La educación de la inteligencia

El cultivo de la inteligencia es tan necesario como el de la voluntad. La educación de la inteligencia debe realizarse siempre teniendo en cuenta de que lo que tratamos de mejorar es la inteligencia humana y por tanto está vinculada a la vida del hombre y, en consecuencia, a la felicidad y al amor. Muchos sacrificios económicos y personales de padres y familiares se encaminan a educar la inteligencia de los hijos. También se exige a los gobiernos más esfuerzos humanos y recursos económicos para mejorar el nivel de la inteligencia de niños y jóvenes. Pero hemos de tener en cuenta lo más importante, el para qué de la inteligencia: crecer en libertad.

Una persona es inteligente cuando es capaz de de escoger la mejor opción entre las posibilidades que se presentan a su alcance para resolver un problema. La vida, su vida, es el principal problema de cada persona. En todos los casos, la inteligencia está relacionada a la habilidad de un individuo de captar datos, comprenderlos, procesarlos y emplearlos de manera acertada. Es importante entender que sin una educación de la inteligencia encaminada para el conocimiento de la verdad, el bien, la belleza y el amor es un error, porque podemos tener seres muy inteligentes pero deshumanizados e irresponsables.

Educar la inteligencia es enseñar a pensar y a realimentar el propio pensamiento con la información de mayor calidad. Es desarrollar en aquellas personas que fácilmente captan juicios sintéticos la capacidad de análisis, y en las que se basan en juicios analíticos la capacidad de síntesis.

Educar la inteligencia es convertir el pensar en hábito. Y así, pasar de las ideas a los hechos que las encarnan y de éstos a las ideas que les dan sentido (pagar los impuestos porque tienes ideas de solidaridad y viceversa). Es fomentar el desarrollo de la capacidad de relacionar diferentes aportaciones personales en el campo de las ideas (concretar y buscar nuevas formas de solidaridad), y de relacionar, en cada caso, pensamiento y acción (dedicar tiempo a compartir con quien necesita ayuda).

Pero para ello es necesario también, enseñar a escuchar y a responder, a expresarse verbal, gráfica, gestualmente y por escrito. Y todavía más, es enseñar a comprender donde coinciden corazón e inteligencia y enseñar a contemplar donde coinciden conocer y querer, puesto que la contemplación es querer lo que conozco, porque es bueno.

Cuando no se desarrollan a la par las energías radicales del saber y del querer, es decir, las virtudes intelectuales y las virtudes morales, es imposible construir, hacer el bien, servir, porque no hay vida plenamente humana sin entrega de servicio, sin amor. Educarse es desarrollar la libertad y por ende, la calidad de la vida, luego crecer en inteligencia es, el gran servicio a la vida de cada uno. En consecuencia, la manifestación del radical compromiso con el bien y la verdad se manifiesta en la paciente atención a la vida de aquellos con quienes nos encontramos, tratando despertar y suscitar la vida de la reflexión y pensamiento para que crezcan en libertad.

“El niño es profundo en lo profundo y superficial en lo superficial, a diferencia de los adultos, que solemos ser profundos en lo superficial y superficiales en lo profundo”. La infancia ofrece una oportunidad única para realizar lo más difícil de la educación de la inteligencia. Luego, durante la adolescencia, la juventud, y el resto de la vida siempre podremos y deberemos seguir educando la inteligencia en colaboración con otras personas.