El sistema educativo está en crisis. Las quejas son generalizadas. Además, los gobernantes, los padres, profesores y alumnos ponen en tela de juicio el quehacer de unos y de otros.Los afiliados a cadauno de estos grupos viven relimentandose de sus quejas, exigiendo a los otros un cambio de comportamiento que, a menudo, corresponde a la necesidaad de querer justificar su propio comportamiento. Consiste en no querer asumir la responsabilidad de los propios errores. La autocrítica personal no existe. No se da. ¿Que estoy haciendo mal? ¿Cómo lo puedo hacer mejor? ¿En que puedo mejorar yo? ¿Cómo puedo ayudar a mejorar a esta familia, a este alumno, a este profesor?
Así, los informes que periódicamente se dan a conocer, constatan el fracaso escolar existente. Y salvo excepciones, no se observa el deseo real de cambio en los protagonistas, los alumnos, que venga a modificar su actitud y, por tanto, los resultados negativos que se dan en la actualidad y desde hace ya bastantes años.
Pero, cabe preguntarse: A que estamos esperando los padres, profesores y alumnos? ¿Que debemos hacer?
Desde luego, nunca será el mejor medio seguir ciegamente consignas ideológicas que limitan e impiden bucar y poner los medios adecuados para mejorar la calidad de la educación. Esto lleva a la confrontación partidista, que es inoperante y, lo que es peor, a generar en los hijos y alumnos un permanente estado de duda, inseguridad, hastío y/o violencia (lo estamos viendo recientemente) que les lleva a perder de vista lo único que les puede y debe interesar: su formación intelectual y humana.
La educación de cada persona y el trabajo intelectual (el estudio que realizan nuestros hijos- alumnos) exige una actitud firme, una predisposición individual decidida de mejora personal para cambiar lo mucho, creo, que cada uno debe cambiar. Y ello a nivel personal. Cada uno de los actores (padres, profesoresy alumnos) deberíamos saber ya que las mejoras necesarias no van a venir de fuera, de nuevas leyes, recursos materiales y otras entelequias con las que nos venimos entreteniendo y nos entretienen diariamente. Ni tampoco de las presiones de unos grupos sobre los otros, que normalmente se pierden en oponerse a todo cambio, a veces por principio o, lo que es peor, por sustentar ideas que se circunscriben sólo a los aspectos materiales, cuantitativos y su perficiales.
No cabe dudade que educar es una tarea apasionante y, como en todo lo que hay pasión, costosa. Es vocacional (respuesta dada libremente a una llamada) pero que exige, siempre, realizar un determinado esfuerzo (mayor o menor según las circunstancias) si realmente queremos hacer las cosas mejor para lograr la eficiencia y la eficacia que se nos demanda.
Educar con el ejemplo
Ese esfuerzo corresponde, en primer lugar, a los padres y profesores si entendemos que es imprescindible educar con el ejemplo.
Si en los padres y profesores no existe coherencia entre lo que piensan, dicen y hacen, es casi imposible que puedan orientar, influir y educarles como personas que sean auténticamente libres y responsables. Es así, porque se carece de autoridad moral para que acepten lo que se les proponen. Poor esto mismo, entre muchos de nuestros adolescentes y jóvenes cunde el desánimo. Pocas de las cosas que les ofrece hoy la sociedad merece la pena. Y se convierten en pasotas. Pasan de todo. Reflejando en que se máxima aspiración como estudiantes es pasar de curso … como sea.
Salir de la mediocridad
Y, en segundo lugar, los hijos-alumnos deben querer empeñarse en salir de la mediocridad, de la indolencia. Si no existe una predisposición de esforzarse, de acometer con intensidad la noble tarea que diariamente tienen que realizar, cultivar su inteligencia y su voluntad durante el periodo de aprendizaje, es imposible que progresen o, lo que es lo mismo que dominen tanto los aspectos teóricos, como la correcta realización de las tareas y ejercicios propios de cada asignatura.
Edificar la inteligencia va a permitir al educando ampliar el horizonte de sus deseos y necesidades. Y cultivar su voluntad le hará dueño de sus actos.
Pararse a pensar
Pero, para que esa decidida actitud de mejora personal, tome carta de naturaleza, para que en nuestro interior surja de modo imperioso la necesidad de tomar decisiones, es decir, se concrete en acciones puntuales, es preciso pararse a pensar. Éste es el primer obstáculo que habrá que superar, dada la actual predisposición a inhibirse de los problemas que cada uno tiene. Sólo nos ocupamos de quejarnos y dejar en manos de otros la solución de dichos problemas.
Orientar la vida por la razón
Así pues, padres y profesores, tendremos que pararnos a pensar sobre lo que estamos haciendo, como lo hacemos, por qué y para qué lo hacemos o mejor,para quién lo hacemos.
