uso moral de la fuerza militar compete al prudente juicio de los gobernantes, a quienes corresponde también el derecho de imponer a los ciudadanos la obligación de la defensa nacional, dejando a salvo el derecho personal a la objeción de conciencia y a servir de otra forma a la comunidad humana.
La ley moral permanece siempre válida, aún en caso de guerra. Exigen que sean tratados con humanidad los no combatientes, los soldados heridos y los prisioneros. Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes, como también las disposiciones que las ordenan, son crímenes que la obediencia ciega no basta para excusar. Se deben condenar las destrucciones masivas así como el exterminio de un pueblo o de una minoría étnica, que son pecados gravísimos; y hay obligación moral de oponerse a la voluntad de quines los ordenan.
Se debe hacer todo lo razonablemente posible para evitar a toda costa la guerra, teniendo en cuenta los males e injusticias que ella misma provoca. En particular, es necesario evitar la acumulación y el comercio de armas no debidamente reglamentadas por los poderes legítimos; las injusticias, sobre todo económicas y sociales; las discriminaciones étnicas o religiosas; la envidia, la desconfianza, el orgullo y el espíritu de venganza. Cuanto se haga por eliminar éstos u otros desórdenes ayuda a construir la paz y a evitar la guerra.