Felipe González: «Gobernar en coalición exige lealtad y conocimiento del Estado de derecho»

“No identifico un proyecto de país”. La afirmación condensa la opinión del expresidente socialista sobre el momento actual, y sobrevuela en todo momento durante la hora y media larga que dura la entrevista. Felipe González Márquez (Sevilla, 1942) sigue desplegando una inusitada actividad espoleado por sus inquietudes intelectuales y la preocupación por esa modernidad líquida de la que habla Bauman. La conversación es telemática, en su casa de Extremadura, por estricto cumplimento de los protocolos covid-19. Más que la pandemia, dice, lo que le duele es el progresivo deterioro del Estado de derecho. ¿Su receta? Revisar todo lo aprobado hasta ahora cuando acabe la pandemia para que no queden heridas.

Aunque el expresidente del Gobierno insiste en mirar al futuro más que al pasado, la casualidad ha querido que la entrevista coincida con el aniversario del intento de golpe de Estado del 23-F. En aquel entonces, la actuación del Rey desbarató el levantamiento militar entre vivas a la Constitución y la democracia. Cuarenta años después, don Juan Carlos se refugia en Emiratos Árabes acorralado por los escándalos, una parte del Gobierno se declara republicana y la extrema derecha se hace fuerte en una Cataluña que amenaza con la independencia.

PREGUNTA. Usted ha dicho en numerosas ocasiones que hay una estrategia claramente definida por parte de algunos, incluso de una parte del Gobierno, para derribar lo que se ha venido en denominar el régimen del 78. ¿Hay riesgo cierto de que se cumpla ese objetivo?

RESPUESTA. Lo dudo. Existe un marco constitucional que ha mostrado una gran resiliencia frente a los ataques continuos que se hacen desde el interior del propio sistema, lo cual me reafirma en algo que he dicho. La Constitución española no es militante, al contrario que la americana, de la que poco se puede dudar aunque se vivan momentos oscuros. La americana es militante. Si uno recuerda el juramento de Kamala Harris, y no sé por qué no se recuerda, no solo se compromete a respetar la Constitución, a respetarla y hacerla cumplir, sino que añadió una frase que se echa de menos cuando se tiene una Constitución no militante: que se compromete a defenderla ante todos sus enemigos externos e internos. La alemana es también militante, porque excluye a los enemigos de la ley fundamental de Bonn. En España, por el contrario, la Constitución no excluye a nadie. Por eso puede haber anticonstitucionalistas que quieran derribar el marco de convivencia dentro del sistema de representación.

P. ¿Hay que reformar la Constitución para hacerla, precisamente, militante?

R. No abriría ese melón. Lo que pido es lealtad a lo que se promete. Si alguien promete cumplir y hacer cumplir la Constitución y el ordenamiento jurídico con lealtad al Rey, solo le pido que cumpla su palabra. Ni siquiera le pido que acepte el sistema constitucional. Aquello del ‘imperativo legal’, que luego lo reconoció el TC, ha agrandado la fórmula del juramento. Algunas veces no hay una promesa de acatar la Constitución sino un mitin anticonstitucional. Eso es lo que hay que cambiar. No es, desde luego, lo más importante. Lo que hay que hacer es resaltar la lealtad en las reglas de juego, que es lo que falla a veces. Habría que reformar algunos puntos de la Constitución, pero quien quiera hacerlo que lo haga por los cauces constitucionales, como ha recordado Salvador Illa, a quien felicito, de paso.

«El que es incapaz de apoyar a las Fuerzas de Seguridad del Estado no merece gobernar»

P. Hablemos del debate que se ha querido plantear sobre si España es una democracia plena. La ministra portavoz sugirió que tenía que ver con una mera estrategia electoral de Iglesias de cara a las catalanas. ¿Le parece correcta esta interpretación?

