Los padres somos los principales responsables de la educación y, por ello, del estudio de nuestros hijos. En consecuencia, el ambiente y las actitudes que los padres adoptemos respecto a sus estudios tienen la misma importancia que sus propias capacidades. Sobre todo al principio.
Está claro que el hijo es el protagonista principal: él es quien tiene que asistir a las clases, estudiar y obtener las mejores calificaciones posibles. Y, también, que el Centro Académico donde cursa sus estudios juega un destacado e imprescindible papel en su formación. Pero “la responsabilidad es de los padres, de la familia”.
Aceptando esta premisa los padres podemos adoptar distintas actitudes:
- Actitud de control.
Es la que toman aquellos padres que «sólo se preocupan por el tema de los estudios» y, dentro de este grupo, los que «sólo se interesan cuando llegan las notas», sobre todo si éstas son «malas».
Evidentemente, esta actitud supone «reducir» al hijo y verlo, preferentemente, bajo el punto de vista de lo que «hace», de los «resultados». De este modo queda supeditada la relación padres – hijos a sus «calificaciones» y se olvida que, para que esa relación sea correcta, más importante que lo que las personas «hacen» es lo que las personas «son».
Para decirlo de una forma más gráfica: nuestros hijos «no son, sólo, buenos o malos estudiantes». Son «nuestros hijos» a los que debemos «ayudar» a desarrollar su libertad y responsabilidad personal.
Es cierto que se les conoce más por lo que hacen que por lo que dicen que » van a hacer». También es cierto que deben de estudiar bien para aprender y, si pueden, sacar las mejores «notas». Sin embargo, no podemos olvidar que las calificaciones son la «consecuencia» de la interrelación de un conjunto de elementos vitales que influyen en la tarea que nuestros hijos realizan: su estudio. Así como, y esto es más importante todavía, que el estudio es «un» algo más dentro de su proceso de maduración y desarrollo de la personalidad. Aunque, para conseguirlo sea precisamente el estudio el medio más adecuado.
Está claro, entonces, que saber «lo que hacen» se convierte en el punto de partida para ayudarles: es necesario «conocer» la realidad personal de cada hijo.
Pero, también es importante saber «porqué» estudian y «cómo» lo hacen. Si no, cometeremos el grave error de olvidar y privar al estudio de sus enormes posibilidades educativas que es donde radica la motivación para estudiar.
La segunda postura que se puede adoptar es la siguiente:
- Centrar el estudio de nuestros hijos dentro del campo de su educación como personas.
Para esto, se debe considerar «que es» estudiar y «para qué» estudian nuestros hijos. De ahí, y de ningún otro lugar, deben salir los objetivos educativos que nuestros hijos deben descubrir y plantearse como metas a alcanzar. En este sentido, y para saber qué es estudiar, vemos que el estudio «es» un medio para:
- 1. Adquirir conocimientos.
- Desarrollar sus capacidades intelectuales. Cuando estudian tienen que pensar, analizar sintetizar, memorizar, expresarse, leer, crear, imaginar, relacionar, etc. etc. Al ejercitarlas intencionalmente, estas capacidades se desarrollan.
- 3. Crecer en valores: orden, sinceridad, obediencia, perseverancia, fortaleza, sociabilidad, responsabilidad, amistad, etc.
Pero, ¿cuáles son los motivos que les llevan a estudiar?
Motivaciones en el estudio
Un motivo pobre sería estudiar sólo para aprobar. Sin embargo, conviene convertir el estudio en un motivo con mayor fuerza. Si nos atenemos a la realidad, nuestros hijos al estudiar:
* Se están desarrollando como personas.
* Viven la satisfacción del trabajo bien hecho.
*Aumentan su autoestima al recibir el reconocimiento de padres, profesores, compañeros y amigos al cursar sus estudios con éxito.
* Aprenden a cumplir sus obligaciones, aunque no les guste. Se hacen responsables en el ámbito personal, familiar y social.
* Incrementan sus conocimientos. Enriquecen su inteligencia y empiezan a estar en condiciones de ayudar a los demás, etc.
Estas son las verdaderas motivaciones que, entendidas como el efecto del descubrimiento de lo que es valioso, debemos ayudar a que las descubran para que, luego, decidan poner su voluntad en marcha con el fin de verlas satisfechas. Debemos tener la seguridad de que, haciéndolo así, en el esfuerzo que realizan para hacerlo bien, es cuando son felices.
