Se educa a personas. Pero, ¿Quién es la persona? Una persona es un ser viviente superior, con inteligencia. Tiene la capacidad de conocer, de pensar y razonar para, después, elegir, decidir y llevar a cabo sus decisiones. Ahora bien, para que sus actos sean realmente inteligentes, el proceso de razonamiento no puede estar viciado en su origen.
Razonar adecuadamente está condicionado por lo que es la verdad de su propio ser personal, lo que es verdadero, y lo que es bueno para él. En caso contrario, como mínimo diremos que es una pérdida de tiempo dedicarse a conocer lo que es falso, lo que no es bueno, poniendo en riesgo, además, sus consecuencias inmediatas: las decisiones y acciones que se acometen. Y, esto sí que es grave,
A la vez, la persona es un ser que posee voluntad. Para sintetizar esta idea podemos decir que la voluntad es la capacidad de aceptar, de elegir, de decidir y de actuar. Y actuar, también, en función de lo que es bueno, de lo que es el bien propio, primero para uno mismo y, en consecuencia, para los demás. Precisamente, para saber si lo que voy a hacer es algo que me beneficia, debo considerar antes si mis actos, las decisiones que tome sirven para ayudar a mejorar a otros o, como mínimo, para que no les perjudiquen.
Y, también, la persona tiene la capacidad de querer, de desear lo que la inteligencia (la razón) y los sentidos (también llamados ventanas de la interioridad) le presentan. Es decir, posee sentimientos y deseos. Ahora bien, en ocasiones, estos sentimientos y deseos se traducen (como tantas veces podemos comprobar) en hacer aquello que apetece más, que gusta más, que no exige esfuerzo, que no compromete, aunque tenga poco o nada que ver con lo que se debe hacer, con las decisiones que se deben tomar.
Esto nos lleva a establecer otro principio o criterio imprescindible si queremos valorar adecuadamente y, en consecuencia, para que esa correcta valoración presida la toma de decisiones.
La pregunta clave es: ¿Qué es lo que debo hacer? ,aunque, por el contrario, tendemos a preguntarnos: ¿Qué es lo que me apetece hacer? Porque no es lo mismo hacer lo que debo (aquí radica la necesidad de esforzarse) que hacer lo que me apetece (normalmente, no requiere esfuerzo). Aunque, cuando la persona está suficientemente formada y ha adquirido un nivel suficiente de madurez, comprueba que lo que apetece hacer es, precisamente, lo que debe hacer.
Para el educador – y para el educando – es preciso que se establezca claramente esta distinción. Si presentamos claramente la opción de elegir entre hacer lo que debo y hacer lo que me apetece, estamos promoviendo, siempre, la libertad y la responsabilidad personal. Y este es el objetivo primero de la educación personalizada.
No podemos olvidar que la responsabilidad de toda acción u omisión, y de sus consecuencias, es propia. Sin embargo, la mayoría de las veces, son los padres y profesores los que, de forma inmediata, sufren las consecuencias y son ellos, sobre todo los padres, quienes asumen la responsabilidad que propiamente corresponde a los hijos – alumnos. Aunque, a medio y largo plazo son los hijos – alumnos quienes finalmente sufrirán las consecuencias. Esa es una de las funciones del educador: procurar que no se equivoquen.
Por último, debemos considerar con seriedad y rigor intelectual la cuestión fundamental del ser humano: su origen y su fin. Es preciso recuperar la verdad, reconciliar al hombre con su naturaleza, establecer cuál es su fin, el sentido de su existencia, restaurar la razón del vivir una vida que merezca la pena ser vivida. Porque la libertad sin referencia alguna a la verdad de la persona acaba siempre en alienación y angustia.
Así, se presenta la cuestión de si la persona es un ser creado, trascendente, o un ser reintegrable a la naturaleza. En el primero de los casos, para quienes creemos que ha sido creado, es de obligada necesidad, por coherencia intelectual, preguntarse ¿quién me ha creado y para qué me ha creado?
Esta no es una cuestión sin importancia, aunque así nos lo quieran presentar en la actualidad. La existencia de un Dios Creador no depende de que el hombre dé su consentimiento a esa existencia. Es evidente que Dios existe, independientemente de lo que el hombre piense. Así pues, es necesario abrir de nuevo el diálogo entre laRazón y la Fe.
Resumiendo todo la anterior, podemos afirmar que la educación de la persona es una educación de su libertad y responsabilidad personal. Que su libertad no es un pasaporte para hacer lo que en cada momento apetece, sino que es una libertad condicionada a su fin último: ser feliz, siendo él mismo. Y que debe ser él quien descubra, ayudado por sus educadores, dónde y cómo va a ser feliz. Por esto es por lo que la felicidad puede ser propuesta como un objetivo para la voluntad. La verdad nos hace libres, y lo que es bueno, la bondad, nos hace felices.
Conviene que sigamos profundizando sobre quienes somos: sobre el concepto de persona. De forma complementaria, pero muy esclarecedora.
La persona es un ser de valores. Así, la fortaleza, la autoestima, el optimismo, la obediencia, la sinceridad, el orden, la laboriosidad, la amistad, la sociabilidad, el respeto, la comprensión, la alegría, la lealtad, etc. son las virtudes (hábitos operativos buenos) que es preciso ayudar a desarrollar en el hijo – alumno, puesto que su carencia condiciona su libertad. Quiere, pero no puede. Por eso se dice que una persona sin valores, sin capacidad de esfuerzo, sin capacidad de acometer lo que realmente es bueno, tiene una libertad atada, condicionada.
Asimismo sabemos, y decimos, que la carencia de valores son los defectos de la persona. Aquí conviene hacer una importante reflexión: los defectos no son permanentes. Los defectos (carencia de virtudes), son potencialidades dormidas; es decir, con posibilidad de desarrollarse, de adquirirse. De tal modo, que la educación no es otra cosa que la educación en valores. Pero, siguiendo el mismo argumento, sin la posesión de un mínimo de estos valores la educación, la posibilidad de la mejora personal, se hace, si no imposible, muy difícil. Y esto lo podemos constatar observando la situación educativa actual.
En conclusión, podemos afirmar que la educación personalizada no es otra cosa que la educación en valores; que es lo mismo que educar en libertad y en responsabilidad personal.
Pero, para ello se necesitan educadores rebeldes, que no se conformen con lo que hay, que asuman sus propias responsabilidades, que quieran de verdad a sus hijos – alumnos, que estén dispuestos a asumir el riego que supone educarles para que sean auténticamente personas libres y responsables.
Y, el resultado no puede ser otro que la aparición de hijos – alumnos rebeldes, esforzados, conocedores en profundidad de los saberes y destrezas que van aprendiendo, inconformistas con la mediocridad, seguros de sí mismos, y que aspiren a la excelencia personal, familiar y social.
Esta puede y debe ser la meta de los educadores. Y el medio: la exigencia comprensiva, personal, combinada con la comprensión exigente, amable pero firme. Y, como siempre, poniendo por delante la auto-exigencia.
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