La princesa Leonor y el vuelo del ánade real

Desde su nacimiento, Leonor ha sido cuidadosamente protegida de cotilleos, filtraciones, amarillismos que han sido la peste negra de la familia real británica

Leonor de Todos los Santos de Borbón y Ortiz nació en la clínica Ruber, de Madrid, en la madrugada del 31 de octubre de 2005. Es la mayor de las dos hijas que han tenido Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, Rey de España desde junio de 2014 con el nombre de Felipe VI, y su esposaLetizia Ortiz Rocasolano, reina consorte.

Una niña que va a cumplir veinte años tiene forzosamente poca biografía, pero este es un caso especial. Desde su nacimiento, Leonor ha sido cuidadosamente protegida de cotilleos, filtraciones, amarillismos y maledicencias varias, que han sido la peste negra de la familia real británica, por ejemplo. Esa protección conlleva un aislamiento que hace difícil el principal objetivo de sus padres: procurar para su hija una infancia lo más “normal” posible, algo complicado cuando la muchacha es la heredera de la Corona.

Leonor estudió en el colegio de Santa María de los Rosales, un centro privado mixto situado en Aravaca (Madrid), donde también había estudiado su padre. Una de sus ventajas, aparte de la exclusividad y el alto nivel de exigencia, es que está cerca de la Zarzuela, donde vive la familia. Otra son los idiomas. No hay que hacer mucho caso de los “hagiógrafos” de los Borbones, que tienden a crear para ellos una personalidad ficticia que mataría de envidia a Leonardo da Vinci, pero sí es completamente cierto que Leonor es perfectamente bilingüe en inglés (ese es el idioma que usa para hablar con su abuela, la reina Sofía), que no tiene problemas con la lengua francesa, que habla perfectamente catalán (con envidiable acento) y que se expresa con creciente corrección en gallego y euskera.

En Los Rosales estudió hasta que terminó la enseñanza secundaria. Entonces sus padres decidieron enviarla a un internado: el UWC Atlantic College, cerca de Cardiff, en Gales (Reino Unido). Allí hizo el IB: el Bachillerato Internacional, que dura dos años y que se imparte en tres idiomas: francés y español, además del inglés. Está pensado para estudiantes no universitarios que tengan entre 16 y 19 años. Es curioso que también en Cardiff estudiase, en su mocedad, el actual rey de Inglaterra, Carlos III Windsor; sus padres lo enviaron allí para que se familiarizase con el país cuyo título llevaba (entonces era príncipe de Gales) y con el idioma gaélico. El pobre Carlos las pasó canutas, porque los republicanos y nacionalistas galeses le obsequiaron con todo tipo de humillaciones y desprecios, pero aprendió el idioma. Leonor, al decir de quienes la conocen (ella no concede entrevistas), ha tenido mucha más suerte que su lejano primo Carlos: ha disfrutado muchísimo de su estancia en Gales.

Es una chica feliz, parlanchina, espontánea y de carácter dulce. Eso sí, hinca los codos como la que más (ha sacado la inteligencia de sus padres, de los dos) y, a sus casi 20 años, es perfectamente consciente de que su vida no va a ser fácil y que hay decisiones que otros ya han tomado por ella: al heredero de una corona nadie le pregunta qué quiere ser de mayor, porque está perfectamente claro y no hay opciones, y hay cosas que cualquiera puede hacer cuando le apetece; pero si eres Leonor de Borbón, no puedes.

Tenía nueve años cuando su abuelo Juan Carlos I decidió abdicar; inmediatamente, al ocupar su padre la jefatura del Estado, ella se convirtió en princesa de Asturias: fue la número 41 de una lista de herederos de la corona de Castilla (y luego de España) que se remonta al siglo XIV. Le correspondieron, además, otros títulos que lleva la condición de heredera del trono español, como princesa de Gerona, duquesa de Montblanch, condesa de Cervera y señora de Balaguer; estos cuatro son propios del sucesor a la corona de Aragón. Por último, también se le hizo princesa de Viana, título de la herencia del reino de Navarra. Todos proceden de la Baja Edad Media. Infanta de España lo era desde su nacimiento. Algo quizá difícil de digerir para una niña de nueve años. Pero no se sabe que hubiera ningún problema. Leonor tiene buena mano izquierda, en todos los sentidos de la palabra: es hábil y también es zurda, como su remoto pariente Jorge VI Windsor. Pero a ella nadie la ha castigado por eso. Y no tartamudea en absoluto, todo lo contrario.

Su incorporación al complicado mecanismo de la Casa Real y del Estado se hizo poco a poco y con la misma prudencia que aprendió por sí mismo Felipe VI. El día del 50 cumpleaños de su padre (Leonor tenía trece), este le impuso el Toisón de Oro, la más alta condecoración española, que le había concedido casi tres años antes. A Leonor le dieron el collar que había llevado su bisabuelo Juan III, conde de Barcelona y padre de Juan Carlos I. Es sabido que los toisones son vitalicios, pero la joya (el collar) hay que devolverla cuando fallece quien ha sido honrado con él. Y más tarde la usará otra persona.