La tarea de educar es una acción compleja, compartida y complementaria. Los padres con losprofesores, y a la inversa, para que todos juntos, propiciemos la autoeducación de los hijos-alumnos, que son los auténticos protagonistas de la educación. Por supuesto, respetando y apoyándoseentre ellos en aquellos campos que le son propios y en los que deben tener la suficiente autonomía (como padres, como profesores y como hijos-alumnos) para que así puedan asumir la responsabilidad que a cada uno le corresponde.
Conviene reflexionar detenidamente sobre este último aspecto. Se observa, en muchos alumnos, una falta de respeto hacia los profesores que, en ocasiones conlleva a agresiones verbales y hasta físicas y por supuesto desobediencia. Por ésto no sorprende saber que estamos ante un grupo de profesionales que cuenta con el mayor porcentaje de bajas por depresión, por no hablar de desmotivación y angustia de personas que, tras muchos años de estudio y un salario reducido, ven como su autoridad, no sólo no es respetada por los alumnos, sino que los primeros en cuestionarla son los padres.
Posiblemente, estos padres, que gustan llamarse «amigos » o «colegas» de sus hijos, antes que «padres» y que aborrecen palabras como «disciplina» o «esfuerzo», crean que defendiendo a sus hijos frente a sus profesores están ganando su confianza sin darse cuenta que son niños que, por ese camino, no van a alcanzar la madurez necesaria para enfrentarse, ellos sólos, con los retos que les va a presentar la vida. Creen que todo les es debido, con nula resistencia a las muchs frustraciones que les esperan, porque piensan que papá y mamá siempre van a estar ahí para solucionarlo todo.
Lo más lamentable es que ese niño encantador que tienen en casa tampoco les va a respetar a ellos. Porque los niños no necesitan papás que sean amigos o colegas. Necesitan modelos, referentes, padres a los que admirar, maestros a los que emular. Pero, ¿cómo van a hacerlo si los unos desautorizan a los otros?
¿Qué es educar?
La palabra educar contempla dos acepciones, cuyo origen son las palabras latinas educare y educere.
Por la primera de ellas, educare, se entiende la educación como un proceso gradual de dar información (no adoptrinamiento) y dar formación. La segunda, educere, indica la acción cuyo objetivo es extraer del interior de la persona aquellas actitudes, deseos, sentimientos y valores positivos que en todo ser humano se dan en estado latente y que necesita actualizar (poner en acto) para vivir su propia vida personal, familiar, profesional y social.
Ahora bien, tanto la información que se da, como los deseos o sentimientos, actitudes y valores que queremos vivir, y que los demás conozcan y vivan, tienen que estar presididos por dos premisas fundmentales: tienen que estar en consonancia con la verdad del ser personal; es decir, ser verdaderos y ser buenos.
Ser uno mismo
Y, volvemos a recordar algo anteriormente esbozado: el concepto de educador.
Es evidente que los primeros responsables de la educación son los padres y de modo subsidiario, los profesores y la propia sociedad. Dicho ésto debemos señalar que la finalidad del educador, de su acción educativa no puede ser otra que promover la autoeducación del alumno, del hijo, y esto significa propiciar el desarrollo de su libertad y responsabilidad personal.
Ahora bien, después de hablar de la responsabilidad principal de los padres en la educación de los hijos, conviene buscar, desde el punto de vista de la eficacia, una justificación pragmática de la familia en función de la tarea educativa que realizan.
La eficacia de la familia en la educación de los hijos
Para hablar de eficacia tendremos que aclarar en que sentidos entendemos esta palabra. Se puede hablar de tres aspectos en el concepto de eficacia:
a) Rendimiento. Es decir, conseguir los mismos resultados con menor esfuerzo; conseguir los mismos resultados en menos tiempo; conseguir mejores resultados con menor esfuerzo, etc. Esto implica el desarrollo de valores: orden, laboriosidad, esfuerzo…
b) Satisfacción personal:
La eficacia también contempla unos resultados para el protagonista de la acción. Puede rendir mucho, pero sin realizar una acción eficaz, porque no encuentra una satisfacción personal que le realimente hacia futuros esfuerzos. Significa auto-motivación.
c) Desarrolo personal:
La eficacia no se agota en sí. Como está enfocada hacia el futuro la situación no puede quedar estática. Por un lado, es el mismo protagonista el que necesita «crecer», del mismo modo que el objeto de la acción que emprende también requiere avanzar, de tal forma que tiene que haber desarrollo personal, como consecuencia de la acción, para que haya eficacia real. Que es lo mismo que hablar de auto-educación.
Así pues, la familia es el ámbito idóneo para la educaión de los hijos, porque lo que caracteriza a esta insitutción es su interés en promover, en todos sus integrantes, el óptimo desarrollo personal, el mayor rendimiento, y la más plena satisfacción personal. Es decir, que sean felices.