La presidenta de los epidemiólogos: «En enero, Filomena ayudó a parar la transmisión. A Ómicron no lo frena nadie»

La sexta ola no se ha sabido dimensionar bien en España. Un simple vistazo a la escalada de casos que ha registrado cada autonomía da buena cuenta de ello. Pero este ejercicio retroactivo no ha sido tan claro para quienes trabajan con el virus cada día. En su descargo, la fuerza de Ómicron ha desbaratado cualquier tipo de previsión, incluso las más agoreras, por la aparente levedad de sus síntomas y la embestida asociada al efecto arrastre de la anterior variante, Delta. Así lo reconoce la presidenta de los epidemiólogos españoles, Elena Vanessa Martínez (Madrid, 1974), quien a comienzos de diciembre opinaba que ‘a priori’ Ómicron era una nueva metamorfosis del virus que había llegado para quedarse, pero que «no tenía mala pinta».

Y ahora, cuando ha observado que en la mayoría del territorio nacional se ha cuadriplicado por cuatro el número de casos diagnosticados en pocos días, admite que no se podía barruntar esa explosión ultracontagiosa. No carga las tintas contra nadie, pero apunta a que se aprobaron medidas suficientes por si esto ocurría y no se han sabido poner a punto.

Toda Europa ha caminado por detrás del virus, que es el que una vez más ha marcado el ritmo, coincide. Pero a comienzos de noviembre, cuando en el continente se disparaban los casos y España caminaba con tranquilidad por una cierta meseta de la incidencia de contagios, se hablaba de «un esfuerzo final» para remontar lo que se adivinaba como los últimos coletazos del coronavirus. La variante sudafricana ha cambiado a ese patógeno que conocimos hace dos años y nos adentra en otro escenario muy diferente. Ha llevado, en algunos aspectos, a mirarlo cara a cara como una enfermedad epidémica y común, porque ya es la dominante y campa a sus anchas.

¿Nos confiamos?

En parte, pero todo hay que valorarlo en su contexto: aún hay circulación suficiente de Delta y hay autonomías donde Ómicron representa el 70% de los casos. Sí que es verdad que la transmisión de Ómicron ha sido tremenda y también que las medidas que adoptó en noviembre la Comisión de Salud Pública, con nuevos niveles de riesgo e indicadores para que si las autonomías revivían un ascenso relevante en casos y ocupación UCI se adoptaran restricciones, no se ha implementado.

Entonces, ¿hemos sido imprudentes al celebrar Navidad sin restricciones como en 2020, con allegados, toques de queda o medidas por barrios?

La gente se ha comportado conforme a lo que les dejan hacer y no vale echar la culpa a la población. Yo no diría imprudentes, sino que había escenarios aprobados, con limitaciones por ejemplo en el consumo en la barra de los locales, cierres de espacios cerrados o limitación de aforos, que no se han cumplido. Hemos sido irresponsables entre comillas. Pongo un ejemplo: una de las medidas que menos se sigue es la distancia de seguridad. Si limitamos [Martínez trabaja en el CCAES, o Centro de Alertas dirigido por Fernando Simón] a seis personas las mesas en la restauración, pero ponemos a seis en una mesa de cuatro, no hacemos nada. Los niveles de riesgo 1,2,3 y 4 que se marcaron hay que mantenerlos, no se ponen porque sí. Ayudan a cortar la transmisión, aunque cuesta que tengan efecto.

Entonces, ¿cúando se deberían haber adoptado medidas como tarde?

Hace semanas. Hasta hace un par de semanas el indicador de ocupación UCI había venido aguantado, porque es cierto que la enfermedad es menos grave (en principio, porque está afectando particularmente a gente joven y luego está el impacto brutal en los no vacunados), pero el problema es que proporcionalmente, por el número de casos, el indicador de la incidencia ha vivido una escalada insólita y esos casos se traducen en saturación de los niveles asistenciales. Otro ejemplo simple, con el que yo lo comparo, es cuando los niños están alborotados. O los paras para que se tranquilicen o se desbocan. Ahora se ha descontrolado todo. La implosión de casos se podría haber agotado porque la población se retrae y deja de hacer actividades por el miedo a exponerse, dejan de moverse, etc; pero no puede ser que todo dependa del miedo de la población y que deje de hacer cosas para ganar la batalla al virus.

[Para. Con emoción contenida, sigue] Los datos de muertes van subiendo, más poquito a poquito, pero suben y da rabia pensar que algo que se puede intentar remediar no se ha hecho. En estas semanas me ha agobiado revivir ciertas escenas que creímos dejar atrás.

Ni la Organización Mundial de la Salud (OMS) se atrevió el miércoles pasado a decir cuándo se alcanzará el pico del aguijonazo de Ómicron. Otros dicen que esto es el principio del fin. ¿Usted tiene bola de cristal?

No, no la tengo, y no me atrevería. Estamos viendo cómo en Sudáfrica ha sido drástica la subida y también la bajada, pero su población es diferente a la nuestra y se comporta con otros hábitos sociales. En enero pasado tuvimos la ‘suerte’ (desgracia para muchos) de que Filomena nos ayudó a cortar las cadenas de transmisión, pero este enero a Ómicron no la frena nadie. Esta curva puede durar mucho más. No veo el pico. Y aún queda Nochevieja y Reyes.