R. No. Si fuese una táctica puramente electoral, estaría todo resuelto, ya que han pasado las elecciones. He oído decir eso incluso a personas relevantes. Me inquietó. Eso es tanto como decir a los ciudadanos que no crean lo que se habla en las elecciones. Hay dos cosas que se están degradando. Por un lado, la legitimidad de las campañas electorales y, en sentido contrario, se está legitimando mentir. No hay por dónde cogerlo.

Nosotros estamos entre las 23 democracias más completas del mundo. Churchill decía que la democracia es el peor sistema, siempre que se excluyan todos los demás. He escuchado incluso a un ministro, que consume Consumo, decir que el hecho de que un rapero vaya a la cárcel es la demostración de que falla la democracia en España. Es absurdo. Ustedes han publicado un artículo de Carlos Jiménez Villarejo, que para los creyentes es la Biblia. Solo hay que cambiarle al rapero y ponerle el nombre de un islamista radical. ¿Qué diría la gente? Incluso la que se moviliza en la calle. Ser rapero es tan noble como cualquier otra actividad, pero qué dirían si en lugar de eso fuera un pronazi que sugiere que hay que clavarle un piolet en la cabeza a alguien porque no le gusta. ¿Cuándo seremos capaces de superar esta división del cerebro en dos mitades? Es decir, que ve solo una parte de la verdad y no la otra.

La democracia española está entre las mejores del mundo. Y por cierto, las Fuerzas de Seguridad del Estado tienen una profesionalidad y eficiencia reconocidas internacionalmente. Por tanto, el que es incapaz de apoyar a las Fuerzas de Seguridad que nos garantizan una convivencia sin violencia no merece gobernar. Repito, no merece gobernar.

P. Hace poco más de un año, se formó el primer Gobierno de coalición en España en democracia, ¿cómo está funcionando?

R. Lo primero que debo decir, y lo he repetido muchas veces, comprendo que no se me comprenda, es que ningún Gobierno puede actuar de la manera que tenía prevista y programada antes de una amenaza global y tan difícil de combatir como el covid. Ninguno. Y los gobiernos que lo han intentado, como el de Brasil, se han equivocado.

Nadie le dice a la Unión Europea que lo previsto es mantener el pacto de estabilidad, que lo previsto no es una reacción como la del Banco Central Europeo o la puesta en marcha de fondos europeos de reconstrucción… Por favor, si es un problema de inteligencia elemental. Quiero decir, y quiero decirlo con énfasis, que hemos vivido el año más difícil de gobernanza, y le podía haber pasado a cualquiera. Por tanto, criticar es más fácil que ponerse en esta situación. La única certeza es la incertidumbre. Hacen falta áreas de consenso muy sólidas.

P. ¿Cómo está funcionando el Gobierno de coalición? Da la sensación de que la relación está cimentada sobre continuos desacuerdos.

R. La mayor parte de los gobiernos europeos son de coalición y a veces entran en crisis por razones relativamente espurias, como ha pasado con el Gobierno italiano. Conte estaba haciendo un trabajo importante y parte de la coalición lo ha derribado. Es verdad que el sistema italiano es distinto. Antes ocurrió con Salvini, que planteó una moción de censura a su propio Gobierno, del que era vicepresidente, y eso en Italia funciona, y nos lleva a Draghi. Antes a Monti. También en Alemania hay Gobierno de coalición y no parece que funcione mal.

Hay dos elementos que son clave. Uno es la lealtad y otro, saber conocer cómo funciona en España el Estado de derecho. Y eso, que cada vez importa menos porque vivimos en la anomia, es decir, en la pérdida de valor de las reglas establecidas, se resolvería, al menos en un 50%, si se hiciera un cursillo rápido sobre la ley de régimen jurídico de la Administración del Estado para que se sepa cómo funciona el Consejo de Ministros, como funciona la presidencia del Ejecutivo. Algunos no lo saben. En España, el presidente del Gobierno no es lo mismo que el primer ministro británico y, por lo tanto, hay que saber con qué reglas se actúa y respetarlas. No sé cuánto tiempo dedican a la coordinación, porque no estoy en las tripas del Gobierno, lo que sí sé es que la ley de régimen jurídico de la Administración del Estado dice, con toda claridad, que las deliberaciones del Consejo son secretas sin fecha límite para levantar los secretos y que solo son públicos los acuerdos.

