¿El VAR? Hace falta mucho más para tumbar al Real Madrid

Los aficionados que ya tengan unos años habrán podido recordar sensaciones vividas allá por los primeros 90, en Tenerife: el Madrid cansado y con lo justo, hasta quijotesco, perdiendo una Liga, o gran parte de ella, con un arbitraje como mínimo extravagante.

El dramático cielo de Valdebebas ya tenía algo de presagio. Tras la zidanada suprema de Londres, el Madrid volvía al 4-3-3 con Valverde y Vinicius, por fin. Lopetegui ponía su once de gala pero con un buen falso nueve, Gómez, que no es solo Papu Gómez sino incluso ‘El Papu’ Gómez.

Aunque el Madrid inició un intento de presión que era pura farsa, el Sevilla comenzó mandando. Entero en campo ajeno y con mucha pelota. Además le endiñaba al Madrid otra presión alta, que después de la del Chelsea era mucha crueldad. Otra vez sacar la pelota era como intentar salir del vagón del metro en hora punta.

Una cosa buena tenía en esos minutos el Madrid, además de Militao, y era la verticalidad intuida en Vinicius y las subidas de Odriozola, lo que no hubo en Stamford Bridge. Una rapidísima combinación entre los dos acabó en gol de Benzema, anulado muy severamente por el VAR de González González. Después del espectáculo inolvidable de Hernández Hernández en el derby, ya solo le queda al Madrid que promocionen a un Martínez Martínez.

El gol anulado asustó un poco al Sevilla, que volvió a meterse en sus zapatos, y estimuló al Madrid. No parecía, sin embargo, estar jugándose la Liga. Transmitía una alarmante falta de energía.

El Sevilla, uno de esos equipos que dan la impresión de estar maniáticamente acabados, mostró otro de sus atributos en un balón parado y ensayado que, tras dejada de Rakitic, acabó en gol de Fernando. La defensa del Madrid miraba, miraba mansamente, pero no puede negarse que despertó, que quiso reaccionar al gol, aunque lo hizo con la misma falta de electricidad, potencia y convencimiento. Subió al equipo, tuvieron la pelota, y se esforzaron, pero solo hubo una sucesión regular de tiros más bien lejanos de Casemiro, de Benzema, de Modric y de Kroos, participaciones de compromiso en una lotería remotísima. Se veía ahí, con crudeza, el problema del Madrid con el gol.

Modric tomaba la batuta, pero mandaba centros a huecos imposibles, a espacios que nadie más veía, donde nadie había. El ataque del Madrid era previsible y fatigoso. Antes de cada iniciativa, los jugadores daban un toquecito de autoconvencimiento a la pelota casi ritual, como el aplauso que se da el saltador a sí mismo antes de iniciar la carrera. En cada jugada había algo de batallita individual con poca fe.

Para más inri, Marcelo comenzó a cojear, sin que hubiese mucha diferencia en su juego con cojera y sin cojera.

Las 61 lesiones del Madrid (más que goles) podrían interpretarse como un mensaje, desde luego no muy sutil, que el Fútbol le manda: renueva el equipo.

Al descanso, el Madrid llegó necesitado de un electroshock. Daba la impresión de que tampoco vendría mal si alguien le daba un poquito de plancha al propio Zidane.

Y algo pasó, algo hizo el entrenador porque el Madrid regresó con otro ritmo y otra fuerza.

Para un equipo tan cansado, reunir esa energía ya es una proeza, pero quedaba lo más difícil: convertirla en gol.

Los lentos y pesados molinos del Madrid se pusieron a girar, por fin, pero no estaba nada claro que esos kilovatios pudieran encender algo. Tras virguería de Modric y Kroos, Vinicius tuvo una muy clara en el 64, pero acabó rematado con partes inverosímiles de la pierna. Con partes con las que quizás nunca nadie haya rematado nada.

El Madrid se jugaba el campeonato, pero no hay urgencia que adelante los cambios antes del minuto 60. Una vez cumplido, entraron Miguel y Asensio, que sí aprovechó con clase y a un solo toque otro buen pase de Kroos. Ese zurdazo del empate daba mucha razón a Zidane y explicaba su cabezonería.

El Madrid se había volcado, había dominado y había conseguido crear ocasiones con un esfuerzo enorme, colosal, porque le cuesta un mundo. El gol, además, cambió el tono psicológico de su juego. Y esto es importante, el Madrid alcanzó trabajosamente el punto de lo irreprochable.

Porque en el 73 se produjo una de las jugadas del año: una contra iniciada en su área por Vinicius, que condujo Benzema por todo el campo hasta llegar a Bono y su penalti. El Sevilla pidió unas manos previas de Militao que serían, a su vez, penalti. El árbitro Martínez Munuera fue al VAR a decidir la jugada y el campeonato. Y pitó el de Militao, por unas manos de espalda e involuntarias que nos explicarán los mismos que negaron aquel error de Hernández Hernández en el Atlético-Real Madrid.

Rakitic marcó y envió las posibilidades ligueras del Madrid al mismo lugar inalcanzable y hermético donde están su política de cesiones y su dominio de las instituciones.

Desviando un tiro de Kroos, Hazard empató en el 93, pero esto solo maquillaba lo vivido. Algo que se parece bastante a un Tenerife moderno. A un Tenerife con VAR.