La educación personalizada y el proceso de aprendizaje
Hemos reflexionado sobre qué es educar y sobre quién es el sujeto de la educación: la persona. Ahora estamos obligados a pensar, detenidamente, sobre el otro concepto: el proceso de aprendizaje. Una de las principales obligaciones que tienen nuestros hijos, nuestros alumnos, durante su periodo de formación, es adquirir conocimientos, aprender. Y para esto deben estudiar. Ahora bien, si preguntamos: estudiar ¿qué finalidad tiene?, normalmente, la respuesta que recibimos no coincide con lo anterior.
Si consideramos su finalidad inmediata – que guía el comportamiento de la mayoría de los alumnos, de muchos de los padres y, también, de muchos de los profesores – la finalidad del estudio no es otra que la de aprobar. Ahora bien, para aprobar sólo existe un medio, y no hay otro: aprender, saber lo que no se sabe.
Pero, veamos cómo se puede alcanzar el éxito en los estudios y en qué consiste estudiar. Investigaciones realizadas para conocer los factores de éxito en el estudio nos determinan, en porcentajes, la incidencia de dichos factores.
Así, la inteligencia tiene una influencia de entre el 50% al 60% (entendida ésta como el nivel o coeficiente intelectual del alumno) El segundo factor de éxito, con un 30% a un 40%, es la voluntad unida a la manera de estudiar, a la utilización correcta de apropiadas técnicas de estudio. Estas últimas son estrictamente necesarias para sacar el máximo rendimiento a la inteligencia y facilitar la acción de la voluntad. El tercer factor (con un 10%) es la suerte.
Respecto al primer aspecto, el coeficiente intelectual del alumno, está claro que cada persona tiene una determinada capacidad intelectual y con ella tiene que trabajar y vivir.
Ahora bien, poseer un coeficiente intelectual alto obliga a asumir la responsabilidad de aprovechar al máximo esa capacidad recibida gratuitamente. En estos casos, el quehacer intelectual realizado puede llegar a tener menor merito en comparación con quienes no disfrutan de esa ventaja. Por eso, hay que exigir, y exigirse, unos resultados acordes con las capacidades reales del hijo – alumno. Sólo así el trabajo realizado, el estudio, será realmente meritorio.
De nuevo, aquí aparece la educación de la libertad. La libertad personal es el principio radical del mérito. Y el mérito es el derecho a la recompensa por el trabajo hecho lo mejor posible, consecuencia del esfuerzo realizado para conseguirlo.
Pues bien, analizados estos datos, donde podemos actuar directamente es en el campo de la voluntad y en la adquisición y dominio de las necesarias habilidades o técnicas de trabajo intelectual que permitan adquirir al alumno aquellos hábitos que le garanticen el éxito.
Estas dos realidades: la voluntad y el modo de estudiar son interdependientes. Tener voluntad no es más que poner en práctica lo decidido y depende muy mucho de la motivación del alumno. (Sirve también esta digresión para padres y profesores).
Pero, antes de profundizar en el estudio de la motivación, es necesario que nos paremos a pensar en lo que realmente es estudiar. De lo valioso que es el estudio y cómo estudiar bien, del mejor modo posible.
Debe estar claro que estudiar no es un fin, sino un medio. Se estudia para aprender, para hacer tuyo, para interiorizar, conocimientos nuevos. Que luego, o a la vez, deberán ser memorizados. Así pues, estudiar es un proceso intelectual que se realiza, conjuntamente, por medio de la inteligencia y de la voluntad para aprender lo que no se sabe. De aquí se deducen dos conclusiones: la primera, que si se sabe se aprueba y la segunda, que es imprescindible tener como objetivo querer saber, querer aprender, y no sólo aprobar.
En dicho proceso, el principal obstáculo con el que se tiene que enfrentar la inteligencia para aprender lo nuevo es ser capaz de comprenderlo. Porque, para poder conocer y después operar sobre nuevos conceptos, hay que dominar todo aquello que tiene relación, directa o indirectamente, con lo nuevo.
En concreto: condiciona muy mucho la capacidad de comprensión la existencia de lo que comúnmente se llama falta de base. Hay que tener unos conocimientos mínimos sobre los temas que se abordan en el estudio. Y, si estos conocimientos no se tienen, bien porque se han olvidado o bien porque se memorizaron sin ser comprendidos o simplemente porque nunca se estudiaron, es preciso determinarlos personalmente, individualmente. Esas lagunas, las faltas de base existentes sobre la materia que se estudia, serán el objetivo de aprendizaje prioritario en cada momento.
Superado este escollo, es muy importante tener presente que estudiar es el medio idóneo para aprender. Y ese algo, de nuevo, necesita ser comprendido para lo cual se necesita pensar. Decía Pascal que “más importante que aprender es aprender a pensar”. Y pensar, con la finalidad de comprender, tiene sus reglas, su método. Si no se hace así, en el mejor de los casos, el alumno no tiene más remedio que intentar memorizar lo que no entiende (se refugia así en la estricta memorización de las ideas, textos o procesos). Y en el peor, se da por vencido: el esfuerzo que realiza no tiene para él ninguna compensación ni intelectual, ni personal. Abandona los estudios, con la consiguiente pérdida de autoestima y valoración como persona en el ámbito escolar, familiar y social.
Definitivamente llegamos a la conclusión de que el estudio es un medio para aprender. Que estudiar requiere pensar con rigor, con método, para llegar a comprender de modo tal que se abra el camino al deseo de saber más, a completar los conocimientos adquiridos, a establecer relaciones y a formular nuevas preguntas que originen novedosas y creativas respuestas. En concreto: fomentar el deseo, tan propio del ser humano, de alimentar su inteligencia con la adquisición de aquellos conocimientos y técnicas que le den la seguridad en sí mismo que le es tan necesita para enfrentarse a una vida plena de autonomía.