GEO: el camino de los héroes

Incertidumbre. Sacrificio. Obediencia. Sufrimiento. Disciplina. Tensión. Miedo. Humildad… No son las antítesis de los pecados capitales. Son atributos y retos imprescindibles en la formación de los hombres del GEO. Un camino pedregoso al alcance de muy pocos elegidos. Su curso de acceso –lo hemos visto por primera vez entre el pasmo y la admiración– es lo más parecido a una selección natural alfombrada de desafíos imposibles. Sus pruebas merecerían la aprobación de Sun Tzu, el gran estratega del corazón de la guerra.

La serie ‘GEO: más allá del límite’ ha retratado con inusual realismo la puerta a la unidad policial más versátil y táctica, la más desconocida, la más militar y disciplinada. Cada prueba busca el límite, en un periodo selectivo de siete meses y medio en el que los peones, los aspirantes van cayendo hasta llegar al grupo elegido, esta vez doce, la media de cada año tras quedarse en las sucesivas cunetas entre doscientos y cuatrocientos policías.

ABC ha preguntado a algunos geos y exgeos el objetivo de esos desafíos sacados de mentes diabólicas: qué se persigue, cómo se consigue.

Incertidumbre

Javier Nogueroles
Javier Nogueroles – Jaime García

«En la subida a Gredos por ejemplo, los aspirantes no saben a qué van, dónde ni cuándo van a volver. Se les hace regresar al mismo punto, algo absurdo. Y el Tajo, otro absurdo, llegan a la hipotermia, pero ¿para qué?» Son palabras del comisario principal Javier Nogueroles, el jefe del Grupo Especial de Operaciones.

«El Tajo te lo hace fácil», susurra el inspector Pelayo Gayol, con su tono monocorde a medio camino entre poeta, filósofo y cazatalentos. Es el director del curso, un asturiano impertérrito que se ha colado en nuestras casas y nos ha cautivado. Es noche cerrada y el agua helada del río amenaza con sacar los demonios profundos de los hombres en calzoncillos arrojados a ese absurdo del que habla el jefe. Lo consigue la inmersión, el frío, las apneas, el miedo, el sinsentido. «Nos quedan 20 minutos», avisa Gayol. «La hipotermia leve es un estado mental, se puede domar», continúa la arenga. «Si alguien quiere abandonar solo tiene que salir del agua y se acaba el sufrimiento».

M., inicial de un nombre ficticio que pasó más de una década en el grupo de élite, sonríe al recordar la prueba. «El río o la sauna te quitan a la gente que tiene dudas. Lo más duro es el periodo selectivo que viene después cuando caen compañeros cada quince días. No sabes qué perfil buscan los instructores y esa incertidumbre te acompaña hasta el final. El curso es muchísimo más duro de lo que se muestra».

«Si alguien quiere abandonar solo tiene que salir del agua y se acaba el sufrimiento»

Hechos y palabras. No aparece ni una edulcorada. Su sustituto son las frases látigo capaces de destrozar los nervios. «Las matemáticas me dicen que aquí sobran más de ochenta policías», grita el inspector Pelayo cuando llegan al campamento de Trillo, la primera convivencia a la que acceden cien agentes. «El que supere esto experimentará pertenecer a la unidad con mayor capacidad operativa que existe. Pero el GEO no está hecho para todos». Por si queda alguna duda, el avance de las pruebas las despeja a bofetadas.

La incertidumbre es inherente a un geo. Su capacidad de adaptación es uno de sus grandes baluartes. Nunca sabes cuándo te van a llamar para abordar un barco de droga en alta mar, liberar a un rehén, trasladarte a una embajada perdida en el mapa o detener a un comando terrorista.

Sacrifico

«El curso entero es un vía crucis», admite el comisario Nogueroles. Los primeros días apenas duermen. Pasan 24, 36 o 48 horas casi en vela con descansos que no saben cuándo se van a interrumpir y pueden ser de diez minutos. Y atruena el llanto desgarrado de un bebé, o el himno marcial de la Policía o se enfrentan a la película más aburrida de la historia: ‘Europa’, de Lars Von Trier. Una cabezada, unos ojos que se cierran y vuelta a empezar la cinta. «¿De qué color llevaba los calcetines?», puede preguntar el instructor tras el tedio mortal y el agotamiento acumulado. «En nuestro trabajo te pueden llamar a cualquier hora y la atención debe ser permanente». Está comprobadísimo que la falta de sueño continuada o la ruptura de la vigilia con sobresaltos es una de las torturas más efectivas. Y el GEO aplica la técnica. No para torturar, sino para seleccionar a los mejores.

