De los simuladores al Pilatus, la princesa inicia el próximo 1 de septiembre el último curso de su periplo militar en San Javier (Murcia)
En las películas, los cadetes de vuelo se juegan la vida en maniobras imposibles, pero en San Javier (Murcia), la princesa Leonor se jugará más bien el descanso. La Academia General del Aire tiene mucho menos de Top Gun y bastante más de Cuéntame cómo pasó: hay corneta al amanecer, estudio de álgebra y salidas restringidas al fin de semana. También uniforme azul, habitaciones compartidas y un avión de instrucción recién salido del paquete.
La historia ya la conocemos: joven cadete, instructores exigentes, avión reluciente y pruebas de nervios en cabina. Leonor será a partir del 1 de septiembre la tercera generación de Borbones en ponerse las alas tras pasar por Zaragoza y Marín, las dos academias militares anteriores.
La ministra de Defensa, Margarita Robles, visitó este jueves las instalaciones para supervisar la cuenta atrás. Apareció de verde monárquico, en contraste con el blanco impoluto de los edificios de Santiago de la Ribera, y reiteró el mantra: Leonor será «una más, sin trato de favor». Lo repiten oficiales, coroneles y compañeros de promoción mientras muestran el plan de instrucción de la alférez alumna Borbón Ortiz, que entrará directamente en cuarto curso con un plan adaptado.
El calendario está marcado. Entre septiembre y febrero, la princesa acumulará más de 50 horas de simulador y otras tantas de vuelo real, las mismas que sus compañeros de promoción. La secuencia es clara: primero entre ocho y diez entrenamientos virtuales, luego la pista. A principios de octubre subirá por primera vez a un avión de la academia, siempre acompañada de un instructor. Y si la progresión lo permite, tendrá derecho a una “suelta”, el ansiado vuelo en solitario para ejecutar maniobras básicas.
El aparato elegido para la instrucción es el Pilatus PC-21, un modelo suizo de última generación con el que el Ejército del Aire ha jubilado a los veteranos C-101, analógicos, compañeros de vuelo desde hace casi 50 años y llenos de relojes. El salto es digital: pantallas por todas partes y un sistema pensado para enseñar a futuros pilotos de combate. El instructor, que vuela en la misma cabina, puede apagar mapas, forzar emergencias ficticias o anular funciones del avión para obligar al alumno a improvisar. Dicho de otra forma: está diseñado para poner nervioso al que va al mando y acostumbrarle a lo imprevisible.
Internado y rutina férrea
La vida en San Javier no se reduce a volar. Como todos los cadetes, Leonor vivirá en régimen de internado, con salidas limitadas a viernes y sábados. Los de primer curso ni siquiera pueden dormir fuera hasta que juran bandera; a la heredera, que entra en cuarto, se le aplica un reglamento más flexible. Dormirá en una camareta con otras tres compañeras, aunque con un detalle excepcional: baño propio para su cuarto, privilegio escaso en un pasillo donde la gran mayoría comparte aseo común.
Las jornadas están medidas al milímetro. Toque de diana a las seis y media, aseo y habitación en orden antes del desayuno. Clases teóricas y técnicas militares desde las ocho de la mañana hasta media tarde. De seis en adelante, estudio, deporte o descanso en las instalaciones del campus militar: polideportivo, piscina cubierta, campos de fútbol, salas de esgrima y hasta peluquería/barbería. Una minicudad en uniforme donde trabajan alrededor de mil personas y que aloja a varios cientos de alumnos.
Leonor formará parte de la LXXVIII Promoción de la Academia, junto a otros 74 cadetes. No pasará por el quinto curso, donde los alumnos eligen especialidad (caza, helicópteros o transporte) porque su formación está diseñada como un itinerario propio que condensa lo esencial. Es un plan hecho a medida para que complete en tres años (uno por Ejército) lo que otros repartirían en trece.
Entre las asignaturas figuran matemáticas, física, álgebra, inglés y técnicas de mando, además del adiestramiento en vuelo. El horario incluye más simulador que descanso. Y aunque los fines de semana se permite salir, todos deben estar localizables y listos para volver a la academia en menos de una hora. La vida social se resume en el centro de alumnos, dos cafeterías y alguna escapada fugaz a los alrededores.
Tercera generación en San Javier
San Javier no es sólo una escuela: es tradición dinástica. Por sus hangares pasó Juan Carlos en 1959, recibiendo el emblema de piloto militar. Felipe VI lo hizo en 1989, estrenando teniente. Ahora Leonor, tercera generación, repite la ruta familiar con un contexto distinto: aviones nuevos, formación digital y un Ejército que quiere exhibir modernización tanto como disciplina.
En junio, su padre se vistió de Maverick para probar el Pilatus en el 40º aniversario de la Patrulla Águila. En septiembre, será la hija quien cruce la misma pista, aunque sin público ni festival aéreo. Lo hará como alférez alumna, con casco y uniforme de vuelo, dentro de un plan que busca forjar reflejos y temple en cabina.
Al final del camino no habrá especialidad ni despacho de oficial, pero sí la certificación de haber completado la triple vía castrense: tierra, mar y aire. Un currículum pensado para coronar a una futura capitana general. De momento, lo que le espera es otra cosa: madrugones, simuladores, 50 horas de vuelo y una camareta compartida con tres compañeras.