Pero, hay otros aspectos en los que los padres podemos y debemos intervenir. Son aquellos que facilitan el estudio y, también, procuran eliminar los elementos que lo hacen una tarea innecesariamente ardua y, a veces, desagradable. Estos factores positivos son los que llamamos «factores ergonómicos»
Los deberes de los padres
Entre los deberes que tenemos los padres hay que mencionar:
- Crear un clima positivo de estudio. Significa:
a.- Interesarnos realmente por sus estudios. Se trata de participar, a ser posible activamente, en el trabajo de los hijos.
b.– Considerar que lo que hacen es un verdadero trabajo.
c.- Valorar dicho trabajo “como una tarea normal”, nada extraordinario, que deben realizar todos los días y que les cuesta esfuerzo y sacrificio. Deben saber que tiene más valor, y que por eso valoramos más, el esfuerzo que hacen que los resultados, aunque también sepamos reconocerlos.
Para ello, tiene mucho valor el ejemplo. Pero, ¿cómo? Pueden servir los comentarios positivos que de nuestro propio trabajo hacemos los padres, en presencia de los hijos. O, también, si queremos que nuestros hijos lean, nos tienen que ver leer, y aprovecharlo para darles a conocer lo jugoso, ejemplar y positivo que hemos encontrado en la lectura.
d.- Facilitarles un lugar adecuado y tranquilo para estudiar.
e.- Ayudarles a que se acostumbren a ponerse a estudiar a la misma hora.
Tiene mucha importancia para los hijos pequeños. Es un hábito que conservarán más adelante.
2.- Escuchar a nuestros hijos.
Para ello debemos:
a.- Estar siempre pendientes, a través de un continuo diálogo, de los problemas, éxitos y fracasos que el estudio les presenta, directa o indirectamente.
b.- Mantener una estrecha relación con los tutores para intercambiar información, evitar problemas futuros o solucionar los que se presenten.
c.- Ayudarles en todo lo posible. Esta ayuda debe ser la adecuada: ni más de la que necesitan, ni menos. Además, ya sabemos que cada hijo es distinto por lo que, en el ámbito de la familia, debe darse una actitud de exigencia comprensiva o de comprensión exigente, adecuada a cada hijo.
d.- No fomentar nunca las comparaciones y las actitudes competitivas entre hermanos, compañeros del centro escolar, familiares, amigos.
e.- Conocer y tratar a los amigos y compañeros del centro donde estudian, ayudarles, escucharles; conocer y hablar con sus padres, si es posible; invitarles a que vengan a casa.
f.- Procurar que nuestros hijos sepan estudiar, pensando para saber y no sólo para aprobar. Si queremos que se desarrolle una efectiva motivación ante el estudio es muy importante que estudien bien, lo que les va a permitir aumentar el rendimiento y evitar el aburrimiento.
Saber estudiar consiste en tener un buen método de estudio y aplicar a cada asignatura las técnicas más apropiadas. No basta con meterle muchas horas, hay que saber hacerlo.
Lo que los padres queremos para nuestros hijos es que se vayan convirtiendo en personas serias, trabajadoras, responsables y que sean felices. En educación no hay fórmulas mágicas: a cada hijo hay que darle lo que necesita de acuerdo con sus posibilidades y teniendo en cuenta su edad.
El deber de los padres ante el estudio de nuestro hijo es ayudar a salvar obstáculos, no a quedarnos quietos como meros espectadores o, en el peor de los casos, en vez de ayudar a superar los obstáculos, a aumentarlos.
¿Aumentarlos?
A veces sí. Frecuentemente, los estudios de los hijos se convierten en causa de discusión entre padre y madre al no estar de acuerdo en los criterios educativos que, uno u otro, utilizan con sus hijos. Las discusiones tensionan, entristecen y, a menudo, les hace sentirse culpables. Otras veces, les sirve para no hacer caso, a uno o al otro. Está claro que no es el camino
Los dos a la vez, antes de tomar decisiones y comunicarlas a los hijos, decisiones generales referidas a comportamiento, normas, horarios de salida o vuelta a casa, etc. o decisiones puntuales, como las que se originan cuando llegan las ”malas notas”, los padres deben de hablar primero, a solas, y ponerse de acuerdo para, después, hablar con los hijos serenamente, sin levantar la voz, escuchando su propuestas y planes de mejora que hayan pensado hacer y concretando los medios que van a utilizar. Así, no vale con que digan. “Voy a estudiar más”. Deberán añadir las costumbres negativas que van a abandonar, y concretar cómo van a compensar los daños ocasionados por las omisiones y errores cometidos.
En síntesis: comprensión y exigencia en un ambiente de cariño, pero con firmeza.