Premios Oscar: C de “CODA”, Campion, Chastain y croché de Will Smith

Anda media cultura, de este y aquel lado del charco, perdida en el “Motomami” de Rosalía. En una de sus canciones, quizá un interludio de relleno, quizá una genialidad, la catalana pronuncia el abecedario asociando palabras a las letras, en orden. “A de alfa, altura, alien. B de bandida”, comienza la canción. A ello bien podríamos añadir C de “CODA”de Campionde Chastain y de croché. Los cuatro hitos, quizá, que marcaron la accidentada 94ª. Edición de los Premios Oscar, celebrada esta pasada madrugada en Los Angeles. Con un ritmo endiablado, que animó Beyoncé interpretando la canción por la que estaba nominada, la ceremonia se abrió con una espléndida Amy Schumer en lo cómico, flanqueada por Wanda Sykes y Regina Hall, que sí flaquearon llegado el momento de sus chistes. El vacile clásico de este tipo de eventos, bien encajado por nuestro Bardem nuestra Penélope, no hacía presagiar en absoluto lo que estaba por ocurrir en el Dolby Theatre, desde anoche, epicentro de una polémica que solo acaba de empezar.

“CODA”, Chastain y los dos tipos de corrección política

La C más importante, pues, en flamenca analogía, debería ser la de “CODA”. La película sobre los hijos de las personas con sordera, deslumbrante en Sundance y globalizada por Apple, se alzó con los premios a Mejor Película, Mejor Guion Adaptado (de la francesa “La familia Bélier”) y Mejor Actor de Reparto, para un Troy Kotsur que dio, en lengua de signos, quizá el mejor discurso de la noche. El intérprete, que además de reivindicar las pocas y pésimas oportunidades para la discapacidad auditiva en el gran Hollywood, se quiso acordar de su padre y, por momentos, devolvió la gala a esa pasión por la estatuilla que había ido perdiendo en lustre con los años. Kotsur es parte importante de la coralidad del filme, una opción de consenso para los académicos y un título olvidable en comparación con algunas de sus competidoras, como “El poder del perro” o “Drive My Car”. Sin embargo, a puro pulso y carisma, “CODA” se ha hecho un hueco en el corazón de los votantes, apelando a los valores familiares y a ese viaje hacia la madurez que representa de modo eficiente esta película de pescadores.

La C mayúscula, si permiten el lujo gramatical, hay que reservársela a Campion, Jane. La responsable de “El poder del perro”, filme obviado para vergüenza de la Academia, se tuvo que conformar con ser la tercera mujer en ganar el Oscar a la Mejor Dirección. Nominada por “El piano” en 1994 (lo ganó, pero por su guion), la neozelandesa ha tenido que esperar más de dos décadas para recibir el galardón y, de paso, afearle al entregador Kevin Costner lo soporífero de su discurso previo. Jane Campion completa así el selecto club dorado, junto a Kathryn Bigelow y Chloé Zhao, ganadora el año pasado con su “Nomadland”. El premio, tan inapelable como previsible, supo a poco para una película con hasta 11 nominaciones que, sin embargo, solo tuvo ese consuelo. Otro año más, y ya van cuatro, Netflix tendrá que seguir esperando su Oscar a la Mejor Película, hito que Apple ha conseguido a la primera. La guerra del “streaming”, así, queda abierta de nuevo dibujando un horizonte aún más incierto para la exhibición tradicional en Estados Unidos.

Igual de válida que la Campion, pero todavía más reivindicativa, Jessica Chastain dejó sin segundo Oscar a Penélope Cruz, sumando ella su primera estatuilla por los kilos y kilos de maquillaje que se puso para “Los ojos de Tammy Faye”. Chastain, una C que había pisado ya la alfombra roja como para ganar este y todos los hombrecillos dorados que vengan, utilizó el mensaje político de la película dirigida por Michael Showalter para recordar la amenaza que sufren ahora mismo los derechos de las personas LGBTQ en Estados Unidos y otras partes del mundo: “Para todos aquellos que se sienten solos y desesperanzados, quiero que sepáis que sois amados por ser únicos. Por ser vosotros”, dijo visiblemente emocionada la actriz, en un ambiente raro, feo y crudo que apenas permitió que disfrutáramos su bien pensado discurso.

