Los mayores de 80 años, esperanzados ante su inminente vacunación: «Estoy cansado de esta inquietud constante»

Las personas mayores de 80 años serán el próximo grupo de población que reciba las vacunas frente al coronavirus de Pfizer Moderna en Aragón. Aguardan su turno con la esperanza de mejorar su vida y ganar tranquilidad tras casi un año de temor al contagio. El Gobierno de Aragón prevé comenzar a vacunar a este colectivo a finales de febrero o principios de marzo. HERALDO ha hablado con algunos de ellos en ZaragozaHuesca Teruel.

María Casorrán, zaragozana de 80 años: «Mantengo la ilusión de volver a hacer todas las actividades de hace un año»

De hacer teatro en el Casco Histórico y La Almozara, baile en línea, cantar en una coral y andar con su grupo de senderismo, amén de las salidas los fines de semana y viajes con las amigas, a reducir esta apretada agenda a paseos por la ribera del Ebro casi siempre sola y cuando hay menos gente. Así ha trastocado el coronavirus la vida de María Casorrán, una zaragozana de 80 años que mantiene «la ilusión» de que la vacuna le permita recuperar esa «vida activa» en la que no tenía ni un día libre.

«Por supuesto que me voy a vacunar, es lo único que nos queda para superar este drama. Cuando antes me llamen, mejor», cuenta esta mujer, que sufre «un problema de pulmón» que ha hecho que casi se autoconfine al estar en un grupo de riesgo. Cree en la efectividad de la vacuna e intenta «hacer algo de ejercicio cada día», se arregla con mimo, hasta se anima «a bailar por la casa«, cuenta, y se ha acostumbrado al Whatsapp para hablar con sus dos hijos, su par de nietos y con las amigas con las que no se junta «desde hace cuatro meses por lo menos».

María derrocha vitalidad y alegría, aunque reconoce que sufrió una «auténtica depresión» al inicio del estado de alarma. «Me vi sola en casa encerrada todo el tiempo y se me cayó el mundo encima. Perdí cuatro kilos en dos semanas, ni comía ni nada, estaba irreconocible. Al final me fui con mi hija, mi yerno y mis nietos. Gracias a ellos superé ese bache que ahora casi es una anécdota», recuerda. Después prefirió regresar a su hogar, independiente y ya «como nueva».

Y lo que más echa de menos es poder abrazar con normalidad a los suyos y a sus nietos. «Mientras estuve con ellos no salían de casa, aunque pudieran, para evitar que yo llegara a contagiarme, son muy responsables con la situación», recuerda con orgullo de abuela. De hecho, estas pasadas fiestas de Navidad prefirió pasarlas sola. «Por supuesto que eché de menos a todos, pero había que hacer un esfuerzo más para vencer al coronavirus y no valía la pena jugarnos todo lo que hemos pasado por comer o cenar reunidos. Ya quedarán días para eso cuando esto acabe de una vez», dijo.

Teme haber perdido «algo de fuerza y energía» tras reducir tanto el ritmo de actividad, pero está dispuesta a recuperarse en cuanto le digan que ya no hay peligro. Mientras espera que la llamen para la primera dosis procura «no pensar demasiado». «Yo no tengo miedo, que sea lo que Dios quiera», concluye.

Pedro Alegre, jubilado de Huesca de 85 años: «Me gustaría poder hacer la vida de antes, y eso pasa por ponerme las dos dosis»

Pedro Alegre, de 85 años, y Andrés Satué, de 80, comparten tertulia todas las mañanas sentados cómodamente en un banco de la plaza de Navarra de Huesca. La charla al aire libre es una de sus escasas, y seguras, distracciones desde que la pandemia le cerró al primero el centro de mayores donde jugaba al guiñote, y desaconsejó al segundo seguir viviendo solo en la casa del pueblo, en Sieso. No demuestran impaciencia por recibir la dosis, «ya nos llamarán del centro de salud», pero confían plenamente en su eficacia para dejar atrás este amargo capítulo en la última etapa de sus vidas, difícil para todos, también para ellos, que sufrieron siendo niños las penurias de una postguerra.

