El anochecer del Barcelona Barcelona – Slavia (0-0)

El Barcelona hace ya demasiado tiempo que no vive del fútbol, sino de la agonía. Unos días, los jugadores se dejan llevar por la desidia. Pero hay otros, como en el doble enfrentamiento con el Slavia, en los que la impotencia es la única respuesta a su tortura particular. El caos es norma. El desequilibrio, una entelequia cuando Messi se cansa de intentarlo. El equipo anochece sin remedio. Su empate en casa frente al notable campeón checo no fue un hecho sorprendente. Sino una muestra más del crepúsculo. [Narración y estadísticas: 0-0]

Jindrich Trpisovsky, entrenador del Slavia de Praga, es un tipo de sonrisa agradable. De los que entienden, y también demuestran, que no ha llegado al fútbol para sufrir, sino para disfrutar. Todo lo contrario que Valverde, malacostumbrado a la supervivencia. Hace poco más de un lustro, Trpisovsky no era más que un técnico amateur. Vivía de atender a trasnochados tras la barra de una discoteca. En la víspera del duelo frente al Barcelona, se mezcló con los turistas y echó un primer vistazo al Camp Nou. Pero tras esa admiración cotidiana de la primera vez también convive la negación del miedo. El técnico checo avanzó su línea defensiva hasta la divisoria, permitió el vacío frente a su portero, el imponente Kolar, y ordenó a sus hombres que, sin miedo alguno, se desplegaran en masa. Piqué y Lenglet sólo podían pensar en que se le venían encima los jinetes del Apocalipsis.

Messi se lamenta tras el empate ante el Slavia.LLUIS GENE

A Valverde se lo llevaban los demonios. Sus manos, incapaces de quedarse quietas en los bolsillos, salían disparadas hacia Piqué. Tenía un motivo. No había otra salida que los pases en largo del central hacia las carreras de Semedo -negado éste por Kolar-. Pero los futbolistas del Barça, sin saber qué hacer, emulaban al congelado Jack Nicholson en el laberinto del hotel Overlook de El Resplandor.

Y eso que Valverde creyó que había descubierto la manera de evitar la asfixia. Para ello, retorció el dibujo cuanto pudo aprovechando también que Luis Suárez era baja por lesión. Planteó un 4-2-3-1, con Busquets y De Jong en el doble pivote -la llamada del anticristo en el credo cruyffista-, Arturo Vidal turnándose con Messi en las labores de delantero centro, y Dembélé y Griezmann en las orillas.

Sin embargo, el meneo que le dio Valverde al equipo ni mucho menos intimidó al rival. Los dos centrocampistas azulgrana eran borrados con marcajes al hombre. Messi venía a recibir a su propio campo. El carril zurdo de Jordi Alba -sustituido por lesión al descanso- y Griezmann no existía. Mientras que Dembélé prefería el balón al pie, aunque para ello tuviera que caracolear a la muchedumbre en un escenario cada vez más grotesco. Perdió nueve balones. Los remedios del segundo tiempo, con Sergi Roberto, Ansu Fati y el abandonado Rakitic, tampoco sirvieron de nada. Al menos, el jovencito pudo asistir a Messi, derrotado por Kolar.

Los intentos de Messi

Cómo no, al Barcelona no le quedaba otra que buscar a La Pulga donde fuera. El argentino lo probó de falta, provocó la inquietud en el portero del Slavia cuando intentó un gol olímpico, y también propinó un martillazo al balón que acabó en el larguero. Una acción que había dejado en Babia a Frydrych mediante una finta en la línea de medios, y que también perpetuó la desolación de Griezmann, que creyó que el argentino podía pasarle la pelota. Messi, ya en el segundo acto, cedió un balón de gol a Arturo Vidal. Pero la jugada había quedado invalidada por fuera de juego.

Nada incomodaba al Slavia, que convertía cada avance en ocasión. Quien más apretaba era Olayinka, un rayo en la banda y capaz de llevar de la mano a Piqué al manicomio, por mucho que el central buscara la redención con un testarazo a bocajarro repelido otra vez por Kolar. Una frenética jugada del nigeriano dejó también a los checos con el grito de gol atrapado en la garganta. Masopust se entrometió en un tiro de Stanciu con Ter Stegen a punto de asumir la condena. No se iba a detener el Slavia, que cerró el primer acto viendo cómo le anulaban un gol a Boril. Sí, el mismo lateral zurdo que marcó en la ida y que acudía tan pancho al ataque.

Llegó el momento, una vez más, en que el Barcelona se rindió. Atrapado en un destino de lo más incierto. Engullido, en un día ventoso, por la marejada. El oleaje cada vez es más traicionero. Y amenaza con llevárselo todo por delante.