Leonor tiene buena mano izquierda, en todos los sentidos de la palabra: es hábil y también es zurda, como su remoto pariente Jorge VI Windsor. Pero a ella nadie la ha castigado por eso. Y no tartamudea en absoluto, todo lo contrario.

El otoño de 2018 fue intenso para la niña: hizo su primer viaje oficial a Asturias, habló en público por primera vez, en el Instituto Cervantes, y también leyó su primer discurso: fue en la entrega de los premios que llevan su nombre y que por ella cambiaron de género; ahora son los Princesa de Asturias. También se sentó por primera vez junto al Rey en la Fiesta Nacional del 12 de octubre.

Con quince años empezó a intervenir en actos públicos, tampoco demasiados; el rodaje estaba perfectamente calculado.

Por fin, el 17 de agosto de 2023, Leonor comenzó su formación castrense, que durará tres años. Es la única ciudadana española que tiene que hacer el servicio militar obligatorio, porque nadie le preguntó si aquello le apetecía o no; sencillamente, es parte de su formación como futura comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Mucha gente se preguntó entonces si aquella chica tan guapa de espectaculares ojos azules, que jamás hablaba con periodistas ni se dejaba ver sola o con amigas en ninguna parte no prevista; aquella muchacha inútilmente perseguida por la llamada “Prensa del corazón”, de quien unos cuantos decían que era una flor de invernadero que vivía en una burbuja artificial, se adaptaría a la disciplina, los ejercicios y los compañeros de la Academia de Zaragoza, que nunca tuvieron precisamente fama de melindrosos. Que a lo mejor tenía problemas.

Pues no. En absoluto. La princesa se encontró feliz en medio de la bulliciosa tropa de cadetes que le tocó, porque nadie los escogió especialmente para acompañarla. La cadete Borbón Ortiz (en su formación militar decidió usar los dos apellidos) juró bandera impecablemente el 7 de octubre de 2023, delante de sus padres, y desde entonces se comporta, se mueve y desfila como si en su vida hubiese hecho otra cosa.

En ese mismo mes de octubre, unos días después (el 31, su 18º cumpleaños), tuvo lugar otro acontecimiento muy importante en su vida, en la de la dinastía y en la vida de la nación: Leonor de Borbón juró ante las Cortes (Congreso y Senado reunidos) la Constitución, como princesa de Asturias y heredera de la Corona. Vestida de blanco, ante la sonrisa cómplice de su padre y con el hemiciclo abarrotado, la nueva “número dos” en la jefatura del Estado pronunció uno de los discursos más importantes que habrá de pronunciar en toda su vida. Y, segura de sí misma, dijo algo que caló inmediatamente: “Confíen en mí”.

A la celebración familiar de aquel día, que se celebró en el palacio de El Pardo, faltaron, por desgracia, varios tíos y primos, porque la familia ya no está tan unida como en otros tiempos. Pero lo que importa es que técnicamente, a partir de ese momento Leonor ya puede suplir a su padre en la Jefatura del Estado si este sufre cualquier problema. La niña ha dejado de serlo y se ha convertido en una de las piezas más importantes de la maquinaria del país. Es desde aquel día, ya a todos los efectos y no solo de nombre, la Princesa de Asturias.

En 2024, en julio, hizo su primera visita oficial; fue a Portugal, donde el presidente Rebelo de Sousa no la dejó sola ni a sol ni a sombra. Pero su florecimiento definitivo llegó en el mes de octubre de ese año 2024. Esta chiquilla que toca el violonchelo, que tiene afición por los caballos (como gran parte de la familia), a la que le gusta mucho la moda y de quien se dice que no tiene redes sociales, aunque se pasa el tiempo enredando con el móvil, como todos los chavales; esta muchacha inocultablemente atractiva a la que, a día de hoy, no se le conoce ningún noviete, medio-novio, amorío, ligue o “amigo especial”; esta mocita que es muy buena en esgrima, a la que le gusta mucho leer y también el cine, como a su madre, aunque resulte difícil creer que a los doce años era fan de Akira Kurosawa; esta jovencita, en fin, que hace lo posible por ser una persona normal, aunque sabe de sobra que nunca le dejarán serlo, se convirtió en la protagonista absoluta de la Fiesta Nacional del 12 de octubre.

Por primera vez en su vida asistió, desde la tribuna pero impecablemente vestida con el uniforme de cadete de la Academia, al desfile militar, y saludó con irreprochable estilo. Por primera vez también (y por sorpresa: nadie lo sabía) bajó del estrado para acompañar a su padre en el homenaje a los caídos por España. Por primera vez (fue un día de muchas “primeras veces”), saludó junto a sus padres, en el Palacio de Oriente, a los casi 2.000 invitados a la recepción; y se puso coloradísima cuando, al final de la interminable cola, aparecieron por sorpresa (por sorpresa para ella, claro está) varios de sus compañeros de la Academia de Zaragoza, muertos de la risa. Lo mismo que los Reyes. La dama cadete Borbón Ortiz acabó, como es lógico, muy emocionada.