P. ¿Habla usted con el presidente del Gobierno de forma frecuente o sigue teniendo ese sentimiento de orfandad al que se ha referido en alguna ocasión?

R. No sé si se pueden ligar ambas preguntas. Yo tengo como principio de actuación que no interfiero, no llamo. No hago ningún tipo de ‘lobby’, incluso cuando estoy muy preocupado. Me callo. Pero siempre estoy disponible. Por lo tanto, si alguien quiere saber mi opinión sobre algo, yo se la doy con absoluta libertad, con la autonomía que me da la edad, pero también la experiencia. Es más, reconozco la inmensa dificultad a la que se está enfrentando este Gobierno. A principios del año pasado, no se concretó una invitación para vernos un par de veces por dificultades de agenda del presidente, pero si algún miembro del Gobierno cree que le viene bien conocer mi opinión, es obvio que estoy disponible para ofrececérsela.

P. ¿Cómo observa el fenómeno de Vox?

R. Puede ser efímero o no tener techo. Mitterrand ganó su segunda presidencia dividiendo a la derecha con Le Pen. Y se llevó la sorpresa de que, cuando fueron a la tercera ronda electoral, el candidato socialista, que era Lionel Jospin, quedó en tercer lugar, y el que quedó segundo fue Le Pen, lo cual obligó a la izquierda a apoyar al candidato Chirac frente a la ultraderecha. Ese es un fenómeno que hemos conocido y puede haber la tentación de querer hacer lo mismo. Pasado un tiempo, te das cuenta de que estás alimentando a alguien con quien no quieres entenderte, o que no es compatible con tu proyecto. Es una tontería decir cuánto va a crecer Vox o cuánto va a aguantar. Hemos vivido desde 2015 varias historias de sorpasos que no sorpasaron a nadie. Nadie sabe dónde va a ir esto.

P. ¿El fenómeno Vox hay que vincularlo al auge del populismo o, por el contrario, tiene en España un componente territorial por la cuestión catalana?

R. El populismo no es homogéneo, ni siquiera identificable por una u otra posición. El populismo es un fenómeno que mina la credibilidad de la democracia y las instituciones. Para no cargarlo de ideología, a veces he dicho que triunfa cuando individuos dan respuestas simples, no sencillas, a problemas complejos, y una vez acceden al poder, les da igual por dónde tiran. La ideología no es lo que define al populismo, ni en el caso de Trump ni el de Daniel Ortega. Los populismos se pueden vestir de derechas, de izquierdas o de lo que sea.

En España, lo define también una reacción negativa en relación a la descentralización autonómica. Precisamente porque algunos confunden la descentralización con la centrifugación del poder, y la centrifugación lleva a veces, como hemos conocido, a reinos de taifas. Aquí cada uno hace lo que quiere y eso resulta incompatible con un proyecto para todos.

P. Usted ha dicho en alguna ocasión que no gobernaría nunca con alguien que cuestionara que la soberanía descansa en todos los españoles. ¿Lo sigue pensando?

R. Exactamente igual. Es más, lo que nos une en este espacio público compartido que llamamos España, y que es bastante más resiliente de lo que la gente se cree, es el paquete de ciudadanía, el paquete de derechos y obligaciones que afectan a la totalidad de los ciudadanos independientemente de dónde vivan. Eso es lo que nos une. Yo nunca gobernaría con cualquiera que quiera romper eso. Pero ese es mi problema. Ya tengo casi 79 años y, salvo que me alivia mucho que sea de la misma quinta que Biden, no tengo ninguna pretensión ni aspiración. Yo no lo hubiera hecho nunca, ni lo haría.

