Carlos Sainz, un hombre tranquilo para Ferrari

La marca de coches más conocida en el mundo fichó ayer al tercer español en su historia. Por Ferrari ya habían pasado un aristócrata de los años cincuenta, el Marqués de Portago, y el número uno que disparó la dimensión de la Fórmula 1 en nuestro país, Fernando Alonso. Llega la hora de un deportista de perfil opuesto. Carlos Sainz (25 años) conducirá el coche rojo tatuado con el caballito negro durante dos temporadas, con un salario que ronda los seis millones. Y lo hace cargado de argumentos, pero sin aureola de estrella del rock. Sainz es un tipo tranquilo, sin aires, bien educado, sereno en las formas, muy rápido en la pista aunque no temerario, y que ha progresado en la F1 de forma ordenada, siempre en ascenso, a semejanza con su carácter. Un hombre moderado pero con personalidad que consiguió desprenderse de un estigma a base de kilómetros en los circuitos: ya no es el hijo de, sino un piloto de Ferrari.

Fiel a ese trazo, Sainz ingresará en Ferrari el próximo invierno (hasta entonces es piloto de McLaren) como teórico número dos del equipo. Ferrari, que no conquista el título desde 2007, renovó por cinco años al monegasco Charles Leclerc en una evidente apuesta por sus virtudes. Cuestión menor hoy para el madrileño, quien fue generoso en su respuesta. «Entre todos lo hemos conseguido», enfatizó. «Os podéis imaginar lo contento que estoy y el día tan especial que está siendo para mí».

Hace años, quince, el joven Sainz cumplió un sueño. Conoció en Montmeló a Fernando Alonso, la persona por la que madrugaba los domingos para ver sus emocionantes carreras con el Minardi o el Renault. Sainz júnior había nacido con un coche debajo del brazo. Su madre, Reyes Vázquez de Castro, ya lo vaticinó cuando nació su hijo en Madrid. «Date por jorobada. Su padre ya lo ha metido en un coche». Su padre es el célebre Carlos Sainz, dos veces campeón del mundo de rallys y tres del Dakar.

«Cuando empecé a correr en karts, no sabía muy bien quién era mi padre. Estaba poco en casa. Yo me hice piloto por seguir a Alonso», admitió en ABC. Como todos los chavales, Sainz tuvo que demostrar en la pista que podía progresar en el automovilismo ganando carreras, no por los prejuicios que provocaba su apellido y el pedigrí de su familia.

Después de los karts, fue seleccionado para entrar en la escuela de pilotos de Red Bull en Fuschel (Austria). Una especie de secta para supervivientes formados a golpe de látigo al que solo accedían tres o cuatro aspirantes a piloto por año. «Es durísima mentalmente porque forman a campeones del mundo. Y solo vale ganar, ganar o ganar», contó Sainz a ABC. «No soy su padre. Yo les pago. Y si no sirven, adiós», resumió el espíritu de la academia Helmut Marko, ideólogo de Red Bull.

Sainz se crió en este campamento de marines y a través de él accedió a la F1. En 2015 debutó con Toro Rosso, el filial de Red Bull, mientras la atención mediática española seguía depositada en Alonso, que regresaba a McLaren después de cinco cursos en Ferrari. Nunca protestó por vivir a la sombra del gigante. Sainz se curtió con Max Verstappen, el prodigio holandés con el que compartió sudores y rivalidad y que hoy es una estrella. El madrileño no se alteró porque a Verstappen lo subieran a un Red Bull y comenzase a ganar carreras desde el primer día. Él se quedó, paciente, dos años más en Toro Rosso.

Estamos ante un hombre sereno, concentrado, formal en el trato, discreto, que rehúye la polémica y procura buen ambiente con sus compañeros de equipo, pese a que la F1 establece que el primer rival siempre es el que conduce el mismo coche. Pero Sainz no se pelea en los micrófonos, sino en el asfalto. Fue unas décimas más lento que Verstappen en el tiempo por vuelta, pero más veloz que Kvyat, Hulkenberg y Norris, sus últimos compañeros de escudería. Sainz, de apariencia sosegada, es mucho más rápido en la pista de lo que parece.

Su progresión ha sido escalonada y laboriosa. Toro Rosso, un año en Renault, dos con el actual en McLaren y el salto a la purpurina con Ferrari. Siempre mejorando sin hacer mucho ruido. Después de cinco temporadas, logró su primer podio en Brasil el noviembre pasado como culminación de una sensacional campaña. «En la F1 hay que ser egoísta», dijo en una entrevista con este periódico.

Ferrari le ha contratado por las virtudes que lo adornan. Sabe manejar la presión, aporta buena imagen para los actos sociales y los eventos publicitarios, es un joven experto de 25 años con 102 grandes premios a sus espaldas, habla fluido el inglés imprescindible y el italiano que aprendió en los karts y Toro Rosso, ha entendido este deporte con sus complejidades políticas y no es caro en estos tiempos de recesión económica por el coronavirus (su contrato ronda los seis-siete millones).

«La Fórmula 1 es mi pasión, pero no me la inculcaron en casa», dice para refrendar que sus logros han llegado por sus méritos.