Cronología de un puñetazo para la historia

¿La culpa? De Will Smith, que no había ido precisamente a divertirse al hormiguero de los Oscars. Quizá, lo mejor para explicar su C, la de croché, copón y coz, sería establecer una cronología. Pese a lo cómico de las presentadoras y al filo de las 5 de la mañana hora española, el humorista Chris Rock hizo acto de presencia sobre el escenario. Solo y dispuesto a animar el ambiente con chistes más propios de Ricky Gervais que del espectáculo familiar que se estaba presenciando. Sin apenas calentamiento, Rock dijo: “¿Para cuando G.I. Jane?”, mirando a Jada Pinkett-Smith, esposa del actor nominado por “El método Williams”. La referencia, perdida en la traducción, bebe de la película “La teniente O’Neill”, con la que Rock pretendía reírse de la alopecia de la mujer de Smith. Después de un proceso traumático de pérdida del cabello, un asunto que en clave americana también ha de leerse en raza, Pinkett-Smith había confesado en varias entrevistas volver a estar cómoda con su nuevo aspecto, algo que no dejó pasar el humorista. Hecha la broma y el estallido de risas en el Dolby Theatre, unos pasos sacan a la realización de contexto: Will Smith se acerca a Chris Rock y le cruza la cara frente a los ojos del planeta, ese que se quedó despierto y ese que ahora promete una de las audiencias más grandes en la historia reciente de estos premios. “Will Smith me acaba de hacer mierda”, alcanza a decir Rock antes de que la realización americana corte el audio. De su registro, por suerte, tenemos constancia en la transmisión australiana y británica: “No menciones el nombre de mi mujer. Deja el nombre de mi mujer fuera de tu puta boca”, grita fuera de sí Smith, justo antes de que Denzel Washington se acerque a calmarle y la gala siga su curso en pausa publicitaria.

Después de un momento de confusión, en el que absolutamente nadie sabía si se trataba de parte de la gala o del guion, o simplemente un estado de enajenación de Smith, la confirmación nos llega de nuevo gracias a los periodistas en las gradas más altas. Esos mismos que nos habían informado de los premios que no se retransmitieron en directo (¡Viva Leo Sánchez! ¡Viva Alberto Mielgo! ¡Viva “El limpiaparabrisas”!) cuentan ahora que Washington ha calmado a un Smith a lágrima viva, ayudado por un Samuel L. Jackson que estaba a minutos de subir a presentar un premio. Tras la recogida del galardón por parte de Jane Campion, la última C, la de la cordura perdida. Will Smith es a las 05:12 hora española el Mejor Actor para los Oscars por dar vida al padre de las hermanas Williams. Y por ahí comienza el discurso más esperado del último siglo en estos premios: “Richard Williams era un defensor feroz de su familia”, dice Smith antes de comenzar a temblar, roto, y con la mandíbula desencajada: “Estoy sobrepasado por lo que Dios quiere que haga y sea en este mundo. (…) Estoy aquí para proteger a los míos”, se intentó justificar. El aplauso, otra vez, del teatro entero, supo más a tupido velo que a disculpa.

A partir de ahí, y en la media hora larga de gala que coronó a Campion y a la insurrección silenciosa de “CODA”, nadie pudo escuchar nada más. Ni siquiera los hasta 6 Oscars que se llevó la excelente “Dune” de Denis Villeneuve pudieron hacer ya nada. En apenas 22 minutos, la historia de Hollywood y los Oscars, quizá cuyo último incidente relevante a este nivel fuera el error con “Moonlight” y “La La Land”, había cambiado para siempre. Ojalá hubiera estado pactado, ojalá viviera todavía el espíritu de Andy Kaufman en un mundo demasiado tóxico para la pureza de su espíritu, pero el perturbado puñetazo de Smith, totalmente fuera de sí, habla de una conversión extrema de la que esto solo ha sido un triste capítulo más. La última C, ahora la del colofón, es también la del mal cuerpo absoluto con el que los Oscars afrontan ahora su resaca más polémica. Y, por qué no decirlo, también una de las más entretenidas e impactantes que se recuerdan.