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Marlaska, el juez que quiso ser fiscal general con el PP y acabó de ministro con el PSOE

Cuando el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero entró en el hemiciclo del Congreso empuñando una pistola con su mano derecha y se colocó junto a la tribuna de oradores, Fernando Grande-Marlaska (Bilbao, 1962) tenía ya 18 años. Aquel día llegó a pensar que se hacía nuevamente la noche sobre la joven democracia española y, tras ver su comparecencia en televisión la madrugada ya del 24 de febrero de 1981, decidió impulsivamente escribir a Juan Carlos I para agradecerle su lealtad con la Constitución y pedirle una foto dedicada. Sabino Fernández Campo, entonces secretario de la Casa del Rey, se la hizo llegar y pudo así ver complacido su deseo.

«En ese momento yo era un friki. Viví la Transición como algo absolutamente entusiasmante. Me sabía el nombre de todos los partidos que se presentaban a las elecciones, de sus líderes, de los cabezas de lista. En el 81 ya era un poco mayorcito, pero estaba aún cerca el franquismo, y aquella noche sentí que todo se iba a la mierda, que todo volvía a los infiernos, al oscurantismo. Y de repente apareció la imagen del Rey y le escribí. No sé por qué, no hubo reflexión, mientras salía la idea de mi cabeza estaba cerrando el sobre y enviándolo», contó a El País más de 25 años después. Entonces era vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y la política no había llamado aún a su puerta.

Camino de los 58 años, aquel adolescente que escribió al Rey para darle las gracias por su gesto y que con el tiempo interrumpió su carrera como juez para ejercer como ministro ha sido muy a su pesar el principal protagonista en el Congreso esta semana por la crisis desatada en la Guardia Civil con su decisión de apartar al coronel Diego Pérez de los Cobos como jefe de la Comandancia de Madrid. Los tres principales grupos de la oposición (PP, Vox y Ciudadanos) han pedido su reprobación y su dimisión por «injerencias» en la investigación judicial sobre la causa de la manifestación feminista del 8-M. Él niega la acusación y, respaldado por Pedro Sánchez, no se plantea marcharse.

El 7 de junio de 2018, hace hoy justo dos años, Grande-Marlaska prometió su cargo como titular de Interior en presencia del hijo del monarca al que había pedido que le dedicara una foto casi cuatro décadas antes. El juez se convertía en político, aunque tal vez nunca haya llegado a quitarse del todo la toga que comenzó a vestir a finales de 1988 tras asignársele el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Santoña (Cantabria). «La tiene tatuada», describe gráficamente un antiguo colaborador.

No fue la primera propuesta que había recibido para dejar temporalmente el poder judicial y adentrarse en el proceloso terreno de la política. A principios de mayo de 2018, en vísperas de que Pedro Sánchez se convirtiera en el séptimo presidente español de la democracia, el líder del PSOE le planteó la posibilidad de encabezar la lista del partido a la Alcaldía de Madrid con vista a las elecciones de mayo de 2019.

Tres semanas después de aquel encuentro, el jefe de la oposición se había convertido en el inquilino de La Moncloa tras prosperar la moción de censura que había promovido contra Mariano Rajoy y volvió a llamarlo. «El presidente evaluó posteriormente mis aptitudes y me pidió que asumiera la cartera de Interior. Y yo lo he hecho con un orgullo tremendo», desveló en noviembre de 2018 en el curso de un desayuno informativo. El cabeza de cartel por Madrid en aquellos comicios terminó siendo Pepu Hernández, ex seleccionador nacional de baloncesto.

Hubo un tiempo, sin embargo, en el que Grande-Marlaska flirteó con el PP. Fue el partido liderado entonces por Rajoy el que lo había propuesto en 2013 para ocupar una vocalía en el CGPJ tras diez años como juez instructor en la Audiencia Nacional, donde se había labrado un gran prestigio por su lucha contra ETA. «Se me tildó de conservador por ser propuesto por el PP, pero la gente que me conoce sabe que mi perfil no es ése», declaró años después a la revista XLSemanal.

