Crisis de gobierno con ceses en diferido

El cambio de imagen del presidente del Gobierno cuando el pasado martes compareció en La Moncloa para dar a conocer el «plan de choque» y «movilizar» 200.000 millones de euros contra la inminente recesión, fue solo la parte estética de una rectificación tardía a los muchos errores políticos cometidos en la gestión de esta crisis.

La mercadotecnia de Moncloa impuso a Sánchez un tiro de cámara más corto para acercar su rostro a los españoles. Su gesto, sin las medias sonrisas forzadas de otras ocasiones, era áspero. Denotaba en su mentón más tensión que preocupación, y su lenguaje no verbal lo delataba. Mantuvo la mandíbula apretada, y acompañaba el rictus con un tono más paternalista de lo habitual en el «autocue» que le permitía leer mientras miraba directamente a la cámara, sin dar margen a la improvisación en el discurso…

Al día siguiente, miércoles, en su cita en el Congreso, más de lo mismo. Todo era una escenografía medida cautelosamente por Moncloa, planificada con tal detalle que se impuso una rigurosa corbata oscura para concederle más gravedad al momento. No era la roja de comparecencias anteriores.

El coronavirus dinamita la Mesa del Consejo de Ministros

El martes, en La Moncloa, se trataba de atribuir en términos de comunicación política un plus de severidad a la crisis, sin concesiones ni atenuaciones posibles. Se trataba de recuperar un liderazgo que no había mostrado durante el mes y medio que la crisis lleva amenazando a España. El giro estético de Sánchez no fue anecdótico porque toda su comparecencia fue la exteriorización de una necesidad imperiosa: tratar de recuperar una iniciativa política que había perdido en días anteriores mientras confinaba a millones de españoles en sus hogares entre indefiniciones jurídicas, inseguridad sanitaria, incertidumbre social, y una alarmante falta de previsión económica. Fue la estampa de una rectificación múltiple que no solo afectaba a la mercadotecnia, sino también a la falta de ejemplaridad del propio Gobierno una vez que Pablo Iglesias, de hecho, se había saltado el sábado anterior la prudente cuarentena que le aconsejaba aislarse por el diagnóstico positivo en coronavirus de Irene Montero. Para entonces ya era conocido también que Sánchez había ocultado durante unos días a la opinión pública el positivo de su propia mujer, Begoña Gómez.

Sánchez cambia el guion y condena a Calvo e Iglesias

Sánchez venía de un Consejo de Ministros celebrado el sábado y convertido de facto en una profunda grieta en el Gobierno. Se había producido la primera crisis de Gobierno, pero no al modo tradicional, con destituciones formales por pérdida de confianza y necesidad de un nuevo impulso político a un Ejecutivo desgatado, sino de modo opaco, con ceses virtuales durante siete horas de extrema tensión interna. Sánchez venía de imponer un mando único del que marginó –«destituyó»– a Pablo Iglesias, a los ministros de Podemos y, en definitiva, a sus cuatro vicepresidentes, incluida Carmen Calvo, lo cual en los códigos políticos internos de La Moncloa es relevante por el reparto de credenciales de confianza y desconfianza en momentos determinantes. Por primera vez en los últimos tres años, Sánchez había entrado en una fase de liderazgo difuminado. La percepción de haber reaccionado tarde a la crisis del coronavirus se ha generalizado, y Pablo Iglesias exigió –en persona y no por medios telemáticos– su cuota de protagonismo. El Gobierno de coalición se había resquebrajado, y eso es lo que toda esta semana ha puesto de manifiesto.

Las tres derrotas de Podemos y su patada política al Ibex

Iglesias había impuesto tres condiciones: entrar a toda costa en el gabinete de crisis, cosa que Sánchez no le concedió; no diseñar un plan de choque económico «a la medida del Ibex», en lo cual hay sensación de empate en su pulso con Nadia Calviño y María Jesús Montero; y no imponer el grueso de las medidas propias del estado de alarma –incluida la actuación del Ejército– en el País Vasco y Cataluña. Ninguna de las tres condiciones se saldó con un triunfo político para Iglesias, que ha quedado desaparecido. Por eso, en la última semana Podemos se ha visto forzado a diseñar una estrategia de presión sobre Sánchez que ha alterado muchos equilibrios internos en Moncloa, que ha destrozado algunas relaciones personales, y que amenaza con explotar cuando la crisis del virus se diluya.

