Nadal, listo para otra tarde de gloria en París

La celebración, esta vez, es pura euforia y viene a explicar muchísimas cosas. Es el gesto tan típico de Rafael Nadal, puños hasta el infinito, mirada al cielo, un grito de liberación que contagia a su gente. Porque el triunfo, que viene a ser el 99 en este escenario, implica llegar a otra final en París, y dadas las circunstancias solo se puede estar feliz, qué menos. Pero lo que realmente festeja Nadal es que ha dado el salto de calidad necesario para aspirar al decimotercer mordisco en la Philippe Chatrier, iluminado por el sol de mediatarde, lo más parecido al París primaveral de cada año. Después de algo más de tres horas de un tenis notable, el español, en su mejor día, frena el ímpetu de Diego Schwartzman y queda a un pasito, solo a uno, de abrazar otro monumento en Roland Garros. Novak Djokovic, el mayor de los enemigos, le separa de la eternidad (mañana, 15 horas, DMAX y Eurosport).

Pensándolo bien, puede que ya esté instalado en ella, pero lo que implica vencer mañana es cosa seria. El triunfo centenario en el Bois de Boulogne supondría su vigésimo Grand Slam, y solo Roger Federer ha llegado a una cota tan alta. En su día, cuando nació la rivalidad más bonita del tenis, costaba imaginar que habría igualdad en ese aspecto, pues el suizo siempre tuvo margen de sobra, pero la evolución de Nadal a lo largo de su carrera ha sido asombrosa, tanto que, con 34 años, sigue mandando en el circuito con el mismo entusiasmo que cuando empezó. Basta leer sus estadísticas en París y confirmar que llega otra vez a la final sin dejarse ni un solo set por el camino, como en 2007, 2008, 2010, 2012 y 2017. Sus números dan miedo, la verdad.

Soluciones y jerarquía

«Estar en otra final significa mucho para mí y más tras un año tan difícil, después de todo lo que estamos pasando. Es mi segundo torneo y es una alegría estar en la final de Roland Garros», expone Nadal en caliente, todavía sin tiempo para analizar su partido contra Schwartzman. En realidad no hace falta porque tiene todos los puntos en la cabeza y sabe que, esta vez sí, su encuentro ha sido perfecto desde el principio, puede que con la única pega de no resolver antes en el tercer set cuando dispone de una rotura a su favor. En cualquier caso, encuentra soluciones en la adversidad y entierra la reacción de Schwartzman –bravo por su resistencia– en un tie break abrumador, una cuestión de galones, orgullo y jerarquía.

Nadal ha ido de menos a más y ha dado un paso al frente justo cuando era necesario, alegre su tenis ahora que huele a champán. No hubo nada que destacar de sus cuatros primeros partidos y solo el de cuartos, ante Jannik Sinner, exigió algo más de sudor, igualmente finiquitado por la vía rápida sin que el inicio fuera excesivamente bueno. Schwartzman, quien le tumbó en Roma tres semanas atrás, entiende rápido que lo de la Chatrier no será lo del Foro Itálico y se ve siempre en desventaja pese a ofrecer resistencia desde el primer juego, que se prolonga durante 14 minutos. En cualquier caso, en las distancias largas no hay nadie como Nadal, quien acepta gustoso el debate.

Funcionó por fin el revés cruzado, que apenas había exprimido, y la derecha parece tener la velocidad de antes, todo son buenas noticias. Además, no ha consumido demasiada gasolina y llegará con más horas de descanso a la final, tiene su relevancia el dato cuando ya sumas 34 años. «Estoy en una final y no he perdido un set. Claro que ha habido otros años que me sentía más seguro o tenía mejores sensaciones de juego, pero estar donde estoy tiene más valor porque las condiciones no son las mejores para mí. La semifinal ha sido mi mejor partido, sin ninguna duda», aporta.

Efectivamente, el curso ha sido tan raro que, por primera vez, Nadal se ha plantado en Roland Garros sin un título previo en la tierra europea, si bien es cierto que únicamente jugó en Roma. También hay mil aspectos que no le benefician en este París (bolas, clima, luz artificial, techo si hay lluvia…), pero su capacidad para sobreponerse es lo que le hace grande. «Es muy difícil ganarle aquí, siempre encuentra soluciones», reflexiona en voz alta Schwartzman con un tono casi de resignación, incrédulo porque por un momento se vio con opciones de alargar la velada y sin saber cómo estaba recogiendo los bártulos. «Hay momentos en los que uno siente que está ahí, que le puedes llevar al cuarto, que le vas a ganar un set, que el partido se está poniendo peleado, que quizás estás dominando los puntos y, de repente, terminó el partido. A muchos otros les ganas los sets y jugadores como él tienen un control muy grande de casi todo. Lo de Rafa es impresionante. Yo estoy contento por mi semifinal y él va por su torneo número 13 acá, imagínate». Pues eso, una barbaridad.

En la última estación aguarda Djokovic, un Djokovic que da miedo. Lleva 37 victorias en este 2020 y solo perdió el partido del pelotazo en Nueva York al quedar descalificado. Desde 2015 que no juegan en Roland Garros (venció el serbio con un Nadal escaso de confianza) y han disputado aquí dos finales, sobra decir quién se las llevó. «Tengo que mejorar para ganar la final», advierte el zurdo, pues sabe que el reto es mayúsculo. No puede haber un último combate mejor que éste.