Francisco, a los pies de los reos diez años después

Francisco no organizó fasto alguno el pasado 13 de marzo cuando se cumplieron los diez años de su elección como Papa. Quizá quiso esperar hasta ayer para celebrarlo a su manera. Regresando una década después de su primera visita al Casal del Marmo, un centro de internamiento para menores que han cometido algún delito. En aquella Semana Santa de 2013 hubo quien se llevó las manos a la cabeza –repiten el mismo gesto hoy– porque el Obispo de Roma decidió no presidir la llamada misa «in Coena Domini» del Jueves Santo en la basílica de San Juan de Letrán como sus predecesores. El pontífice latinoaméricano, que ya había expresado su sueño de conformar «una Iglesia pobre y para los pobres» que dejara el centro para irse a las «periferias reales y existenciales», se plantaba 15 días después de su elección en una cárcel para adolescentes, trasladando a Roma una costumbre que llevaba realizando desde hace décadas como arzobispo de Buenos Aires. Por si fuera poco, al rememorar la escena de Jesús lavando los pies a sus discípulos, se arrodilló además para verter el agua y acariciar la piel con una toalla de dos mujeres, una de ellas musulmanas, un gesto que no ha logrado ser respaldado en todas las catedrales y templos católicos del planeta. A partir de ahí, Francisco fue visitando otros centros penitenciarios romanos, salvo en 2020 cuando la pandemia le obligó a no moverse de la basílica de San Pedro y en 2021 cuando celebró la misa con el defenestrado cardenal Angeo Becciu, el primer purpurado acusado de malversación y que todavía hoy sigue inmerso en un proceso judicial vaticano.

Ayer Francisco volvió a lavar los pies a 12 «discípulos» caídos. De nuevo, dos mujeres. Con diez años más encima, una operación de diverticulitis, artrosis en la rodilla derecha y un reciente ingreso hospitalario por una bronquitis. Llegó en silla de ruedas, pero se mantuvo en pie apoyado en el báculo cuando le requería la liturgia. En el gesto del lavatorio, se remangó y fue acariciando y besando los pies de cada uno de los jóvenes con jofaina y toalla en mano.

Así, no se tuvo que arrodillar porque le prepararon un pequeño estrado para que solo se tuviera que inclinar. Así pasó uno a uno ante ellos, entre tatuajes, piercings, pantalones vaqueros rotos, zapatillas desgastadas y rostros de sorpresa. Entre ellos, un croata que se resistía a soltarle la mano y le insistía en que rezaba por él.

Sin rebajar un ápice su tono de consuelo y esperanza con respecto a hace una década pronunció la homilía para los reos: «Seguro que alguno de vosotros piensa: ‘Si el Papa supiera lo que llevo dentro…’. Jesús lo sabe y nos ama así como somos, nos lava los pies a cada uno de nosotros y no se asusta jamás de nuestra debilidad, solo quiere acompañarnos y tomarnos de la mano para que la vida no sea tan dura». A renglón seguido, reiteró: «Cada uno de nosotros puede resbalarse y eso es lo que nos da la dignidad de ser pecadores, Jesús nos quiere así y nos salva así».

El Bergoglio más párroco explicó que el lavatorio «no es algo folclórico, sino un gesto que nos dice cómo tenemos que ser nosotros». «Jesús quiere enseñarnos la nobleza del corazón. Nos llama a ayudarnos unos a otros, mientras que los que van de listos nos proponen que nos aprovechemos los unos de los otros», expresó en una alocución sin apoyo de ningún papel. A la vez, Francisco denunció «cuántas situaciones de injusticia, cuántas personas sin trabajo, cuántos malpagados, cuántos sin dinero para pagar medicinas, cuántas familias que viven mal…».

«Jesús jamás os abandona», alentó a los jóvenes reclusos presentes en la capilla del centro de rehabilitación de menores, ante la atenta mirada de sus familias, trabajadores y voluntarios. Entre ellos, el padre Nicolò Ceccolini, capellán del Casal del Marmo, que acompaña al medio centenar de jóvenes reclusos, entre 14 y 25 años, entre los que hay lo mismo italianos que subsaharianos, ateos que católicos. Entre ellos, 15 musulmanes que celebran en estos días el ramadán. En el altar, junto a Bergoglio, ningún cardenal. Del «staff» vaticano, solo Diego Giovanni Ravelli, el maestro de las Ceremonias Litúrgicas Pontificias, con casulla de concelebrante.

Contra la polarización

Antes de desplazarse a la cárcel, por la mañana presidió en la basílica de San Pedro la misa Crismal, en la que dio un tirón de orejas a los sacerdotes: «Cuando nos convertimos, aunque sea por ligereza, en instrumentos de división; y le hacemos el juego al enemigo, que no sale a la luz y ama los rumores y las insinuaciones, que fomenta los partidos y las cordadas, alimenta la nostalgia del pasado, la desconfianza, el pesimismo, el miedo». Sabedor de las resistencias a su pontificado, instó a los católicos a «no ensuciar la unción del Espíritu y el manto de la Madre Iglesia con la desunión, con las polarizaciones, con cualquier falta de caridad y de comunión».