P. ¿Se arrepiente en algo del diseño del Estado autonómico?

R. Podríamos haber dado más pasos adelante, pero no había margen de maniobra. Por eso, yo nunca hago un análisis ahistórico. Esto de confundir el momento en que se produce un acontecimiento o un pacto con el momento actual es un disparate. Para eso están las enmiendas constitucionales. Para mí, hubiera sido más sólido en el juego de las lealtades un planteamiento federal más que un planteamiento autonómico. ¿Hay elementos de diferenciación? Sí, pero nos llevaría muy lejos en la explicación. Por eso, un Estado federal no lo quieren los separatistas, y, probablemente, tampoco los separadores. Pero el Estado federal es lo que ha hecho funcionar a Alemania. Por eso digo que federalizar nuestra descentralización nos llevaría a mejorar el respeto hacia la institucionalidad.

En la realidad que vivimos, todos los poderes son multinivel. Desde un ayuntamiento, pasando por el poder autonómico y llegando al poder central o europeo, con quien no se cede soberanía, se comparte. Todos son multinivel. Necesitamos que nos quiten la venda de los ojos con una catástrofe como la de la pandemia para saber que el alcalde no tiene ninguna responsabilidad en materia educativa, pero si las escuelas no están limpias, ventiladas y preparadas, tenemos un problema. ¡Ay del alcalde que no se ocupe de que funcione la escuela! Es verdad que el racionalismo cartesiano nos lleva a querer delimitar las competencias de unos y de otros, pero los incendios y las catástrofes no entienden de fronteras. Estamos en febrero y un fuego en Navarra ya ha afectado a Francia y al País Vasco. La descentralización tiene que ser compatible con la coordinación permanente entre los niveles del Estado.

«Estoy totalmente de acuerdo con el planteamiento de Salvador Illa»

P. Viendo el grado de polarización que existe en Cataluña, ¿cree que todavía es posible la convivencia con el independentismo? ¿Hasta qué punto la victoria de Salvador Illa podría allanar el camino?

R. En primer lugar, no tengo edad para resignarme. Mi cerebro, en ese sentido, es en lo único que sigue siendo joven. Por lo tanto, yo no me resigno a que un problema que se plantea como el catalán no tenga solución. No me resigno. En segundo lugar, ya que habla de Illa, ha hecho algo a lo que ya no estamos acostumbrados, no solo ha logrado liderar la primera fuerza ganando en votos y empatando en escaños, pese a la ley electoral, sino que ha hecho algo que a mí me parece digno de recordar, independientemente de su personalidad. Primero, ha dicho que hay que reparar la fractura de la convivencia interna entre catalanes, algo que se ha negado en los últimos años, diciendo que quienes no piensan como ellos no son catalanes. En segundo lugar, ha dicho que fortalecer las relaciones entre catalanes y el resto de españoles debe hacerse dentro de la legalidad constitucional y estatutaria. No fuera, sino dentro de la legalidad, que se presenta para algunos como una anormalidad, cuando es lo más normal del mundo. Y además ha dicho que el Gobierno catalán necesita ocuparse de la sanidad, de la economía, de los problemas sociales, y ahora de la violencia desatada. En definitiva, que se ocupe de los problemas de los ciudadanos. Ese es el cuadro que dibuja Salvador Illa. Como me han recordado lo de la orfandad, les diré, y muchas veces no tengo ocasión de decirlo, que estoy totalmente de acuerdo con el planteamiento de Illa.

P. ¿Cómo está observando el debate monarquía-república, que es casi preconstitucional? Es como si la política española hubiera regresado a antes de 1978.

