Creo en la Iglesia Católica II

La Iglesia es el Pueblo de Dios porque Él quiso santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sino constituyéndolos en un solo pueblo, reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este pueblo, del que se llega a ser miembro mediante la fe en Jesús de Nazaret y el Bautismo, tiene por origen a Dios Padre, por cabeza a Jesucristo, por condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, por ley el mandamiento nuevo del amor, por misión la de ser la sal de la tierra y luz del mundo, por destino el Reino de Dios, ya iniciado en la tierra.

Jesús de Nazaret es el fundador de la Iglesia. Para ello escogió doce discípulos, a quienes llamó Apóstoles, palabra que significa enviados. Como Jesucristo debía abandonarlos para subir al cielo, estableció un Vicario, encargado de gobernar la Iglesia en su nombre. La elección recayó en San Pedro. Jesús le otorgó el poder supremo con estas palabras: “Apacienta mis ovejas” (Jn. XXI, 17). Así estableció el Hijo de Dios la Iglesia que ha de subsistir hasta el fin del tiempo.

Como testimonio de que Jesús fundó la Iglesia y que, por consiguiente, esta es de institución divina, se proponen las siguientes pruebas: 1- El texto evangélico – a) Jesús promete establecer una Iglesia distinta de la sinagoga, con estas palabras: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt. XVI, 18). – b) Durante su vida pública, Jesús preparó los elementos de la nueva sociedad religiosa, adoctrinando con especial esmero a los doce Apóstoles que escogió el primer año y a otros 72 discípulos que eligió mas tarde. –c) Cumplida su misión en este mundo y antes de subir al cielo, transmitió su poder a los Apóstoles diciéndoles: “Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros… Recibid el Espíritu Santo. Quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes los perdonareis y retenidos a los que se los retuviereis” (Jn. XXI, 21-23). Luego les hizo las últimas recomendaciones y les prometió su auxilio hasta el fin de los tiempos: “Y estad ciertos que estaré continuamente con vosotros, hasta la consumación de los siglos” (Mt. XXVIII, 20).

2- El testimonio de la Historia. Los Apóstoles, cumpliendo lo que les encomendaba Jesús, predicaron el reino de Dios, y el día de Pentecostés, tres mil judíos, y poco después cinco mil entraron a formar parte de la Iglesia. Los fieles aumentaron de continuo. Por último los Apóstoles se separaron para llevar la luz del Evangelio hasta los confines del mundo. A su muerte dejaron sucesores que recogieron su autoridad y ministerio; estos, a su vez, consagraron a otros, y así, la organización primitiva de la Iglesia establecida por Jesús, permanece indefectible.

3- La existencia misma de la Iglesia. La realidad de la Iglesia es una realidad incuestionable, Su existencia ha sido continua a través de los siglos y siempre ha reconocido a Jesús de Nazaret como Fundador.

El Pueblo de Dios que forma la Iglesia participa del oficio sacerdotal de Jesucristo en cuanto los bautizados son consagrados por el Espíritu Santo para ofrecer sacrificios espirituales; participa de su oficio profético en cuanto, con el sentido sobrenatural de la fe, se adhiere indefectiblemente a ella, la profundiza y la testimonia; participa de su función regia con el servicio, imitando a Jesús, quien siendo rey del universo, se hizo siervo de todos, sobre todo de los pobres y los que sufren.

La Iglesia es cuerpo de Jesucristo porque, por medio del Espíritu, Jesús muerto y resucitado une consigo íntimamente a sus fieles. DE este modo los creyentes en Jesús, en cuanto íntimamente unidos a Él, sobre todo en la Eucaristía, se unen entre sí en la caridad, formando un solo cuerpo, la Iglesia. Dicha unidad se realiza en la diversidad de miembros y funciones. Jesús “es la Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,18). La Iglesia vive de ël, en Él y por Él. Versus y la Iglesia forman el Jesucristo total (San Agustín); “la Cabeza y los miembros, como si fueran una sola persona mística” (Santo Tomás de Aquino).

Llamamos a la Iglesia esposa de Jesucristo porque el mismo Jesús se definió a sí mismo como “el esposo” (Mc. 2, 19) que ama a la Iglesia uniéndola a sí con una Alianza eterna. Jesús se ha entregado por ella para purificarla con su sangre, “santificarla” (Ef 5, 26) y hacerla Madre fecunda de todos los hijos de Dios. Mientras el término “cuerpo” manifiesta la unidad de la “cabeza” con los miembros, el término “esposa” acentúa la distinción de ambos en la relación personal. La Iglesia es llamada templo del Espíritu porque el Espíritu Santo vive en el cuerpo que es la Iglesia: en su cabeza y en sus miembros. Él además edifica la Iglesia en la caridad con la Palabra de Dios, los sacramentos, las virtudes y los carismas.

Los carismas son dones especiales del Espíritu Santo concedidos a cada uno para el bien de los hombres, para las necesidades del mundo y, en particular, para la edificación de la Iglesia, a cuyo Magisterio compete el discernimiento sobre ellos.