«Algo hará, miedo no tenemos», comenta Andrés Satué. Él lamenta no poder salir tanto a la calle y da testimonio de conocidos que apenas la pisan por temor a juntarse con otras personas. Un problema de salud lo forzó a vivir en Huesca con su hermana, pero añora la casa de Sieso. «La médico me dijo que no estuviera solo, pero me gustaría volver al pueblo. Allí no se oye ni una mosca», explica extrañando su vida pasada, alterada por el coronavirus, esperanzado por que la inmunidad de la vacuna vuelva a poner las cosas en su sitio.

Ni uno ni otro saben con certeza la fecha, si será a mediados o a finales de mes, ni parecen preocupados por si les tocará antes que a sus coetáneos o después, en función de las dolencias de cada uno. Pero sí tienen claro que cuanto antes, mejor, porque les gustaría «volver a hacer la vida de antes».

«Toda la tarde en casa es un tormento», se lamenta Pedro, natural de la localidad de Grañén pero con residencia en Huesca desde hace cinco años, para quien hace meses que se acabó lo de ir por las tardes al centro de mayores del barrio del Perpetuo Socorro a jugar a las cartas. «No tengo ningún reparo con la vacuna», asegura mientras charla con su compañero sobre la ausencia de otros mayores que frecuentaban la plaza y han sido víctimas de la pandemia. «Si falta alguno, decimos que o está en San Jorge o lo esperan en el cementerio», dice. Por eso, según Pedro, cuando les pongan la vacuna se sentirán «más seguros». Menciona la experiencia con la gripe. «Desde que me la ponen no me he resfriado. Mi mujer tiene 82 años y también se vacunará».

En la conversación media un tercero, Julio Abós, también octogenario. La campaña de inmunización contra la covid tampoco suscita duda alguna a este jubilado de la capital oscense. «Yo me vacuno de todo lo que me dicen los médicos», señala. «Sin la vacuna, estamos perdidos», concluye tajante.

Miguel Serrano, turolense de 87 años: «Ya tengo ganas de que me vacunen; estoy cansado de esta inquietud constante»

Miguel Serrano, de 87 años, confiesa que está esperando con impaciencia su turno para vacunarse contra la covid. «Estoy cansado de esta preocupación constante por sufrir un contagio cada vez que salgo a la calle y creo que la única solución para este problema es que nos pongan a todos la vacuna», afirma mientras comparte con un amigo un paseo por el parque de Los Fueros de la capital turolense.

Explica que quiere inmunizarse, no solo por su propia seguridad, sino también por la de su familia y la del resto de la sociedad. «Yo no quiero morirme, eso está claro, pero tampoco contagiar a alguien la enfermedad si un día la padezco«, sostiene.

Se muestra prudente respecto a la efectividad de la vacuna y dice que «no hay que cantar victoria antes de tiempo», pero estima que «debemos tener esperanza en ella, porque es lo único que nos queda». «Por eso -continúa-, cuanto antes me la pongan, mejor».

Miguel vive entre Cella y Teruel, pues, tras quedar viudo hace cinco años, pasa un mes con cada una de sus dos hijas, una de las cuales vive en la capital turolense y la otra en la localidad de Cella. No ha sufrido el coronavirus, pero el confinamiento domiciliario por la pandemia entre mayo y junio del año pasado y las restricciones a la movilidad impuestas en lo que va de año no han sido fáciles de sobrellevar para él.

Relata que el decreto del estado de alarma en marzo de 2020 le pilló en Teruel, donde tuvo que permanecer dos meses. «Y hubiera estado mejor en Cella, que al ser más pequeño y más rural las casas son más amplias y tengo más entretenimientos», añade.

Vaticina que, pese a las vacunas, pasará mucho tiempo hasta que la población olvide lo ocurrido y vuelva a salir a la calle y a juntarse con amigos con la confianza de antes. «Muchas costumbres van a cambiar; no me imagino a la gente volviendo a vivir las fiestas de la Vaquilla con las aglomeraciones de antes», dice. Sin perder el humor, afirma que él no volverá «a celebrar un botellón en la vida».

Agricultor y ganadero en su etapa activa, añora más que nunca la vida al aire libre y en libertad que tuvo ocasión de disfrutar cuando era más joven, «porque ahora todo son inconvenientes para poder ir aquí o allá», se queja. Opina que, a quienes como él tienen más de 80 años, tendrían que haberlos vacunado ya antes, «porque la covid a esta edad puede tener consecuencias fatales». No obstante, se resigna ante la situación, «ya que hasta hace poco no había vacunas».