R. El debate no es entre monarquía y república. Es curioso: si se nombraran las mejores democracias del mundo, nos encontraríamos con que la mayoría son monarquías parlamentarias. Por lo tanto, lo que hay detrás no es la forma de Estado, sino el derribo del 78. ¿Tienen derecho a derribarlo? Sí, claro. Decir que España no es una democracia perfecta es un oxímoron. Me pregunto: ¿ellos tienen un modelo de referencia alternativo mucho mejor que el nuestro? Si son los que tienen como referencia, pues, en verdad, no me tranquiliza.

La monarquía es una pieza más en la descomposición del régimen del 78 y, por tanto, del sistema democrático que nos hemos dado. Lo que me preocupa es que se está produciendo una creciente crispación, un creciente discurso de exclusión del otro que fractura la sociedad, y que es lo que intentamos superar en el 78 con el pacto constitucional que hicimos todos. Bueno, todos no. Es evidente que Blas Piñar no estaba en eso. Lo que primaba era la convivencia libre y democrática entre los ciudadanos españoles. Ese valor es el que me preocupa que estén poniendo en juego sin alternativas. Dicho en términos históricos: derribar es mucho más fácil que construir.

«El 3-O, Felipe VI cubrió el hueco de Rajoy»

P. ¿Cómo ha observado la salida de España del Rey emérito, usted que le conoce bien?

R. Lo conocí cuando era jefe de la oposición y luego lo traté durante casi 14 años cuando gobernaba. Debo decir que, en toda mi experiencia, en toda, la ayuda que prestó a la gobernanza del país y la ayuda que prestó en situaciones internacionales complejas fue invaluable. En todas.

Todavía me acuerdo, y de esto se ha hablado poco, de la Conferencia de Madrid entre árabes e israelíes, organizada por el secretario de Estado americano. Aquí se produjo el último encuentro entre Gorbachov, que cayó cinco o seis semanas después, y el viejo Bush, el original, no hablo de la fotocopia. Recuerdo que una cena en la Zarzuela, en la que estábamos Bush, Gorbachov, el rey Juan Carlos y yo, se convirtió en una charla que tiene un valor histórico extraordinario cuando allí afloró que, según la información de Bush, los días de Gorbachov estaban contados porque le estaban preparando un golpe del que él no era consciente. Eso fue posible por la empatía de Juan Carlos, que pudo facilitar una conversación de ese tipo, en la que saltaron todas las reglas diplomáticas. Solo puedo decir que su aportación a la gobernanza y a la proyección internacional de España me parece indiscutible. Pueden criticar lo que quieran.

P. Usted y el rey Felipe forman parte de dos generaciones completamente distintas. ¿Cómo está observado su reinado? ¿El discurso del 3 de octubre fue su 23-F?

R. Creo que está cumpliendo estrictamente sus deberes constitucionales. A veces, incluso, supliendo carencias que tenemos los responsables políticos. Por ejemplo, en los acontecimientos de 2017 en Cataluña. Su intervención fue, digan lo que digan, impecable. En esa intervención estaba cubriendo el hueco de lo que debería haber hecho con toda contundencia el presidente del Gobierno. Y es amigo mío Rajoy. Pero él está supliendo eso. Las circunstancias del 23-F eran completamente distintas, pero sin duda con la misma significación de la defensa de la Constitución y de la convivencia. Insisto, impecable.

P. ¿Le consulta Felipe VI, habla con usted…?

R. Él sabe que siempre estoy disponible, por teléfono o desplazándome, sin ningún problema. No solo tiene derecho, sino que el jefe del Estado debe pulsar la opinión de gente distinta, plural y diversa.

