La guerra y los combatientes.
Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, y veas caballos, carros y un pueblo más numeroso que tú, no les tengas miedo; porque está contigo Yahvé tu Dios, el que te sacó del país de Egipto.Cuando estéis para entablar combate, el sacerdote se adelantará y hablará al pueblo. Les dirá: «Escucha, Israel; hoy vais a entablar combate con vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no tengáis miedo ni os turbéis, ni tembléis ante ellos, porque Yahvé vuestro Dios marcha con vosotros para pelear en favor vuestro contra vuestros enemigos y salvaros.» Luego los escribas dirán al pueblo: «¿Quién ha edificado una casa nueva y no la ha estrenado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y la estrene otro hombre. «¿Quién ha plantado una viña y todavía no la ha disfrutado? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y la disfrute otro. «¿Quién se ha desposado con una mujer y no se ha casado aún con ella? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y se case con ella otro hombre.»
Los escribas dirán además al pueblo: «¿Quién tiene miedo y siente enflaquecer su ánimo? Váyase y vuelva a su casa, para que no desanime el corazón de sus hermanos como lo está el suyo.» En cuanto los escribas hayan acabado de hablar al pueblo, se pondrán al frente de él jefes de tropa.
La conquista de las ciudades.
Cuando te acerques a una ciudad para combatir contra ella, le propondrás la paz. Si ella te responde con la paz y te abre sus puertas, todo el pueblo que se encuentre en ella te deberá tributo y te servirá. Pero si no hace la paz contigo y te declara la guerra, la sitiarás. Yahvé tu Dios la entregará en tus manos, y pasarás a filo de espada a todos sus varones; las mujeres, los niños, el ganado, todo lo que haya en la ciudad, todos sus despojos, lo tomarás como botín. Comerás los despojos de los enemigos que Yahvé tu Dios te haya entregado. Así has de tratar a las ciudades muy alejadas de ti, que no forman parte de estas naciones. En cuanto a las ciudades de estos pueblos que Yahvé tu Dios te da en herencia, no dejarás nada con vida, sino que las consagrarás al anatema: a hititas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas, y jebuseos, como te ha mandado Yahvé tu Dios, para que no os enseñen a imitar todas esas abominaciones que ellos cometen en honor de sus dioses: ¡pecaríais contra Yahveh vuestro Dios! Si, asedias una ciudad, tienes que sitiarla mucho tiempo para tomarla, no destruirás su arbolado metiendo en él el hacha; te alimentarás de él sin talarlo. ¿Son acaso hombres los árboles del campo para que los trates como a sitiados? Sólo el arbol que sabes que no puedes comer de él lo podrás destruir y cortar, y hacer con ellos obras de asedio contra esa ciudad que está en guerra contigo, hasta que caiga.
El caso del homicida desconocido.
Si en el suelo que Yahvé tu Dios te da en posesión se descubre un hombre muerto, tendido en el campo, sin que se sepa quién lo mató, tus ancianos y tus escribas irán a medir la distancia entre la víctima y las ciudades de alrededor. Los ancianos de la ciudad que resulte más próxima al muerto, tomarán una becerra a la que no se le haya hecho todavía trabajar ni llevar el yugo. Los ancianos de esa ciudad bajarán la becerra a un torrente de agua perenne, donde no se haya arado ni se siembre, y allí, en el torrente, romperán la nuca de la becerra. Se adelantarán entonces los sacerdotes hijos de Leví; porque a ellos ha eligido Yahvé tu Dios para estar a su servicio y para dar la bendición en el nombre de Yahvé, y a su decisión corresponde resolver todo litigio y toda causa de lesiones. Todos los ancianos de la ciudad mas proxima al hombre muerto se lavarán las manos en el torrente, sobre la becerra desnucada. Y pronunciarán estas palabras: «Nuestras manos no han derramado esa sangre y nuestros ojos no han visto nada. Cubre a tu pueblo Israel, tú Yahvé que lo rescataste, y no dejes que se derrame sangre inocente en medio de tu pueblo Israel.» Así quedarán a cubierto de esa sangre, y tú habrás quitado de en medio de ti la sangre inocente, haciendo lo que es justo a los ojos de Yahvé.
Los cautivos.
Cuando vayas a la guerra contra tus enemigos, y Yahvé tu Dios los entregue en tus manos y te lleves sus cautivos, si ves entre ellos una mujer hermosa, te prendas de ella y quieres tomarla por mujer, la llevarás a tu casa. Ella se rapará la cabeza y se cortará las uñas, se quitará su vestido de cautiva y quedará en tu casa llorando a su padre y a su madre un mes entero. Después de esto podrás llegarte a ella, y serás su marido y ella será tu mujer. Si más tarde resulta que ya no la quieres, la dejarás marchar en libertad, y no podrás venderla por dinero, ni hacerla tu esclava, puesto que la has humillado.
Derecho de primogenitura.
Si un hombre tiene dos mujeres a una de las cuales ama y a la otra no, y tanto la mujer amada como la otra le dan hijos, si resulta que el primogénito es de la mujer a quien no ama,
el día que reparta la herencia entre sus hijos no podrá dar el derecho de primogenitura al hijo de la mujer que ama, en perjuicio del hijo de la mujer que no ama, que es el primogénito.
Sino que reconocerá como primogénito al hijo de ésta, dándole una parte doble de todo lo que posee: porque este hijo, primicias de su vigor, tiene derecho de primogenitura.
El hijo indócil.
Si un hombre tiene un hijo rebelde y díscolo, que no escucha la voz de su padre ni la voz de su madre, y que, castigado por ellos, no por eso les escucha, su padre y su madre le agarrarán y le llevarán afuera donde los ancianos de su ciudad, a la puerta del lugar. Dirán a los ancianos de su ciudad: «Este hijo nuestro es rebelde y díscolo, y no nos escucha, es un libertino y un borracho.» Y todos los hombres de su ciudad le apedrearán hasta que muera. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti, y todo Israel, se enterará y temerá.