Valores Familiares IV : Estudiar como medio para la educación personalizada

Acabamos de considerar la finalidad inmediata del estudio: aprobar. Y, como hemos visto, esta actitud sólo suele generar problemas y no garantiza el éxito.

Veamos el estudio como lo que realmente es, un medio para:

* Adquirir los conocimientos y desarrollar las habilidades y destrezas propias del curso escolar o académico correspondiente. Lo que supone aprobar suficientemente, notablemente o sobresalientemente según las posibilidades personales (esfuerzo, capacidad) contando, siempre con las ayudas necesarias.

* Utilizar y desarrollar todas las funciones mentales que el alumno posee para realizar su trabajo intelectual: leer, escuchar, identificar los conceptos, comprenderlos, analizarlos, sintetizarlos, relacionarlos, calcular, imaginar, crear, memorizar, expresarse de modo oral o por escrito…

Porque estudiar es el medio idóneo, no sólo para aprender y aprobar, sino para el desarrollo intencional de la inteligencia práctica. La ejercitación de las citadas capacidades, al ser aplicadas a las diferentes asignaturas y materias y a la resolución de los problemas y actividades que les son propias, vienen a potenciar, día a día, año tras año, las posibilidades de crecimiento personal en el ámbito intelectual.

* El estudio es trabajo intelectual. Y así debe ser entendido desde el principio por padres, educadores y, sobre todo, por los mismos estudiantes. Veamos por qué.

Nadie niega que nuestros hijos, nuestros alumnos, durante su época de aprendizaje, se están preparándo para incorporarse al mundo del trabajo. Al margen de la complicada situación actual – cuestión que abordaremos más adelante – van labrando un futuro profesional que les permita ser independientes y puedan compensar a la sociedad la dedicación, tiempo y esfuerzo económico que recibieron de padres y profesores:

Trabajar, lo decimos a menudo, es algo esencial para el desarrollo de todo ser humano. Es más, todo ser humano tiene el derecho y el deber de trabajar. Pues bien, habrá que entender el periodo de aprendizaje, y en concreto el estudio, como lo que verdaderamente es: un trabajo intelectual.

Por ser trabajo acoge las exigencias que les son propias: hecho con esfuerzo, bien hecho, con iniciativa y con responsabilidad personal. Ahora bien, al ser trabajo – inversión, la compensación económica que en justicia todo trabajo requiere, será satisfecha en su momento, y será mayor o menor según el nivel de formación y preparación con la que se incorpore al mundo laboral.

Por ser un trabajo intelectual trata, nada más y nada menos, de alimentar la parte más noble del ser humano: su inteligencia. Alimentar la inteligencia de saberes y destrezas necesarias para su asentamiento como persona para que, como vimos anteriormente, sea ésta quien dirija sus decisiones, iniciativas y creatividad.

El trabajo intelectual, además, al permitir al hombre aprehender, conocer la realidad y la verdad de las cosas y de las personas, es el más poderoso antídoto contra la ignorancia. El mayor mal de la humanidad es la ignorancia, porque el saber verdadero preserva, o por lo menos hace inmune al hombre, de la manipulación a la que, indefectiblemente, va a estar sometido toda su vida.

Pues bien, es una incoherencia que padres y profesores privemos a hijos – alumnos de la posibilidad de que entiendan y asuman su estudio como lo que verdaderamente es: trabajo profesional. Dicho llanamente, que tienen ya un trabajo profesional: estudiar. Y ello nos lleva a considerar que éste debe realizarse con la misma seriedad y responsabilidad personal que se pide a todo tipo de trabajo.

En consecuencia, si obligación de padres y profesores es proporcionar los medios para la formación de hijos y alumnos, también existe el derecho de exigirles la respuesta al esfuerzo, dedicación, recursos económicos y al propio trabajo que tanto padres como profesores realizan.

Es de justicia que todo el mundo pueda acceder a la educación que tiene derecho como persona. Pero, también diremos que esa oportunidad la deben de aprovechar, sin excusas, ni chapuzas. Sirva de reflexión el hecho de que no todos pueden estudiar. Es injusto que teniendo los medios para formarse no se aprovechen cabalmente.

En la sociedad occidental el derecho a estudiar, en la mayoría de los casos, es posible ejercerlo. Pero también sabemos que trabajar es obligatorio. Esto significa que nuestros alumnos y nuestros hijos, tienen la obligación de estudiar. Pero, ¿exigimos el cumplimiento de esa obligación?

No es infrecuente escuchar argumentos donde, en el fondo, se les viene a liberar de esa exigencia: “tiene que estudiar mucho”, “le mandan muchos deberes”, “no tiene tiempo para jugar”… Ante la falta de compromiso de muchos estudiantes, no se observa la exigencia que cabe esperar de la mayoría de padres, y en alguna medida también de muchos profesores. El incumplimiento de sus obligaciones no se traduce en la lógica asunción de las correspondientes consecuencias que esa falta de compromiso debería llevar consigo. Como así ocurre en todo trabajo profesional: si no es responsable en el trabajo, se sufren las consecuencias.

En este sentido, nos encontramos con una mayoría de estudiantes que no trabajan al nivel de lo que pueden y deben trabajar pero que viven con las mismas ventajas, sin perder ninguno de sus derechos, tienen satisfechos todos sus caprichos, no privándose de ninguna de sus apetencias… aunque, en justicia, no se lo merezcan. El resultado: personas irresponsables, porque nadie les exige que asuman las consecuencias de sus actos.

Un modo de alimentar la irresponsabilidad es el deseo de muchos padres de dar a sus hijos todo lo que desean, sin caer en la cuenta que la tarea educadora tiene como objetivo no sólo satisfacer las necesidades materiales sino, y sobre todo, propiciar una actitud de participación en la construcción, mantenimiento y crecimiento de la familia y de la sociedad. Cada hijo es corresponsable del bienestar familiar y social y, para ello, debe esforzarse. El esfuerzo es, precisamente, lo que le otorga mérito a sus acciones.

El trabajo intelectual que deben de realizar, tiene repercusiones en el ámbito familiar escolar y social. Al cumplir con sus obligaciones el alumno está aprendiendo a colaborar, con su trabajo bien hecho, con la familia, con los profesores, con la sociedad. Está aprendiendo a servir, y no exclusivamente a ser servidos. Precisamente, la inmadurez, propiciada a menudo por los medios de comunicación, por las propuestas de muchos de los políticos que desorientan en vez de orientar a nuestra sociedad, les ha hecho creer que todo les tiene que ser dado, que tienen derecho a todo. La realidad es que deberá ganárselo con su esfuerzo, con su dedicación y con su responsabilidad personal.

Porque esa corriente hedonista, permisiva, relativista, donde cada uno pueda hacer lo que le apetezca, es un serio obstáculo para el correcto desarrollo de una verdadera libertad responsable. De este modo, la responsabilidad viene a recaer, no en el sujeto de las acciones u omisiones, si no en padres y profesores. Los ejemplos son numerosos. La actitud permisiva es una constante en las familias, en los centros escolares y, en consecuencia, en la sociedad de hoy. Por ello, habrá que volver a considerar qué consecuencias, qué responsabilidades debemos exigir para que se entienda que no es posible vivir, siempre, gratuitamente. Aunque así se les esté ofreciendo desde la mayoría de las instancias: familia, medios de comunicación, política y sociedad.

Y, finalmente, el estudio es el medio idóneo para crecer en valores.