Rusia conquista y desestabiliza África con el grupo Wagner

This undated photograph handed out by the French military shows three Russian mercenaries, right, in northern Mali. Russia's Wagner Group, a private military company led by Yevgeny Prigozhin, a rogue millionaire with longtime links to Russia's President Vladimir Putin, has played a key role in the fighting in Ukraine and also deployed its personnel to Syria, Central African Republic, Libya and Mali.

Las milicias al servicio de Putin desplazan a los militares franceses en varios países del continente. La visita a Mali del ministro de Exteriores ruso, afianza el poder del Kremlin

Las milicias privadas al servicio de la proyección exterior de la Rusia de Vladímir Putin, como el grupo Wagner, están conquistando y desestabilizando y el corazón de África, apropiándose de materias primas, atizando el odio contra Europa y EE.UU., instalándose como vanguardia de una potencia imperial sin escrúpulos y cometiendo los crímenes más odiosos. Este intento por expandir la presencia de Rusia en África se escenificó ayer mismo con la visita de «amistad y trabajo» a Mali del ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, quien fue recibido en el aeropuerto de Bamako por su homólogo maliense, Abdoulaye Diop.

El grupo Wagner, tras su fundación el 1 de mayo de 2014 como empresa privada de Evgueni Prigozhin, antiguo vendedor ambulante de perritos calientes convertido en cocinero de Putin, comenzó a poner en práctica en Siria un modelo exportado con trágico éxito a una decena de países africanos. En 2015, Wagner y otras milicias al servicio de Putin se convirtieron en la guardia pretoriana del régimen de Bashar Al-Assad. A cambio, entre prebendas y maniobras, la empresa rusa EuroPolis, cuyo primer accionista es el propio Prigozhin, firmó un contrato con la empresa estatal siria General Petroleum Corp, asegurándose el 25 por ciento de las ganancias de la extracción de petróleo y gas del castigado país.

Genocidios y matanzas

En el noreste del continente africano, la República de Sudán es víctima de guerras civiles endémicas y, desde hace tres años, padece una sucesión de golpes de Estado que enfrentan a militares golpistas y milicias musulmanas de sensibilidades enfrentadas. Y precisamente desde 2017, los mercenarios de Wagner se han puesto a disposición de sucesivos militares golpistas, cobrando sus servicios en comisiones, oro y petróleo.

Antes de extender su presencia internacional, el grupo Wagner se consolidó en Ucrania respaldando a los separatistas prorrusos del Donbass.

Se desplegaron para apoyar al general libio Jalifa Haftar y enfrentarse al llamado Gobierno del Acuerdo Nacional. Según la BBC, pudo llegar a haber 1.000 efectivos entre 2019 y 2020.

Se dedicaron a entrenar al Ejército sirio y a las milicias pro-Assad y participaron en los combates en sus filas.

La Junta Militar que llegó al poder tras dos golpes de Estado propició la contratación de los Wagner y provocó la salida de las tropas francesas. Los mercenarios son los encargados de combatir a los yihadistas.

El grupo fue contratado para luchar contra la insurrección yihadista en el norte. Después de sufrir numerosas bajas, abandonó el país.

El presidente, Faustin-Archange Touadéra, pidió a los Wagner que apoyaran al Ejército en su lucha contra las milicias de la Coalición de Patriotas por el Cambio.

Desde hace años, la Corte Penal Internacional, entre otras instituciones, denuncia el genocidio y un arcoíris atroz de crímenes y matanzas. Los mercenarios de Wagner no solo se comportan como bandas de criminales a sueldo: son una fuente inagotable de propaganda, atizando el odio contra Occidente y culpando a EE.UU. y Europa de la ensangrentada situación de uno de los países más grandes de África.

Expansión imperial

Antiguo feudo colonial francés, la República Centroafricana vive en estado de guerra civil –política, religiosa y étnica– desde hace más de una década. A principios de 2018 comenzó a funcionar otro de los métodos putinianos de expansión imperial en el continente: el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó a Rusia el suministro de armas a este país, abriendo una fructífera penetración.

El Gobierno centroafricano, además, nombró a un militar próximo al presidente de Rusia como consejero en materia de seguridad y varias compañías de ese país recibieron la concesión automática de la explotación de piedras preciosas y oro. Empresas rusas próximas a los hombres de Putin comercializan el tráfico de diamantes, extraídos de las minas que los grupos Wagner controlan, imponiendo su ley marcial y recurriendo a las matanzas indiscriminadas cuando lo consideran necesario.

Estos mercenarios también gobiernan otros campos petrolíferos importantes en Libia, desde 2018 y 2019. Como en otras capitales africanas, los hombres de Putin instalados en Trípoli se sirven de las milicias privadas como recurso de presión. Desde años atrás, Wagner tiene bases militares propias en varios lugares estratégicos de Libia. Sus milicianos intervienen en cualquier momento para imponer los criterios políticos, económicos o estratégicos de su benefactor, facilitando, entre otras cosas, el éxodo migratorio hacia Europa a través del Mediterráneo.