Su padre le entregó el despacho de alférez cuando terminó su formación en el Ejército. Inmediatamente después se incorporó a la Armada, primero en la Escuela Naval de Marín y más tarde en el famoso viaje del buque escuela Juan Sebastián Elcano. Ella y el resto de los compañeros (otra bulliciosa tropa, como la de la Academia de Zaragoza) zarparon el 8 de enero de 2025, justo después de la celebración de la Pascua Militar en Madrid. Estuvieron en el mar cinco meses y recorrieron muchos países de Hispanoamérica. Fue curioso lo de la escala en Uruguay: Leonor tuvo tiempo de darse un baño en el mar, para lo cual se puso un bikini. Las fotos de aquel chapuzón, que acabaron vendiéndose por una pequeña fortuna, causaron un notable revuelo entre las gallináceas que anidan en los programas televisivos “del corazón”, que seguramente habrían considerado más apropiado que la princesa se bañase en el mar vestida con el hábito de abadesa del monasterio de Las Huelgas.

Quizá por aquello del caldo y de las tres tazas, o quizá porque a la princesa le encantó el viaje en el Elcano, hubo una “propina”: el mes suplementario en que sirvió como guardiamarina en la fragata Blas de Lezo, donde participó en maniobras con fuego real.

Ahora, la princesa de Asturias (alférez y guardiamarina segunda) se dispone a ingresar en el Ejército del Aire “y del Espacio”, como se llama desde hace algún tiempo. Es en la Academia de San Javier, en Murcia. Se levantará a las 6:30 de la mañana, pero eso se le da bien. Compartirá una habitación con otras tres cadetes, porque este año hay en la Academia más mujeres que nunca. Aprenderá a pilotar aviones y a manejar drones. Hay quien dice que estos tres largos períodos de formación militar (tierra, mar y aire, por ese orden) son una rémora del pasado, un vestigio de los tiempos en que el Ejército era el que realmente mandaba en el país, y que había que ganárselo. Pero que ahora ya no es necesario que la heredera de la Corona pase por lo mismo que pasaron su padre y su abuelo.

Otros, sin embargo, arguyen que Leonor adquirirá una formación privilegiada y muy especializada, que no tiene nadie más, y que resultará muy útil para asentar su carácter antes de entrar en la Universidad, donde, si no ha cambiado de opinión, estudiará Derecho. La formación castrense le abrirá las puertas de la camaradería con unos militares que ya no tienen nada que ver con los que había en épocas pasadas, ni por educación, ni por talante, ni por visión de futuro. Si la reina Sofía dedicó todos los esfuerzos de su vida a garantizar que su hijo Felipe ocuparía finalmente el trono, el rey Felipe está haciendo lo mismo con su hija mayor, pero con mucho más conocimiento de causa, más experiencia y mucho más cuidado. Y eso en un tiempo en que los disparates y las trapisondas recientes han dañado tanto el prestigio de la Corona. Leonor es, en ese sentido, la mejor de las garantías para la consolidación y la estabilidad de la monarquía democrática. El Rey sabe lo que hace. Y Leonor también.

Y caramba: no deja de ser motivo de orgullo tener la única princesa (futura reina) del mundo capaz de pilotar un avión…

*     *     *

El ánade real (Anas platyrhynchos) es un ave anseriforme de la familia de las anátidas, a la que también se conoce como azulón o pato de collar. Está amplia y firmemente extendido por todo el hemisferio norte y hay quien trata de exportarlo a Australia, con resultados aún inciertos.

Lo primero que llama la atención del ánade real, y esto nada más verlo, es que es guapísimo. Es un pájaro precioso. El macho luce un plumaje de colores espectaculares, incluido un collarcito blanco que podría recordar vagamente al Toisón de Oro. La hembra es un poco más discreta, pero también es una pura elegancia.

Lo segundo que sorprende: hay que ver cómo vuela el ánade real. Es una delicia verlo. Ave migratoria de larga distancia, forma bandadas perfectas y tiene un vuelo enérgico, de aleteos rápidos y de una admirable energía. Eso hace de este ánade una presa codiciada por los cazadores, no necesariamente republicanos, porque es difícil acertarle: su habilidad aérea y su rapidez son muy notables, y del ánade real se puede decir cualquier cosa menos que sea tonto. Así que vuela muy bien. Incluso sin avión, lo cual tiene su mérito.

Tercer dato a tener en cuenta: su capacidad de adaptación. Se acomoda a lo que sea, come lo que haya y se aclimata rápidamente en zonas muy distintas y de temperaturas de lo más variado. Lo mismo le da la tierra, que el mar, que el aire: hace lo que haya que hacer, y este es, sin duda, el motivo por el cual no le preocupa en absoluto su posible extinción, porque prospera y prolifera con seguridad, con serenidad y con todo éxito.

No le faltan depredadores, desde luego, como el gavilán coletudo (accipiter podemisticus), el búho real (bubo bubo), el raposo (vulpes abudabiensis) o la mofeta (mephitis abascalica); pero el ánade real, con habilidad, con mucha prudencia y con no poca suerte, se ha ganado el cariño de los ciudadanos, sobre todo de los jóvenes, y tiene por delante un futuro luminoso y esperanzador. Más nos vale.