P. ¿Continúa siendo accidentalista en términos república-monarquía, como le enseñó su amigo Olof Palme?

R. Eso formó parte de la primera conversación que tuve con el rey Juan Carlos antes de llegar al Gobierno. Me pasaron dos cosas que quizás hoy se puedan decir. Me preguntó: ¿usted por qué no es monárquico? Y le respondí con lo que me dijo Olof Palme. La socialdemocracia sueca llevaba en su programa desde los años treinta el ‘accidentalismo’, que significa aceptar la monarquía siempre que no se interpusiera en la construcción socialdemócrata. En segundo lugar, me consultó: ¿puedo hablarte de tú? Naturalmente que puede, le dije, no hay ningún problema. El me contestó que yo también podría hablarle de tú. Y le dije: desde ahora le aclaro que yo no voy a apearle del tratamiento nunca, en la vida. Yo nunca le diría Juan o Juanito. Nunca. Y así ha sido.

P. ¿Qué opinión le merece la respuesta europea a la pandemia?

R. Una opinión extraordinariamente positiva. Por primera vez, se ha reaccionado bien, al contrario de lo que sucedió en 2008, que tuvimos que esperar a 2012 hasta cambiar la política monetaria con Draghi. Hubo un dolor innecesario. Ahora se ha reaccionado con decisiones importantes, como la suspensión de las reglas fiscales o el endeudamiento mutuo. El desafío es aprovechar la respuesta para hacer las reformas necesarias en nuestras economías.

P. Si hay que pagar las deudas, entiendo que no está de acuerdo con que la presidenta de su partido, Cristina Narbona, haya firmado a favor de la condonación.

R. Le matizo que ella misma aclaró que no lo hacía como presidenta del PSOE, sino personalmente. Respeto esas opiniones. Es una idea brillante e ingenua.

«La gestión de los fondos europeos ha de hacerse por consenso»

P. ¿Cómo debería canalizarse el dinero de los fondos europeos?

R. Nosotros tenemos un problema de empleo juvenil, y ese problema, aclaro, existe desde que yo gobernaba, y por eso me hicieron una huelga general. No hace falta ser un sabio para decir que ahí hay un problema. Yo lo intenté en 1988 y me costó la huelga de mayor éxito de la historia de España. La excusa que se puso fue el llamado contrato de aprendizaje, y lo que pretendíamos era seguir el modelo muy exitoso de formación profesional dual e inserción en el mercado de trabajo de Alemania. Aquí provocó una huelga general. Nuestro sistema sanitario, igualmente, necesita mayores recursos y ser más eficiente. Lo ideal es que esos fondos se gestionen teniendo en cuenta la opinión de actores que van a ser relevantes: el Parlamento Europeo, la Comisión y el Consejo Europeo. No me dirijo solo al Gobierno, también a la oposición, para que se pongan de acuerdo en el marco para dar la mejor utilidad a los fondos. Que haya un consenso básico. No traslademos el circo interno a un circo europeo.

P. ¿Se está equivocando Pablo Casado en su oposición? Hace unos días, votó en contra del real decreto-ley y tuvo que ser Vox quien salvara al Gobierno.

R. Un hecho puntual no define una estrategia. Probablemente, deberían haber sido más exigentes, pero, obviamente, es un error. Está claro que lo que quería Vox no era hacer un favor al Gobierno, sino devolverle la patada que le había dado Casado en la moción de censura. Es positivo, sin embargo, que se negocien los órganos constitucionales e institucionales. Es una señal de esperanza. Hay que encontrar un espacio de acuerdo que permita hablar sobre los fondos europeos y la reconstrucción de España, porque nuestra situación es muy difícil. Hay que decir a los ciudadanos que vienen muy duras y que hay que ponerse de acuerdo para sacar el país adelante.

«Cuando acabe la pandemia, habrá que revisar las normas dictadas durante el estado de alarma»

P. Se ha criticado en ocasiones a Casado por no haber estado con el Gobierno en muchos momentos de la pandemia. ¿Qué opinión le merece el uso o el abuso del Estado de derecho durante la crisis sanitaria?