Fuentes populares aseguran a este diario que, a través de terceros, el hoy ministro hizo llegar a la cúpula del entonces Ministerio de Justicia su interés por ocupar algún cargo de responsabilidad en el último Ejecutivo de Rajoy. En concreto, su nombre estuvo encima de la mesa primero para sustituir como Defensor del Pueblo a Soledad Becerril -tras expirar el mandato de ésta en julio de 2017- y, después, para suceder a José Manuel Maza al frente de la Fiscalía General del Estado tras el fallecimiento de aquél durante un viaje oficial a Argentina en noviembre de 2017.

En la criba final

«Se hizo una terna con seis o siete candidatos y Grande-Marlaska estuvo muy cerca de ser el elegido. Su lucha por las libertades en el País Vasco, su condición de homosexual… le daban un toque modernito, aunque es un tipo bastante conservador. Fue uno de los tres finalistas junto a José Ramón Navarro (presidente de la Audiencia Nacional) y Julián Sánchez Melgar, que fue finalmente el designado. Desde luego hubiera dado saltos de alegría si él llega a ser la persona propuesta», señala una fuente conocedora de aquellas gestiones.

Grande-Marlaska no ha aclarado nunca suficientemente qué hacía una «persona progresista» como él -según confiesa ahora- en la órbita del PP, el partido que hoy reclama su dimisión por la crisis que ha provocado en la Guardia Civil. «Yo soy, evidentemente, una persona progresista y estoy en un Gobierno progresista -por eso lo estoy-, pero no pertenezco al Partido Socialista, no me he integrado en él. No soy el portavoz del Partido Socialista, pero estoy encantado de pertenecer a un Gobierno del Partido Socialista, de Pedro Sánchez», proclamó durante la refriega dialéctica que mantuvo el pasado 27 de mayo con el diputado de Ciudadanos Edmundo Bal durante la sesión de control. No tiene carné, pero lideró como independiente la lista del partido por Cádiz en las elecciones generales celebradas el 28 de abril y el 10 noviembre de 2019.

Personas que han trabajado cerca del actual titular de Interior con las que ha hablado El Independiente para elaborar este reportaje destacan el «sentimiento de profundo agradecimiento y lealtad» que tiene por Sánchez, la persona que le dio la oportunidad de iniciarse en la política. «Fernando entendía que había tocado techo en el CGPJ y le vino muy bien la llamada», comenta una fuente que pide anonimato. La fidelidad, de momento, es recíproca: el presidente del Gobierno no ha dudado en salir abiertamente en defensa de su ministro en medio de la polémica por las destituciones en el instituto armado.

En sus años de estudiante de Bachillerato en La Salle de Bilbao, donde compartió aula con el director de cine Enrique Urbizu (No habrá paz para los malvadosLa caja 507…), ni la política ni las leyes encabezaban sus preferencias profesionales. «En un principio, mi intención era estudiar Historia, pero siguiendo los consejos de mi familia, y pensando en mi futuro y en las salidas profesionales, me inculcaron estudiar Derecho Económico, que era la especialidad en [la Universidad de] Deusto», explicó en una entrevista concedida a Forbes semanas antes de su nombramiento como ministro.

En junio de 1985, el único varón de los tres hijos que tuvo el matrimonio formado por Avelino Grande y Ángela Marlasca terminó la carrera de Derecho en la universidad de los jesuitas. «No sabía cómo afrontar la vida, así que me puse a trabajar en una empresa de exportación en Bilbao», relató a la citada revista. Sería una etapa breve. El día del sorteo extraordinario de la Lotería de Navidad de 1987, Fernando Grande-Marlaska aprobó el examen final de la oposición a juez. Y un año después, con 26 y unos meses, estaba ya investigando el suicidio de Rafi Escobedo -condenado por el asesinato de los marqueses de Urquijo, que tuvo lugar el 1 de agosto de 1980- en su celda de la cárcel de El Dueso (Santoña).

«Fernando es una buenísima persona, entrañable, cariñosa, leal, responsable, trabajador…», comenta a este diario una antigua compañera de promoción en la Escuela Judicial, a la que el ministro considera como una «hermana» tras compartir vivencias y confidencias desde hace más de tres décadas. Ella fue uno de sus tres invitados al acto de reconocimiento que le dedicó el pasado 11 de marzo en París el titular galo de Interior, Christophe Castaner, en el Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo.

