Quizá uno de los mayores malentendidos de este pontificado haya sido el intento de encasillar a Francisco en una postura política que ha distorsionado su mensaje
Desde que el 13 de marzo de 2013 un cardenal argentino llamado Jorge Mario Bergoglio salió al balcón de la basílica de San Pedro como el nuevo Papa, tomando el nombre de Francisco, comenzó una nueva etapa para la Iglesia, un periodo que no ha dejado de sorprender, cuestionar y, sobre todo, reflexionar a miles de fieles.
Desde el primer día de su elección, Francisco dejó claro que su visión de la Iglesia sería distinta. Ante una abarrotada Plaza de San Pedro, Bergoglio saludó a los millones de personas de todo el mundo con la cruz pectoral de hierro que usaba como arzobispo y sin la característica muceta roja, la estola con la que aparecieron en su presentación los anteriores Papas.
Y sobre todo, comenzó con un gesto simple: pidió al pueblo que rezara, no solo por su predecesor, Benedicto XVI –a quien la opinión pública intentó encasillar como su enemigo–, sino que pidieran por él, para que supiera enfrentar su nuevo papel como obispo de Roma.
La Iglesia: hospital de campaña pero no una ONG
Tras 12 años de ese momento, Francisco ha dejado claro que su visión no es la de una institución burocrática, sino la de una comunidad viva, que debe estar en diálogo con el mundo que le rodea. No se trata solo de dar discursos, sino de escuchar, de ir más allá de las estructuras y entrar en contacto con las realidades concretas del mundo, convirtiendo a la Iglesia en un «hospital de campaña» que no se aleja del combate y atiende a las personas heridas, sanándolas para que puedan levantarse y seguir adelante, pero advirtiendo del peligro de «convertirse en una ONG» que solo asiste sin transformar.
Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha sido etiquetado de muchas formas: para algunos, es un Papa de izquierdas por su insistencia en temas como la justicia social, la acogida a los migrantes o el cuidado de la Creación. Sin embargo, quienes le acusan de comunista suelen olvidar que la doctrina social de la Iglesia no pertenece a ninguna ideología política, sino que bebe del Evangelio y de una tradición que viene de tiempo atrás.

Hoy se conocerá la nueva encíclica de Francisco
Las tres encíclicas que supusieron un antes y un después en la historia de la Iglesia
Cuando el Papa habla de los pobres, no está haciendo un discurso partidista, sino recordando algo que ha estado en el corazón de la Iglesia desde sus orígenes: la opción preferencial por los más necesitados. Lo mismo ocurre con su condena del clericalismo o su énfasis en la misericordia, que no son novedades, sino continuidad con sus predecesores.
Otro punto de fricción ha sido su postura frente a la misa en latín y los sectores tradicionalistas. Algunos han interpretado sus restricciones como una persecución a la tradición, pero lo que Francisco ha señalado no es el rito en sí, sino el riesgo de que este se convierta en un símbolo de oposición al Concilio Vaticano II y a la unidad de la Iglesia. No ha prohibido la misa en latín, sino que ha dispuesto que se celebre con el permiso del obispo y en comunión con Roma. Su intención no ha sido combatir la liturgia tradicional, sino evitar que se convierta en símbolo de división dentro de la Iglesia.

Hijo del Concilio Vaticano II
Es cierto que muchos esperaban de Francisco un giro progresista en cuestiones morales, pero su pontificado ha demostrado que no ha cambiado la doctrina en temas como el aborto, la eutanasia o el matrimonio. Sin embargo, su forma de expresarse, más pastoral que doctrinal, ha generado confusión en algunos sectores. Su insistencia en la acogida y el acompañamiento ha llevado a interpretaciones ambiguas, en las que algunos han visto una apertura que en realidad nunca ha llegado a concretarse en cambios sustanciales. A veces, su mayor interés en tender puentes que en marcar límites claros, ha dejado espacio para que su mensaje sea interpretado de maneras contradictorias.
Francisco no es un Papa que pueda encasillarse fácilmente en categorías políticas o ideológicas. Quienes intentan analizar su pontificado desde la óptica de derecha e izquierda terminan por frustrarse, porque su forma de actuar no responde a lógicas partidistas. Su manera de comunicar, más pastoral y cercana, ha descolocado a quienes esperaban un pontífice con afirmaciones tajantes y sin matices. Sin embargo, esto no significa que haya diluido la doctrina, sino que ha optado por un modo distinto de transmitirla. Su énfasis en la misericordia, en la acogida y el acompañamiento no implica relativismo, sino una estrategia para llegar a aquellos que se sienten fuera de la Iglesia sin traicionar su mensaje esencial.

Como ha señalado en varias ocasiones el filósofo italiano Massimo Borghesi, para entender a Francisco hay que mirar al Concilio Vaticano II y al modelo de Pablo VI. Su forma de ejercer el ministerio petrino no es una ruptura, sino una profundización de lo que la Iglesia ya había puesto en marcha en el siglo XX. Sus llamadas a una «Iglesia en salida», más preocupada por evangelizar que por atrincherarse, van en la línea de lo que siempre ha sido la misión cristiana. Francisco ha sido desconcertante para muchos porque no se deja apropiar ni instrumentalizar. No es un líder de facción, sino un pastor con una visión global que busca sostener la unidad de la Iglesia sin reducirla a un bando ideológico.