Una reivindicación de España y su Constitución

Han sido unas palabras tan valientes como necesarias. En sus palabras ha quedado implícita la reacción ante la democracia iliberal que se nos presenta día a día.

El Rey ha pronunciado uno de sus discursos más políticos, el necesario para un tiempo de quiebra por el pulso al Estado de Derecho, a la Constitución y a la unidad de España. No cabía esperar otra cosa dada la responsabilidad que Felipe VI ha demostrado siempre hacia nuestra patria. Porque cuando los españoles han requerido una esperanza, ahí ha estado el Rey. El resultado ha sido un discurso que no habrá gustado a Sánchez, ni al PSOE ni a sus aliados. Esto no importa porque ninguno de ellos es monárquico ni constitucionalista y, además, una gran parte de ellos tampoco se siente español.

En esta ocasión no ha habido en el discurso real espacio para cosas menores , o circunstancias del día a día. Hubiera sido una decepción que Felipe VI no atendiera de forma principal la gran preocupación actual de los ciudadanos. En tiempos de cuestionamiento de la validez de la Constitución, de negación de la separación de poderes, de una confrontación institucional inédita desde 1978, de ruptura entre los dos grandes partidos, y cuando el independentismo tiene al alcance sus objetivos, Felipe VI no podía hablar del cambio climático, las pensiones o la desigualdad.

El Rey ha reivindicado la Constitución no solo como “el mayor éxito de nuestra historia reciente”, sino como fuente presente de libertad, garantía de pluralismo, igualdad y justicia. Fuera de ella, ha dicho para los que coquetean con su destrucción, no hay nada más que oscuridad y retroceso, autoritarismo y conflicto. El toque de atención a aquellos que la desprecian o ponen en duda ha sido evidente. Solo la falta de patriotismo o de responsabilidad pueden empujar a políticos y partidos a desgastar o negar su validez. En estas palabras Felipe VI se ha convertido en portavoz una vez más de los que denuncian la quiebra constitucional a la que alegremente nos lleva el Gobierno actual y sus aliados.

En las palabras del Rey ha quedado implícita la reacción ante la democracia iliberal que se nos presenta día a día. El sistema democrático, ha dicho, se fundamenta en la libertad y la pluralidad en torno a un consenso político “amplio” dentro de la Constitución. Esto ha sido una crítica evidente al bloque extremista que ha construido Sánchez en su rechazo al PP, el otro partido llamado a gobernar. Esa polarización para granjearse aliados aleja la democracia de ser un “sentimiento compartido” y niega la “prosperidad común”.

Las palabras del Rey han recordado un momento al artículo 2 de la Constitución de 1812, aquel que decía que España “no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia -léase hoy partido- ni persona”. La nación, ha venido a decir, no puede estar sometida al capricho de intereses individuales o partidistas, lo que habrá sentado muy mal a las mesas bilaterales del PSOE con Junts, ERC y Bildu. España, por contra, es una “realidad histórica y actual”, ha concluido Felipe VI, de triunfo y prosperidad, una “verdad como Nación”, con “la responsabilidad de influir en el rumbo de la Humanidad”.

Las palabras han dejado en evidencia que jugar con la unidad de España por intereses espurios, como un mandato más en Moncloa, es irresponsable hacia la Historia, el presente y el futuro del país. Por eso la Constitución es importante, tanto, afirmó el Rey, como respetar la separación de poderes, y la actuación del poder judicial en el “ejercicio de sus propias competencias”. No era posible decirlo más claro: el lawfare es una patraña para argumentar el mal negocio de romper la Constitución y la nación, y la amnistía -palabra que no ha pronunciado-, una estafa.

El Rey ha terminado dando esperanza, un deber tan importante como señalar los riesgos. El pueblo español, ha dicho, siempre ha sabido sobreponerse a las desgracias y a las crisis, en referencia a las graves incertidumbres actuales. “Lo haremos juntos”, ha prometido, porque cumplirá su deber “como Rey” y porque es su “convicción”. Pero para esto es necesaria la responsabilidad de “todas las instituciones”, cumpliendo su deber dentro de la Constitución. Lo cierto es que han sido unas palabras tan valientes como necesarias.