Aquella promoción la integraron 206 jueces y Grande-Marlaska ocupó el puesto 86. Entre otros, le precedieron en el escalafón José Luis Calama, hoy titular del Juzgado Central de Instrucción 4 de la Audiencia Nacional; Mercedes Alaya, instructora del caso ERE y actual magistrada de la Sección Séptima de la Audiencia de Sevilla; María Felisa Herrero, juez de enlace de España en Francia desde finales de 2017, y Celso Rodríguez Padrón, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM). También formó parte de esa hornada Eloy Velasco, que sirvió en el Juzgado Central de Instrucción 6 de la Audiencia Nacional.

Aquella charla con el juez Lidón

Tal vez Grande-Marlaska no hubiera tomado nunca el camino de la judicatura de no haber sido por la charla que mantuvo en la Universidad de Deusto con el catedrático de Derecho Penal José María Lidón cuando veía que el puesto que ocupaba en la exportadora no le llenaba profesionalmente y se planteaba darle un nuevo rumbo a su vida. «Le comenté que no me sentía a gusto en mi trabajo y él, que en ese momento estaba como magistrado suplente en la Audiencia Provincial, me hizo loas de lo que era la carrera judicial y me aconsejó que me pusiera en manos de Juan Alberto Belloch, que era presidente de la Audiencia Provincial de Bilbao y preparaba a opositores candidatos a la judicatura», explicó a Forbes.

En una pirueta del destino, Grande-Marlaska terminó siguiendo los pasos de su preparador al asumir dos décadas después las competencias de Interior como había hecho el ‘súperministro’ en el tardofelipismo (1994-1996). Belloch era el ministro cuando la Guardia Civil vivió su mayor crisis en los 176 años de historia: la sonada fuga de Luis Roldán -entonces director general del instituto armado- y su posterior estancia en prisión durante 15 años por apropiarse de fondos públicos.

A las 7.25 horas del 7 de noviembre de 2001, dos pistoleros de ETA esperaban a Lidón a la salida del garaje de su casa cuando se dirigía a la Universidad y le dispararon dos tiros en presencia de su esposa y de uno de sus hijos. Al día siguiente, Grande-Marlaska fue uno de los seis magistrados que -él con su toga de presidente de la Sección Sexta de la Audiencia de Vizcaya- portaron el féretro de Lidón a la salida de la iglesia de los Trinitarios en el barrio de Algorta (Getxo) tras oficiarse el funeral. Han pasado casi 20 años, pero él sigue teniendo muy presente al profesor que un día le animó a ser juez: en su despacho del Ministerio del Interior tiene una foto de él.

Él corrió más suerte. En julio de 2008, el etarra Arkaitz Goikoetxea -cabecilla del comando Vizcaya– reconoció a la Guardia Civil que la dirección de la banda le había ordenado un año antes el seguimiento de Grande-Marlaska en la localidad riojana de Ezkaray -lugar de vacaciones del magistrado- con la intención de atentar contra él. Entonces él estaba al frente del Juzgado Central de Instrucción 3 de la Audiencia Nacional y se había significado por sus investigaciones contra ETA, lo que le había obligado a llevar escolta. «Es como si llevaras 30 años fumando y te detectan cáncer de pulmón», declaró con naturalidad años después para hacer ver que tenía asumido estar en la diana de la banda.

Un fiscal de la Audiencia Nacional que trabajó con él en aquellos años valora el trabajo que llevó a cabo cuando la organización terrorista aún mataba y no se veía cercano su final. «Era un juez muy trabajador y entregado. Se tomaba a fondo la lucha contra ETA. Era implacable», comenta. Y añade: «Era meticuloso y riguroso, como cuando se produjo el famoso chivatazo e investigó el caso Faisán. Dio órdenes expresas a los policías para que no informaran de nada ni a sus superiores».

Meses antes, el juez vasco había llegado a pedir al Consejo Deontológico de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE) que le abriera un expediente sancionador al periodista de El Mundo Antonio Rubio por la supuesta revelación de identidad de un testigo protegido -el confidente marroquí Abdelkader el Farssaoui, al que la Policía dio el nombre en clave de ‘Cartagena’- durante la investigación periodística del 11-M. La organización rechazó tal pretensión porque la información objeto de la polémica mencionaba «la identidad real del testigo protegido pero no la ficticia concedida por el juez instructor» y porque ya existían «informaciones coetáneas de idéntico contenido» en otros medios de comunicación.