Peleas hasta por la autoría de la expresión «escudo social»

De Iglesias se comenta en La Moncloa que «no asume carecer de cámaras y micrófonos, y menos aún los guiones de actor secundario». Podemos se ha atribuido la expresión «escudo social», que no nació en Podemos, sino en la fábrica de ideas y propaganda del PSOE. Iglesias es consciente de la incoherencia que supone haber alcanzado el poder exigiendo que la Banca devolviese el «rescate» de 80.000 millones insuflado en la primera etapa de Gobierno de Mariano Rajoy, y ahora, como vicepresidente, tener que solicitar a la misma banca un rescate del Gobierno para financiar el 40 por ciento de su plan de choque. Y todo ello, ideologizando el virus, sosteniendo que la enfermedad sí es «cuestión de clases», enfrentándose con Sánchez para imponer la suspensión del pago de alquileres en toda España, y empleando un atril oficial de La Moncloa para justificar una campaña orquestada contra la Corona, caceroladas ciudadanas incluidas.

El «Gobierno bipolar» se contraprograma ante las cámaras

Toda esta sobreactuación, con España en pleno estado de alarma, resulta sintomática: el ego del gobierno de coalición ha quedado tocado. El diagnóstico en el PSOE empieza a ser unánime: el adoctrinamiento de Iglesias, la ideologización mitinera de una enfermedad, y su indisciplina con el aislamiento son la química política que está erosionando a Sánchez.

Por eso Moncloa contraprogramó a Iglesias el mismo jueves tras salir con Salvador Illa ante las cámaras: tres horas después de su comparecencia, Sánchez y el PSOE salieron al rescate de su marca en este «gobierno bipolar» con la vicepresidenta Teresa Ribera –inédita hasta esta misma semana–, y con José Luis Ábalos, temporalmente indultado tras el escándalo del «Delcygate». A Iglesias no le ha parecido suficiente acceder a la información del CNI por una vía jurídica discutible y no justificada como fue un decreto económico de urgencia… Necesita marcar distancias con Sánchez aprovechando su debilidad y reaccionar ante la apariencia de que Podemos es un florero en el esquema de poder real de Moncloa.

Separatismo tóxico: «España ya no nos roba, nos mata»

En este escenario, Sánchez pugna en soledad entre una grave alerta sanitaria y dos deslealtades provenientes de sus socios de gobierno. El hecho de que Podemos reivindique su cuota de protagonismo ha dejado de ser relevante para Sánchez. Tendrá tiempo de lidiar con esa crisis de gobierno más adelante para mantener la maltrecha salud de la coalición sobre la premisa de que Iglesias nunca va a romperla. Lo novedoso es que para deteriorar a Sánchez, Podemos haya liderado una campaña política, mediática y propagandística de acoso a la Monarquía. Podemos no ha justificado las caceroladas de esta semana: las ha impulsado a espaldas de Sánchez para añadir al ambiente de tensión ciudadana un componente agregado de crispación convulsiva.

Si a ello Sánchez añade la deslealtad demostrada en las últimas horas por el separatismo catalán, al que solo ha respondido con contundencia la ministra de Defensa, Margarita Robles, su andamiaje de gobierno ha empezado a emitir señales de un futuro desmoronamiento. El separatismo está alentando –con poco éxito afortunadamente- una ofensiva aún más corrosiva de lo habitual, basada en el lema «España ya no nos roba, nos mata».

«Presupuestos patrióticos de salvación nacional» con el PP

Estos dos factores, tarde o temprano, determinarán la evolución de la legislatura porque se basará, en primer término, en la aprobación de unos presupuestos generales del Estado ahora mismo inviables. Y en segundo lugar, en la envergadura de las cicatrices que cause el virus en la relación de Sánchez con sus socios, y en la «capacidad de olvido» que pueda tener el PSOE de la deslealtad de sus socios. Aún es prematuro aventurarlo, pero en medio de la tragedia ha empezado a entreabrirse una puerta inédita en nuestra democracia: la de unos futuros «presupuestos patrióticos de salvación nacional», con la ayuda del PP y Ciudadanos a Sánchez. En cierto modo, Sánchez está midiendo hasta dónde son capaces Iglesias y el separatismo de tensar la cuerda de una gobernabilidad condicionada por una incertidumbre social y económica acuciante.