El principio de la creación

 

En el principio Dios creó el cielo y la tierra (GN 1,1). Los cristianos como miembros de la Iglesia proclamamos que Dios es el creador de todas las cosas visibles e invisibles: de todos los seres espirituales y materiales, esto es, de los Ángeles y del mundo visible y, en particular, del hombre. Todas las cosas que Dios creó las hizo para el hombre, que es el destinatario y rey de la Creación. En el hombre todas las cosas encuentran sentido. Aunque, en muchas ocasiones -todavía- el hombre no sepa porque y para que existen, Dios, si lo sabe.

Los Ángeles son criaturas puramente espirituales, incorpóreas, invisibles e inmortales; son seres personales dotados de inteligencia y voluntad. Los Ängeles, que están incesantemente en la presencia de Dios, lo glorifican, lo sirven y son sus enviados para ayudar a la salvación de todos y cada uno de los hombres. Cada fiel tiene a su lado su Ángel como protector y guía para conducirlo a la Vida. Por eso la Iglesia se une a los Ángeles para adorar a Dios, invoca la asistencia de los Ángeles para que nos ayuden en nuestras necesidades, celebra litúrgicamente la memoria de los santos Ángeles y concretamente, de forma especial, la de algunos de ellos. Como el tema resulta interesante, en otra ocasión ampliaremos y profundizaremos en el mismo, si os parece.

Todas las cosas deben su propia existencia a Dios, de quien reciben la propia bondad (sólo Dios es bueno) y perfección; sus leyes y el lugar que han de ocupar en el universo. A través del relato de los seis días de la Creación, la Sagrada Escritura nos da a conocer el valor de todo lo creado y su finalidad última de alabanza a Dios y de servicio al hombre. El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

Entre todas las criaturas existe una interdependencia y jerarquía, queridas por Dios. Al mismo tiempo, entre las criaturas existe una unidad y solidaridad, porque todas ellas tienen el mismo Creador, son por Él amadas y están sujetas a un mismo fin: la gloria de Dios. Respetar las leyes inscritas en la Creación y las relaciones que dimanan de la naturaleza de las cosas es, por tanto, un principio de sabiduría y un lógico fundamento de la moral.

Dios creó al hombre: hombre y mujer con igual dignidad en cuanto personas humanas y, al mismo tiempo, con una recíproca complementariedad en cuanto varón y mujer. Dios los ha querido el uno para el otro, para una comunión de personas. Juntos están también llamados a transmitir la vida humana, formando en el matrimonio una sola carne Gn 2,24), y a dominar la tierra como administradores de Dios.

Al crear al hombre y a la mujer, Dios les había dado una especial participación de la vida divina, en un estado de santidad y justicia. En este proyecto de Dios, el hombre no habría debido sufrir ni morir. Igualmente reinaba en el hombre una armonía perfecta consigo mismo, con el Creador, entre hombre y mujer, así como entre la primera pareja humana y toda la Creación.

Pero en la historia del hombre esta presente el que, voluntaria y libremente, se apartó de Dios que eso es precisamente- el pecado. Y a causa de ello, la obra de la Creación culmina en la obra aún más grande, de la Redención. Con ésta, de hecho, se inicia la nueva Creación, en la cual todo hallará de nuevo su peno sentido y cumplimiento. Esta realidad se esclarece plenamente a la luz de la divina Revelación y, sobre todo a la luz de Jesús de Nazaret, el ungido, Cristo, el salvador de todos, que ha hecho que su Amor sobreabunde allí donde había imperado el pecado. Pero el tema del pecado, es también, un tema interesante que merece le dediquemos mas tiempo. Lo haremos próximamente.