El terrorismo es uno de los temas que el juez bilbaíno aborda sin rodeos en Ni pena ni miedo (Ariel), publicado en 2016 tras el fallecimiento de su madre. El ensayo toma su nombre del verso del poeta chileno Raúl Zurita que él se tatuó en su muñeca derecha y que ha convertido en su lema de vida. «Para los que vivíamos en el País Vasco, el terrorismo formaba parte del paisaje desde que tenías uso de razón. Lo vivías de una forma extraña, era algo aberrante, como una tara, como una patología social, pero era un fenómeno que, como la lotería, les tocaba siempre a los demás: en este caso policías, militares y guardias civiles. Y esa actitud de la sociedad civil que miraba para otro lado cuando se estaba produciendo toda aquella infamia nos hacía a todos un poco cómplices de lo que ocurría. En Donosti y en Sevilla», reflexiona.

2006: ‘sale del armario’

Con todo, el episodio más duro que narra en el libro es el infierno de incomprensión que vivió tras contarle que era gay a su madre, «uno de los pilares más sólidos» de su vida. Fue a raíz de conocer en enero de 1998 al profesor de inglés con el que comparte vida desde entonces -Gorka Arotz- e irse a vivir con él durante su etapa de juez en Bilbao. «Se lo dije mientras tomábamos apaciblemente café después de comer el día 3 de febrero (¡ay, la memoria!). Yo tenía 35 años… se dice pronto. Su reacción fue la peor posible: se agarró de los pelos, se metió en la cama vestida y estuvo 15 días sin salir», desveló. No mantuvieron relación durante seis años.

Su padre, un policía municipal que trabajaba como funcionario en el Ayuntamiento de Bilbao, había fallecido en febrero de 1984. Entonces él estaba terminando sus estudios de Derecho. Su madre, que aportaba dinero a la economía familiar con sus trabajos caseros como costurera, murió el 26 de abril de 2016 a los 94 años. Ella sí conoció a su hijo como juez, pero no pudo verlo como ministro.

Grande-Marlaska se convirtió en junio de 2006 en una de las primeras personas de relevancia pública en reconocer públicamente su homosexualidad, condición que ya había contado a su amiga Feli Herrero mientras estudiaban en la Escuela Judicial. La opinión pública se enteró tras la entrevista que, con la firma de la periodista y escritora Rosa Montero, se publicó en El País Semanal. Su salida del armario se producía ocho meses después de su casamiento con su pareja, con la que sigue unido.

«No la conocía. Le gustaban las entrevistas que hacía y pidió que fuera ella quien se la hiciera», precisa una fuente conocedora del episodio. Montero es la fundadora del grupo Salamandra, en el que participan los dos junto a otro puñado de amigos, varios de ellos periodistas. Entre otros, Gabriela Cañas, actual presidenta de la Agencia EFE; Carlos Yárnoz y Nativel Preciado. Ésta firma el prólogo de Ni pena ni miedo, donde dejó escrito: «La mayor fortaleza de este juez admirable consiste en haber sido capaz de defender ante cualquiera su derecho a mostrarse tal como es. Y su gran triunfo es vivir donde quiere, como quiere y con quien quiere».

Cuando confesó que era homosexual, Grande-Marlaska llevaba ya tres años instalado en Madrid, adonde se había trasladado a principios de 2003 para desempeñar la plaza de juez de Instrucción 36. En 2004 dio el salto a la Audiencia Nacional: primero en comisión de servicios en el Juzgado Central de Instrucción 1, luego sustituyendo a Baltasar Garzón en el número 5 cuando éste disfrutó de una licencia para participar en un proyecto de investigación sobre terrorismo en el Center on Law and Security de la New York University (febrero de 2005-junio de 2006), luego como juez adscrito a la Sala de lo Penal, posteriormente al frente del Juzgado Central 3 y finalmente como presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, desde donde pasó a ocupar una vocalía en el CGPJ apoyado por el PP.

Los testimonios de las personas que trabajan o han trabajado con él y que han accedido a hablar con este medio lo describen como una persona «cariñosa, afectiva, disciplinada, trabajadora, leal y preocupado por su gente». «El primer día que llegó al Ministerio se sabía ya el nombre de los escoltas, de los guardias civiles que hacen vigilancia y de los de todo el personal de la casa, incluidos los de las limpiadoras», apunta una fuente.

