Cinco amigos, 1.400 kilómetros, 21 días y una fe que impulsa a pedalear de París a Roma

A lomos de sus bicicletas, con dos pequeñas tiendas de campaña y lo justo en el equipaje, Jean, Louis, Henri y Arthur han recorrido caminos, dormido al raso y rezado cada día para llegar puntuales a una cita: el Jubileo de los Jóvenes

Por las calles de Roma ya se respira el aire de algo grande. Jóvenes llegados de todo el mundo inundan la ciudad con mochilas al hombro, banderas y una alegría contagiosa que desborda cada rincón del Vaticano. El Jubileo de los Jóvenes ha comenzado, y con él, miles de historias distintas acompañan a una plaza que se convierte estos días en el corazón de la fe joven.

Una de ellas ha llegado sobre dos ruedas. Jean, Louis, Henri, Arthur y otro Louis —quien tuvo que detenerse por una lesión— han pedaleado desde París hasta San Pedro: 1.400 kilómetros en 21 días. No traen bicis de alta gama ni buscan aplausos. Lo suyo ha sido, simplemente, «una larga peregrinación, no solo un viaje a Roma», dice Jean con naturalidad mientras contempla el panorama de San Pedro.

Y así lo han hecho. A lomos de sus bicicletas, con dos pequeñas tiendas de campaña y lo justo en el equipaje, han cruzado caminos, dormido al raso y rezado cada día. «Ir a misa cada día era difícil, pero por supuesto no ha faltado ninguna semana», explican. Lo esencial siempre ha estado presente: la oración, la fraternidad y esa fe interior que mueve y que, como dice la carta a los Hebreos, es «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve».

Rezar marca la diferencia

Uno de los momentos más emotivos ha sido el reencuentro con Louis, el compañero que tuvo que abandonarles por una lesión en el pie, pero que viajó hasta Roma para esperar a sus amigos en la plaza. Allí, entre miles de peregrinos, los cinco se reencontraron. No hubo gestos llamativos: simplemente formaron un pequeño círculo, entonaron un sencillo canto del Ave María en francés y rezaron juntos para dar gracias.

«No ha sido fácil, la verdad es que no tenemos las mejores bicis», bromean. «Pero ha sido una peregrinación, eso es lo que queremos enfatizar». Durante el camino, la fe no fue un añadido, sino parte del día a día: «Rezábamos cada día, y eso nos ha ayudado mucho», cuentan.

No fue un desafío deportivo ni una simple escapada entre amigos, sino una forma tangible de poner en marcha su fe. Estos cinco jóvenes llegaron a Roma con la intención de dar testimonio de la esperanza que brota de Cristo. Y, como ellos, miles de jóvenes llenan la plaza de San Pedro, impulsados por la misma convicción.