Rafa Nadal ya es milenario

Mil victorias. Número redondo que esconde millones de horas, mucha carrera hecha y muchísimo orgullo. Aunque solo sea un número, que no se celebrara como mereciera por cuestión de seguridad por el coronavirus más allá de un trofeo conmemorativo y que tampoco pasará a la historia de los encuentros más brillantes de Rafael Nadal. Pero el balear logra sumar un triunfo más en un palmarés envidiable, y que tiene pocos visos de frenarse, porque a pesar de la firmeza de un Feliciano López que a punto estuvo de aguarle la fiesta, Nadal sabe ganar aun cuando las piernas y la muñeca todavía no están engrasadas. Dos horas y media para doblegar a su amigo y apuntarse a la tercera ronda del Masters 1.000 de París-Bercy, contra Jordan Thompson. Que no es poco el premio para su triunfo número mil.

Si Roland Garros en octubre fue frío, desangelado y sin chispa en sus pasillos y sus calles, el París de noviembre presentó un torneo bajo techo directamente gélido. Tan potente el silencio que la pelota casi producía eco en las vacías sillas de la pista central. De ahí que a Nadal, siempre tan dado al calor del ambiente y del público, tardara tantísimo en encontrarse. Y contra Feliciano López, estupendo en esta superficie, le costó un mundo hallar la clave de su tenis para poder levantar el encuentro.

A Nadal, al que se le lee siempre su estado de ánimo por sus rostro y sus gestos, y apenas hubo puños y sí mucha seriedad, le costó calentar las piernas, enrarecido su inicio con un break en contra a las primeras de cambio y, sobre todo, enredada su derecha, con golpes que apenas superaban la línea de saque. Una docena de errores, además, en un primer set en el que siempre fue a contracorriente, lejos de la comodidad con la que se marchó de París hace apenas unas semanas. No encontró soluciones ante el juego directo del toledano, tampoco halló la manera de hacerle daño con los cortados y utilizó sobremanera el efecto liftado, no tan letal contra un tenista como López al que las alturas le van de maravilla para acortar los puntos de forma fulminante.

También es verdad que hace un mundo que no jugaba en pista rápida. Desde la Copa Davis a finales del año pasado en la Caja Mágic. Eso, un mundo. Y le costó encontrar los resortes y los automatismos que tan buenos resultados le da siempre en rápida. Tendrá 13 títulos de Roland Garros, pero son también 4 US Open y un Abierto de Australia, entre otros tantos trofeos en esta superficie que atormentó en su momento sus rodillas y sus articulaciones.

Con la madurez, Nadal tiene de sobra para adaptarse a cualquier circunstancia. Lo hizo en Roland Garros, y aunque le costó un poco más en este otro París, en cuanto el saque hizo aparición, alivió su juego, descomprimió su derecha y amenazó la tranquilidad y efectividad con la que Feliciano López planteó el encuentro. Y con más saque, por fin drive peligroso, y un puntito más mordaz, el 2 del mundo fue derribando las defensas del toledano. Nunca, no obstante, le perdió la cara al partido, sufridor pero férreo con su servicio aun cuando Nadal ya mostraba esa chispa que lo impulsa desde el resto.

Y aunque se conocen de maravilla, Nadal siempre será Nadal. Sobre todo con mono de trabajo y constancia. En el tie break, le bastó con un pequeño error de su rival para levantarse y lograr su primer set en este París bajo techo. Y le bastó solo eso para anular cualquier estrategia, consciente como es Feliciano López que cuando el viento sopla a favor del balear, poco se puede hacer.

Nadal rompió el tercer parcial desde el inicio. Mucho más entonado y por fin con ese ritmo de piernas del que adoleció en el primer set. La derecha por fin corría como se esperaba aunque a Feliciano le queda cuerda para rato a pesar de su DNI diga que tiene 39 años y trató de aguar la fiesta de su amigo hasta el final. Nadal, ya en modo convencido, apretó los dientes y la mano para sacar de la pista a Feliciano: juegos de saque en blanco, retador desde la mirada, con ritmo ya en muñeca y en piernas.

No hubo fiesta de celebración por la victoria mil, pero Nadal, que le importan poco los números más allá de lo que pueda mejorar para su siguiente partido, recibe un premio mayor: seguir jugando una ronda más en París-Bercy, ese torneo maldito, junto a Miami, Shanghái y Copa de Maestros, que todavía se le resiste. Y la convicción de que cuando la raqueta a veces no está fina, la cebza siempre está lista. Mil alegrías lo confirman.