En Siria, Sudán, Centroáfrica y Libia, pues, el grupo de Prigozhin está en primera línea de ocupación del terreno a través de la fuerza. En otros países, como Camerún y Madagascar, juega el papel de guardia pretoriana de acuerdos no solo diplomáticos entre Moscú y el Estado en cuestión, que permiten la expansión de la Rusia de Putin en el continente africano y que son percibidos en Washington y Europa como un modelo que ilumina uno de los rostros más temibles de la expansión colonial rusa.

RUSIA EN ÁFRICA Y EL GRUPO WAGNER

Entre finales de 2021 y principios de 2022, en vísperas de la invasión de Ucrania, Moscú firmó con Camerún y Madagascar acuerdos de carácter militar y estratégico, que cubren con un manto de retórica un proceso de implantación neocolonial con múltiples flecos. Moscú ofrece a su modestos aliados toda su panoplia de armas –artillería, armas ligeras, blindados–, acompañadas de la temible tecnología informática especializada en la guerra híbrida contra Occicente: la propaganda.

Wagner es un brazo armado temible. Los acuerdos militares con Camerún y Madagascar dan una cobertura diplomática al floreciente negocio de las exportaciones de armas rusas: Argelia, Marruecos, Angola, Etiopía, Nigeria, Mali y Botswana son grandes compradores, con su correspondiente asesoría técnica. Putin se ha convertido, así, en un interlocutor privilegiado con unas rentas espectaculares en la escena internacional: puede contar con el apoyo y el voto, directo o velado, de muchos países africanos en Naciones Unidas.

En la guerra híbrida, las milicias privadas se complementan con la guerra propagandística sin cuartel. Las antiguas potencias coloniales han sido expulsadas de África. Otro caso de enfrentamiento híbrido, entre Rusia y Europa, con las milicias Wagner oficiando de intermediarias, es el de Mozambique, uno de los países más pobres del mundo, en el sureste de África, que cobró una importancia estratégica internacional tras el descubrimiento de yacimientos de gas natural licuado (GNL).

La guerra rusa contra Ucrania y la penuria mundial de combustibles confieren al GNL una importancia de primer orden. Así lo comprendieron las grandes multinacionales francesas (Total), italianas (ENI), estadounidenses (Chevron) y rusas (Rosneft). Con una ventaja de peso para Moscú: Wagner está en primera línea de presión contra grupos islamistas, convirtiéndose en algo parecido a una ‘Policía de Estado’, en beneficio de los intereses rusos.

Desde años atrás, el caso de Mali es un modelo canónico de los enfrentamientos de Europa y Rusia en el corazón de África, cuando las milicias de Putin están conquistando o desestabilizando el corazón del continente africano.

Durante varios años, Francia sostuvo una presencia militar considerable, de 4.000 a 5.000 hombres, en Mali, con varios objetivos estratégicos: contener la expansión islamista, asegurar la estabilidad del régimen y defender sus intereses en la explotación de yacimientos de hierro, bauxita, petróleo. Se trataba y se trata, en Mali, de una guerra de primera importancia para Europa. Francia consiguió el envío de una fuerza multinacional, con bandera de Naciones Unidas, al norte de Mali. Fuerza decreciente, poco eficaz contra la expansión de las milicias rusas al servicio de los intereses de Putin.

Francia es la única potencia europea que sigue teniendo una presencia militar modesta en África, a través de acuerdos bilaterales con Estados independientes que fueron antiguas colonias.

Las minas de uranio de Níger son capitales para el futuro de la industria nuclear, no solo francesa. En ese rincón de la inmensa franja sahariana de Sahel se cruzan media docena de familias y grupúsculos yihadistas islámicos, que llegan, con frecuencia a las costas mediterráneas, a través de las rutas mauritanas, marroquíes o argelinas. La presencia creciente de Wagner en ese escenario multiplica los riesgos y acentúa la inestabilidad.

La presión rusa, en Mali, terminó forzando la retirada militar de Francia. Los militares golpistas pidieron y consiguieron la salida de la antigua potencia colonial, sustituida entonces por las milicias privadas de Wagner, controlando el poder político local, imponiendo su ley marcial al servicio de los movimientos de peones africanos de Putin. El Gobierno de Mali es incapaz, por sí solo, de asegurar la estabilidad regional. Francia intentaba ofrecer estabilidad y seguridad, pero ha sido suplantada por las milicias Wagner. Ayer, Lavrov anunció que Rusia continuará ayudando a Malí a mejorar sus capacidades militares.

Expulsada de Mali, primero, Francia replegó sus fuerzas a otros países vecinos, como Níger, Burkina Faso, Costa de Marfil, Senegal, Gabón o Yibuti. Durante los dos últimos años, sin embargo, la presión militar, terrorista (islámica) y propagandística (rusa) ha crecido de modo vertiginoso forzando nuevos repliegues de Francia, antigua gran potencia colonial. Consumada la expulsión francesa de Níger y Mali, las matanzas yihadistas y antiyihadistas coincidieron con estallidos de cólera contra la antigua metrópoli. A finales de enero, el Gobierno de Burkina Faso exigió la retirada inmediata de los soldados franceses estacionados en su territorio. Emmanuel Macron tardó apenas veinticuatro horas en anunciar esa repliegue.