Nadal obra otro milagro en la Caja Mágica y alarga su estancia en Madrid tras batir a De Miñaur

El balear se niega a jugar su último partido en la Caja Mágica, encendida para la ocasión, y apaga al australiano (7-6 (6) y 6-3) en dos horas de partido

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Hoy, recorría la grada un sentimiento de aliento contenido, compungidos los corazones porque todo apuntaba a que en este 27 de abril de 2024, Rafael Nadal jugaba su último partido en la Caja Mágica, en Madrid y en España. Pero asiste el personal a esa lógica que solo Nadal entiende; esa que ha retorcido tantas veces a su favor que casi es más sorprendente que no lo consiga. Venía mal, serio, alicaído, dando por hecho que no estaba al cien por cien, que incluso él lo aceptaba, más que nadie en el planeta tenis: «No soy favorito». Pero ahí está, otra batalla ganada al rival, a su cuerpo, al tiempo. Nadal no se quiere ir, y prevalece su lógica sobre todo lo demás y sobre un Alex de Miñaur acongojado ante el ambiente y la olla de presión en la que se convirtió esta Caja Mágica cerrada.

MUTUA MADRID OPEN

  • Rafael Nadal
7 6
  • Alex de Miñaur
6 3

Hablaba Nadal de que salvo milagro creía que sí sería su última vez aquí. Pero de milagros sabe bien el balear, protagonista de muchísimos de ellos a lo largo de su carrera. Ahí está el primero, tener una trayectoria profesional de veinte años cuando su pie se empeñaba en hacerla cortísima. Ahí está ese primer Roland Garros con 18 años, ahí están esas 476 victorias en tierra batida, todos los récords en esa superficie. Ahí está ese triunfo ante el todopoderoso Roger Federer en su casa de Wimbledon en 2008. Ahí está ese París conquistado en 2020, en frío, sin público. Ahí está ese último Abierto de Australia cuando el marcador se empeñaba en decirle que estaba acabado; ahí está ese último, por ahora, título en Roland Garros con un pie adormecido. Y aquí está ese triunfo ante De Miñaur para alegría del tenis.

La esencia sigue. Todo lo que ha sido y es sigue en pie en esta fría tarde de abril, que, como Nadal, va calentándose y hasta aparece el sol cuando se consume primer set. La derecha funciona como siempre, la de los mejores momentos, directa y cruel como un puñal.

El puño también. Y se anima el rey en la grada porque vive en primera persona lo que quieren todos, que sea este otro milagro de Nadal. Y se pasa del anhelo a vislumbrarlo, ver cómo crece, ver cómo se cree.

Tanta presión en esta pista cerrada que hasta el balear se tensa, discusión con el árbitro por la decisión de una pelota. «Llama al supervisor. No quiero seguir jugando», critica contrariado porque para una bola que no cantó nadie fuera. Se enciende la grada, claro, y Nadal responde levantando las dos bolas de break.

Cada ganador de Nadal es una fiesta, historia del tenis haciéndose o terminándose a vista de todos. Todavía lo es más cuando logra la rotura en el segundo juego, fallón el australiano que hace una semana sí pudo con el balear en Barcelona. Pero se vuelve el partido indomable, y De Miñaur aprieta, con alguna dejada que no gusta demasiado ni al rival ni al público.

No hay ninguna duda de que quien está jugando es Nadal, y todo lo que lo rodea, que no es solo un jugador que juega el tenis: derecha vertiginosa y puntos que hacen forzar el cuádriceps y que quemen las manos de tanto aplaudir. Es Nadal en su más pura esencia, empujado por un «Sí se puede», porque nadie quiere hablar de adiós, el que menos, Nadal, un «Cómo te queremos», que grita otro espectador, como si hubiera alguna duda, y un «¡Quédate!» desesperado. Porque no entra todavía en la cabeza la posibilidad de no verlo más, de no sentirlo más, de no vibrar con él en esta Caja Mágica que retumba con sus golpes y sus puntos, celebrado como un trueno en forma de aplauso el break para igualar a 4 y el ponerse por delante 5-4.

«A por ellos, a por ellos», se desata ya el graderío, porque esto ya es vislumbrar la posibilidad de ganar, el milagro, y no solo caer con dignidad.

Tampoco Nadal quiere irse y lidera los puntos en el tie break como si no existiera el mañana. Tiene hasta cuatro bolas de set, dos con saque, pero es al resto, a la quinta, como consigue inmortalizar aún más su leyenda: esto es Nadal. Y digo ‘esto’ porque es mucho más que tenis.

«Viva Rafa, viva el rey, viva España» corea la afición, espectadora de otro milagro: hay otro break para el 2-0 en el segundo set, y un De Miñaur que no entiende qué ocurre con sus golpes, defendidos todos, y empequeñecidos por un Nadal que recuerda al de las magníficas tardes de mordiscos en la copa.

No lo es aquí, pero para él es como si lo fuera. Y para Madrid, que celebra un día más de Rafa en casa, destrozado De Miñaur, que también asiste atónito a este enésimo milagro del balear. Brazos al cielo porque a la segunda bola de partido, regalo de De Miñaur con una doble falta, Nadal sigue aquí.

El que venía cariacontecido, con prudencia, sin querer apretar demasiado porque lo importante llega en tres semanas, si es que llega. Después de hoy, cómo no creer en Nadal, como siempre, como si no hubiera mañana.