Ucrania denuncia un genocidio tras el hallazgo de 410 cadáveres de civiles en los alrededores de Kiev

Ladridos de perros abandonados. Niebla y nieve. La entrada a Bucha desde Irpín es un paseo apocalíptico por barrios arrasados en los violentos combates que obligaron a los rusos a retroceder en su camino a Kiev. Cruzando la vía que separa ambas localidades, el primer cuerpo tirado en el suelo anuncia la llegada a una Bucha convertida desde la salida de las tropas de Rusia en una especie de ciudad de los muertos. Desde la liberación de esta localidad del norte de Kiev, los servicios de rescate tratan de retirar los cadáveres de las calles y casas, muchos de ellos con muestras claras de haber sido ejecutados, por lo que está en marcha una investigación, pedida por EE.UU., la UE y la ONU, para aclarar lo sucedido.

El frío helador hace que apenas se perciba el hedor de algunos de los cuerpos que llevan días a la intemperie.

La fiscal general ucraniana, Irina Venediktova, informó de que se habían contabilizado 410 cadáveres en las zonas recuperadas en los últimos días por las fuerzas ucranianas en la región de Kiev. De ellos, 140 ya han sido examinados. La mayoría de estos cuerpos se han recogido de las calles de Bucha. «Esto es un genocidio. La eliminación de una nación entera y su pueblo. Somos ciudadanos de Ucrania. Tenemos más de cien nacionalidades. Esto va de la destrucción y exterminación de todas estas nacionalidades», denunció el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en una entrevista para la CBS.

Explosiones y tanques

El cielo está gris, pero libre de explosiones desde el repliegue ordenado por Moscú, que denominan de manera oficial ‘cese drástico de las operaciones militares’. Aquí, la guerra de verdad empezó el 27 de febrero, cuando Rusia sufrió la primera gran emboscada de los aviones no tripulados de Ucrania. «Escuchamos un fuerte golpe y, de pronto, se hizo un enorme arcoíris en el cielo, era la primera en mi vida que veía algo así. Los tanques avanzaban por nuestra calle, mi hijo contó más de setenta. Se dirigían a Irpín cuando comenzó el ataque de nuestras fuerzas…», recuerda Larisa, emocionada en medio del cementerio de chatarra en el que se ha convertido su casa y su calle junto a la estación. Esqueletos de los tanques, orugas carbonizadas, restos de uniformes y calzado por todas partes, y un suelo negro de barro y metal chamuscado.

Esta mujer de 72 años recogió de su cocina pedazos de los cuerpos mutilados de los soldados enemigos. Una semana después, aparecieron por el lugar «unos militares vestidos de negro para recuperar el material que podía reutilizarse y nos quitaron los teléfonos, por lo que nos dejaron incomunicados. Nos dijeron que éramos afortunados con ellos porque otros solían disparar a los hombres en las piernas».

Las manos de uno de los muertos encontrados en Bucha
Las manos de uno de los muertos encontrados en Bucha – M. Ayestaran

De la estación al centro de la localidad, apenas hay unos minutos en coche. Allí se reúnen en busca de ayuda los civiles que se han quedado estas seis semanas de guerra en Bucha. No hay gas, no hay electricidad, no hay comida, pero hay «miedo a que vuelvan, pueden hacerlo en cualquier momento. En nuestro barrio no podíamos salir ni a bajar la basura. Había rusos por todas partes y nos amenazaron con abrir fuego si nos asomábamos por la calle», dice Volodímir, que espera a que se abran las puertas de este centro médico, reconvertido en improvisado punto de reparto de ayuda. «Mi mujer es inválida y no hemos podido bajar al refugio en ningún momento, hemos estado siempre juntos en nuestro cuarto piso. La temperatura en nuestra casa es de 8 grados, pero somos afortunados porque los cristales están intactos», comenta el hombre, de 75 años.

Otro vecino, también llamado Volodímir, de 63 años, ya ha recogido la caja con latas de conserva el aceite, café y azúcar que le han dado, y que trata de colocar en la parrilla de su bicicleta. «Encuentro un poco humillante tener que recurrir a la caridad, pero no hay otra opción. En estas semanas, al menos en nuestra calle no hemos tenidos cadáveres tirados en la acera. Sabemos que nuestro vecino Andrey murió, pero desconocemos el motivo», señala, antes de partir de vuelta a las calles, dejando atrás el centro de reparto donde la tensión crece por momentos y algunos vecinos gritan desesperados para que les den una ayuda lo antes posible.

Larisa contempla la destrucción en Bucha
Larisa contempla la destrucción en Bucha – M. Ayestaran

Una larga pesadilla

Los muertos tienen nombre y apellido. Son los vecinos, familiares y amigos de estos supervivientes que despiertan de una pesadilla de seis semanas. Un mal sueño que empezó en la cercana calle próxima a la estación en la que Larisa y su hijo siguen dando explicaciones a los que pasan por su casa sobre lo sucedido. La verja que cercaba la dacha desapareció con las explosiones, y ahora los tanques calcinados conectan directamente con su cocina.

«El viernes sacaron de una vivienda próxima el cuerpo de nuestro vecino, un hombre de 45 años. Pensábamos que se había marchado a Kiev, pero resulta que no. Su cuerpo se lo estaban comiendo las ratas. Cuando salieron los rusos, vino un camión que recogía cuerpos y se llevó también el de un ciclista a quien habían disparado», narra Larisa de manera automática. Habla y gesticula sin cesar, señala a un lado a otro, mira al cielo y de pronto, cuando un soldado retira un pedazo de cañón y al caer suena una explosión, Larisa grita y se lleva las manos a la cabeza. Imposible ponerse en su lugar, sentir lo que ha pasado en las últimas sus semanas.

El horror de Larisa es el horror que hora tras horas se desvela en Bucha y en el resto de localidades liberadas en los últimos días. Es el horror de una guerra entre países vecinos, en la que no hay líneas rojas.