R. Me preocupa, y lo he dicho muchas veces, y lo estamos viendo en muchos países, que se erosione el Estado de derecho. Acepto que hay situaciones excepcionales, como el estado de alarma, y en esas situaciones excepcionales se utilizan instrumentos como los decretos-leyes. Lo que pido es que, terminado este periodo [el estado de alarma actual debería vencer el 9 de mayo], todos se tienen que comprometer a revisar esa normativa para ver con qué nos tenemos que quedar con carácter permanente y qué normativa excepcional tiene que desaparecer para recuperar la normalidad del Estado de derecho. Lo he propuesto y ha tenido poco eco, sin duda porque no represento a nadie, pero esa sería una muy buena solución.

P. Saliendo de nuestras fronteras, lo que es verdaderamente excepcional es que Europa acepte con normalidad un presidente como Draghi, ajeno al sistema parlamentario…

R. No es la primera vez, Monti estaba en el grupo de trabajo que yo presidía sobre el horizonte de Europa 2020-30. No es la mejor de las soluciones, pero, probablemente, sea la menos mala. A mí me importa mucho lo que dijo Draghi cuando le preguntaron si haría un Gobierno tecnocrático. Lo que quiero, dijo, es formar un equipo de gobierno que sea capaz de sacar a Italia de la crisis. No lo defino tecnocráticamente ni políticamente.

P. España se lo llegó a plantear cuando los partidos eran incapaces de formar Gobierno…

R. Eso siempre se plantea en un momento de atasco, y en España ha habido más elecciones de las que correspondían. Fíjese en Cataluña, donde ni siquiera sabemos si se van a repetir estas. Siempre existe esa reflexión, que, en todo caso, no sería inconstitucional, aunque desde luego no es deseable. Lo lógico es que gobierne la primera fuerza política y que haga coaliciones que estén respaldadas por un proyecto de país. Lo que me desconcierta es que no identifico cuál es el proyecto de país que tenemos. ¿Qué queremos hacer de España como país?

P. ¿Por qué les cuesta pactar tanto al PSOE y al PP en un contexto como el actual?

R. Ambos están obligados a sentarse en torno a una mesa para saber en qué están de acuerdo y arreglar los problemas. Por lo menos, los derivados de la reconstrucción de España. Tienen la obligación de sentarse, aunque eso no garantice el acuerdo. Y no encontrarán un camino más serio de consolidación que ese. ¿Eso excluye a los demás? No. Lo que es difícil es construir un proyecto de España con quien no quiere que exista un proyecto de España. Y algunos de los socios externos del Gobierno lo expresan en la tribuna del Parlamento cuando dicen que les importa un higo el proyecto de España.

P. ¿Falta liderazgo en la política española? Usted ha escrito sobre ello.

R. No, no falta. Los líderes están siendo sustituidos por caudillos populistas, que son también líderes. Les cuento una anécdota que lleva a la categoría. Una vez, estábamos con Vaclav Havel, cuando todavía no existían Chequia y Eslovaquia, sino Checoslovaquia. Estábamos en un seminario y la pregunta más inteligente fue: «¿En qué consiste el liderazgo?». A mí, después de salir del Gobierno, me lo han preguntado muchas veces, y cuando estás gobernando no sabes en qué consiste. Tienes la obligación de gobernar y de tomar decisiones. Como me decía Javier Pradera, no me expliques la ley de régimen jurídico sino cómo reaccionas ante un problema, y cómo reaccionas ya. Yo tenía al lado a Clinton y a Cardoso, y resulta que el único que había hecho unas notas era yo, que ya llevaba tiempo fuera del Gobierno, y que posteriormente publiqué en un libro. Y lo que les impresionó es que lo tuviera ordenado. Hay que tener un proyecto político y ser lo menos mercenario posible, es decir, no venderse al mejor postor, sino lograr los objetivos. Pero eso es imposible si el líder político no es capaz de hacerse cargo del estado de ánimo de la gente. Yo conozco a muchos descerebrados que dicen que, pase lo que pase con la realidad, ellos tienen el destino previsto. Incluso cuando tienen un 10% de los votos hablan en nombre del pueblo como un todo.