Un equipo del GEO durante una exhibición
Un equipo del GEO durante una exhibición – Jaime García

«Es un infierno, llevas cuatro días sin dormir, es la semana de convivencia para ver comportamientos involuntarios, instintivos. En esa semana durante cinco o seis días no duermes más de dos horas cada día y no sabes cuándo te va a tocar. Se trata de volverte loco», explica M. «En Trillo (alusión al campamento, la fase de convivencia) se mete presión. Cuando empieza la especialización se busca la tensión», dice Nogueroles. Simulan una y otra vez situaciones de presión límite. «Si no puedes abandona, vete ya», recalca el inspector Pelayo que lleva 22 años en el grupo y habla una y otra vez de deseo y pasión como atributos básicos para ingresar en el grupo del Águila, su emblema.

Obediencia

En un cuerpo jerarquizado como la Policía es una lección aprendida pero «en una unidad táctica se lleva mucho más a rajatabla. No se puede ser geo sin espíritu de sacrificio, sin entrega».

Eligen la palabra disciplina. Todo el curso es una prueba permanente de obediencia donde la jerarquía y la disciplina son esenciales. Hay gente que eso no lo supera.

«Al principio todo son órdenes y prácticas e intentas agradar a los instructores, todos somos amigos. Cuando llevas cuatro meses y la selección ya está muy avanzada se permite alguna salida por Guadalajara con los compañeros, pero se mete gente infiltrada. Tienen que demostrar sin son discretos, tranquilos, fuera del entorno burbuja del curso», explica M. que conoce las pruebas desde los dos lados.

Disciplina

«La disciplina es innegociable, se pone a prueba con las familias, por ejemplo, un baluarte fundamental», explica Nogueroles. «Sin una familia detrás es imposible que seas geo». Un reto clásico del curso es permitir a los aspirantes marcharse a casa un viernes y pasar el fin de semana fuera de Guadalajara, donde está su base. «Dos horas después de que se hayan ido los llamas y les dices que tienen que regresar. Ahí cae gente porque vuelven, sí, pero alguno muestra su contrariedad y lo critica en una conversación de pasillo; los instructores están atentos». «La familia te tiene que apoyar. Tu familia también pertenece al GEO», proclama el inspector Gayol.

Todo el curso es un maratón de disciplina. Los cambios de horarios y planes son continuos, la ruptura del sueño, las órdenes sin sentido. «Esa va a ser su vida. El geo no puede cuestionar la orden de quien está al mando de un operativo», continúa el comisario jefe. La evaluación es permanente. Desde que llegan a Guadalajara pierden la identidad, deben entregar su dinero, sus documentos, su teléfono y les arrebatan hasta el nombre sustituido por un número. De cien candidatos que ya habían pasado una exigente criba de test psicotécnicos y de personalidad, pruebas físicas extremas y una entrevista personal, lograron el objetivo doce. Es la media. El resto sobra. El camino de los héroes tiene forma de embudo estrecho.

El curso pasado ningún inspector de policía superó las pruebas. «Los más jóvenes están muy tiernos, no tienen calle, y se dan cuenta de que no merece la pena ese sacrificio», analiza el exgeo, ahora convertido en mando y alejado de esa vida.

Desde que llegan a Guadalajara pierden la identidad, deben entregar su dinero, sus documentos, su teléfono y les arrebatan hasta el nombre sustituido por un número

La obediencia se lleva al límite con más pruebas ‘absurdas’ en las que las jugadas mentales son una constante. Poner a medio centenar de hombretones a vigilar una caseta en mitad del monte toda la noche sin que aparezca nadie mientras los instructores duermen y los aspirantes creen que les están vigilando. Plantearles acertijos sin sentido, ensalzar a un alumno, normalmente el peor del curso, para fingir que ese es el perfil buscado.

Ni Pelayo ni el resto de instructores detallan jamás qué buscan. Junto al deseo de ser geo hablan entre ellos de no tener fobias específicas a alturas o espacios confinados y de que el funcionamiento en equipo sea exquisito. «Lo importante es la mente, el físico se va ganando, el 80 por ciento es control mental». La espeluznante prueba del Tajo es el ejemplo perfecto: el desgaste físico, rozar o entrar en hipotermia, y que tu mente aguante. «Perseverancia y fuerza mental», apuntala el comisario Nogueroles. «Esto no va de fortachones, quienes creen eso no suelen terminar. No son moldeables», añade M.