Ésta llama la atención sobre otro detalle sobre las costumbres del ministro: «Lo anota todo y escribe siempre con pluma y en un cuaderno». En el plano personal, le encanta leer, le gusta la música de Joaquín Sabina, practicaba natación hasta que los escoltas del Ministerio se lo desaconsejaron por razones de seguridad y adora los animales, como los tres perros que tiene ahora y que responden por MartinaPepa y Duende.

Dos años después de su llegada al cargo, Grande-Marlaska vive su peor momento tras la polémica que ha originado su decisión de defenestrar al coronel Pérez de los Cobos en plena instrucción judicial del caso 8-M., lo que desencadenó la dimisión irrevocable de Laurentino Ceña como Director Adjunto Operativo (DAO). En el oficio que elevó el 24 de mayo a la Secretaría de Estado de Seguridad proponiendo la destitución, María Gámez reconoció que el cese se debió a una sobrevenida pérdida de confianza «por no informar del desarrollo de investigaciones y actuaciones de la Guardia Civil, en el marco operativo y de Policía Judicial, con fines de conocimiento».

«No puede estar contento consigo mismo»

Después de este episodio, hay investigadores policiales que no reconocen al Grande-Marlaska (ministro) que ellos trataron durante su etapa de juez en la Audiencia Nacional. «Estoy sorprendido y no lo he asimilado aún. Estoy viendo a un Fernando que no conozco. Éra una persona muy humana, cercana… completamente diferente. Conociéndole sé que no puede estar contento consigo mismo. Será que la política cambia mucho a la gente», lamenta un agente, «estupefacto» tras leer el contenido del oficio enviado por María Gámez al secretario de Estado de Seguridad con las razones del cese del jefe de la Comandancia de Madrid.

«Tiene un 50 % de ambición y protagonismo y otro 50 % de inseguridad, miedo y complejos. La mezcla son ataques de autoritarismo. Y siempre huida hacia adelante. Presume de no temblarle el pulso, pero realmente son torpezas por falta de templanza», tercia otro investigador para tratar de explicar las últimas decisiones del titular de Interior. «La Guardia Civil estaba tranquila hasta que se produce el cese el domingo 24 de mayo por la noche. El quilombo lo monta él. Va perdiendo amigos a pasos agigantados», agrega.

El pasado verano, el ministro ya protagonizó otra polémica. Como desveló El Independiente, Grande-Marlaska se dirigió por escrito a los directores generales de la Guardia Civil y de la Policía Nacional para pedir que una veintena de agentes de los dos Cuerpos desfilasen uniformados de forma voluntaria en la manifestación del Orgullo que se iba a celebrar en Madrid el 6 de julio de 2019. Su pretensión no prosperó, dado que ni la Ley orgánica del régimen disciplinario del Cuerpo Nacional de Policía ni la Ley orgánica reguladora de los derechos y deberes de los miembros de la Guardia Civil lo amparan.

«Aprendiz de esbirro», «mentiroso»…

Cuando este diario le solicitó el escrito a través del Portal de la Transparencia, Interior rechazó facilitarlo alegando que se trataba de una comunicación «interna e informal» con la que el ministro trasladó a sus destinatarios una «valoración personal». Semanas después, el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno (CTBG) estimó la reclamación de este periodista y le concedió diez días hábiles para proporcionar el documento o recurrir la resolución ante los Juzgados Centrales de lo Contencioso-Administrativo de Madrid, sin que haya hecho una cosa ni otra.

«Aprendiz de esbirro», «déspota», «mentiroso», «tramposo», «cobarde» e «inmoral»… En el diario de sesiones del Congreso de los Diputados quedarán recogidos los calificativos que PP, Vox y Ciudadanos le dedicaron el pasado miércoles durante la sesión de control al Gobierno a cuenta de la crisis que ha abierto la Guardia Civil y su presunta «injerencia» en la investigación judicial por la manifestación feminista del 8-M en Madrid, a la que él asistió junto al menos seis ministras socialistas.

Él «lo niega todo», como dice la letra de su admirado Joaquín Sabina. A la oposición «le sobran los motivos» para pedir su dimisión, pero Grande-Marlaska rechaza por ahora «bajarse en Atocha» y dar por concluido el viaje iniciado hace dos años. «Me considero un hombre con suerte», ha asegurado en alguna entrevista periodística. El tiempo dirá si aquélla le sigue acompañando en su aventura política y qué huella deja en la Guardia Civil.