Hay una permanente incitación a tirar la toalla, a remover tripas y cerebro en busca de la esencia que anida en cada uno. Revulsivos contra la pereza o el dejarse ir. «Me está mirando mi conciencia», susurra Pelayo para vencer la tentación del escaqueo. «¿Con quién no te irías nunca de servicio?». Si la mayoría señala al mismo, se le echa. Suele ser el que aparenta mayor voluntariedad en público, el primero que se esconde en cuanto cree que no lo miran.

Miedo

«El miedo es una impresión subjetiva. Se puede gestionar, pero te paraliza. Si algo existe y no puedes hacer que desaparezca, manéjalo». Son de nuevo palabras del inspector Gayol, un gurú motivador en mallas y camiseta de camuflaje, que no se inmuta ni al borde del río, ni a la puerta de la sauna no apta para claustrofóbicos. Que tomen nota los ‘coach’ de saldo y los creadores de ristras de libros de autoayuda. O que estudien las pruebas de la unidad policial más elitista, también la más militar en el seno de la Policía.

Quienes pasaron este camino de obstáculos vuelven siempre la vista a alta mar. Noche cerrada en el Atlántico, olas de las que prohíben salir a navegar y gomas surcándolas en busca de cocaína y narcos. «Los servicios de asalto a barcos son muy jodidos. Miedo, no, terror es lo que sientes. El frío, el agua, la noche, llevas un montón de días embarcado, a veces echando el estómago por la boca, y no sabes en qué momento vas a tener que intervenir. Provoca enorme ansiedad». La prueba de abordaje de buques en alguna ría del Norte llega casi al final del curso cuando ya han caído la mayoría de policías.

Humildad

No buscan súper héroes, al contrario de lo que parece. «Si alguno se lo va creyendo, todos van a por él para ponerlo en su sitio y confrontarlo con sus debilidades. Si falla en el agua, más agua, si tiene claustrofobia, más circuito o más sauna». El circuito es una de las pruebas que no se muestra en el documental. Un laberinto de tubos subterráneos por el que el aspirante debe reptar como una serpiente y que se van cerrando a su paso. Tiene unas compuertas en la superficie que a veces deben abrir en situaciones límite. El infierno de una prueba es distinto para cada uno. Se trata de vigilar las vulnerabilidades individuales. El GEO no es un juego. La solidez de uno marca la seguridad del grupo. Los tubos bajo tierra pueden ser un día el maletero de un coche en el que te encierren.

El catálogo de palabras grandilocuentes es amplio y su aplicación práctica imprescindible: ilusión, creatividad, familia, sacrificio, binomio, paciencia. En ‘Geo: más allá del límite’ no hay una pizca de reality show, pero todo es tan excesivo que si no lo supiéramos creeríamos que está guionizado. Es la fascinación del esfuerzo extremo, del interés del grupo por encima de vanidades, la exaltación del equipo y del servicio. Son los antihéroes donde «siempre te puedes fiar de otro que es mejor que tú».

El ADN del GEO es funcionar de forma sincronizada como unas nadadoras olímpicas. Si el compañero no puede más, se carga con él a la espalda. Si cae, se le salva; si vacila, se le apoya.

Todos hablan de operaciones quirúrgicas en las que los mandos diseñan los dispositivos con tiralíneas y luego la realidad se empeña en que a veces salten por los aires. «La capacidad imaginativa y creativa es imprescindible junto con los protocolos tácticos. Ninguna situación es igual», asegura el inspector Gayol. El ADN del GEO es funcionar de forma sincronizada como unas nadadoras olímpicas. Si el compañero no puede más, se carga con él a la espalda. Si cae, se le salva; si vacila, se le apoya. Son piezas de un engranaje. Hombres diabólicamente sólidos y con temple bíblico. Todas las pruebas están dirigidas a fabricarlos y su vida profesional transcurre en permanente actividad: o se actúa o se entrena.

La mayoría se queda en el camino y aun así, curso tras curso, cientos de agentes presentan la solicitud al GEO desde su creación en 1978. Su última actuación estelar conocida fue el rescate de los afganos españoles en agosto. Se la jugaron día y noche. Y les llamamos héroes. Vencieron el miedo, aplicaron la creatividad en forma de alcantarilla salvavidas, la cohesión del grupo, la planificación. Fueron los últimos en marcharse. Admiten que se dejaron allí jirones de alma pero todos aseguran que volverían mañana al mismo infierno.