Santa Marta: Pedir para que los sacerdotes acudan a los enfermos de Covid-19

“Pidamos al Señor también por nuestros sacerdotes, para que tengan el coraje de salir y acudir a los enfermos, llevando la fuerza de la Palabra de Dios y la Eucaristía y acompañen a los trabajadores de la salud, los voluntarios, en este trabajo que están haciendo”, es el nuevo deseo del Papa Francisco.

Hoy, 10 de marzo de 2020, se ha celebrado la segunda Misa presidida en privado por el Papa Francisco y transmitida en streaming desde la Casa Santa Marta.

En ella Francisco recordó, como ayer, que la ofrenda de esta celebración eucarística es por los que sufren el coronavirus, por los que curan a los enfermos y ahora también por los sacerdotes.

Dialogar con el Señor

Después, su homilía estuvo inspirada en el Evangelio en el que los escribas y fariseos de la época hacían una demostración hipócrita de su superioridad ante el pueblo llamándose a sí mismos maestros pero negándose a comportarse de forma coherente.

Así, el Papa señaló que hoy “el Señor nos llama a todos los pecadores a dialogar con Él, porque el pecado nos encierra en nosotros mismos, hace que ocultemos o esconda nuestra verdad, dentro. Esto es lo que le pasó a Adán, a Eva: después del pecado se escondieron, porque tenían vergüenza; estaban desnudos. Y el pecador, cuando siente vergüenza, tiene la tentación de esconderse”.

Fingir no ser pecadores

No obstante, el Señor nos llama a acudir a él y hablar sobre nuestra situación: “Venid, porque soy capaz de cambiarlo todo – nos dice el Señor – no tengáis miedo de venir a hablar, sed valientes incluso con vuestras miserias”.

El Obispo de Roma habló también del engaño que a veces sufrimos: en lugar de ir a hablar con Él, fingir no ser pecadores. Esto es lo que Dios reprocha a los doctores de la ley, que cubren la verdad de su corazón “con la vanidad”.

El Señor nos puede cambiar

“La vanidad es precisamente el lugar para cerrarse a la llamada del Señor. En cambio, la invitación del Señor es la de un Padre, la de un Hermano: ‘¡Venid! Hablemos, hablemos. Al final Yo soy capaz de cambiar tu vida del rojo al blanco’”, indicó.

Finalmente, el Papa apuntó: “Que esta palabra del Señor nos anime; que nuestra oración sea una verdadera oración. De nuestra realidad, de nuestros pecados, de nuestras miserias. Hablar con el Señor. Él sabe, Él sabe lo que somos. Lo sabemos, pero la vanidad siempre nos invita a cubrirnos. Que el Señor nos ayude”.

A continuación, sigue la transcripción de la homilía del Papa realizada por la edición italiana de Vatican News.

Homilía del Santo Padre

Ayer la Palabra de Dios nos enseñaba a reconocer nuestros pecados y a confesarlos, pero no solo con la mente, sino también con el corazón, con un espíritu de vergüenza; la vergüenza como una actitud más noble ante Dios por nuestros pecados. Y hoy el Señor nos llama a todos los pecadores a dialogar con Él, porque el pecado nos encierra en nosotros mismos, hace que ocultemos o esconda nuestra verdad, dentro. Esto es lo que le pasó a Adán, a Eva: después del pecado se escondieron, porque tenían vergüenza; estaban desnudos. Y el pecador, cuando siente vergüenza, tiene la tentación de esconderse. Y el Señor llama: “Ven, ven, discutamos – dice el Señor – hablemos de tu pecado, hablemos de tu situación. No tengas miedo. No…” Y continúa: “Aunque vuestros pecados fueran como escarlata, se volverán blancos como la nieve. Si fueran rojos como la púrpura, se convertirían en lana”. “Venid, porque soy capaz de cambiarlo todo – nos dice el Señor – no tengáis miedo de venir a hablar, sed valientes incluso con vuestras miserias”.

Me viene a la mente a ese santo que era tan penitente, que rezaba mucho. Y siempre trataba de darle al Señor todo lo que el Señor le pedía. Pero el Señor no estaba contento. Y un día se enfadó un poco con el Señor, porque el santo tenía mal genio. Y le dice al Señor: “Pero, Señor, no te entiendo. Te doy todo, todo, y siempre estás insatisfecho, como si faltara algo. ¿Qué falta?” “Dame tus pecados: eso es lo que falta”. Tener el valor de ir con nuestras miserias y hablar con el Señor: “¡Venid! ¡Discutamos! No tengáis miedo. Aunque tus pecados fueran como la escarlata, se volverán blancos como la nieve. Si fueran tan rojos como la púrpura, se convertirán en lana”.

Esta es la invitación del Señor. Pero siempre hay un engaño: en lugar de ir a hablar con el Señor, fingir que no ser pecadores. Eso es lo que el Señor reprocha a los doctores de la ley. Estas personas hacen sus obras “para ser admiradas por el pueblo: ensanchan sus filacterias y alargan sus flecos; se complacen con los lugares de honor en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas, los saludos en las plazas, así como con ser llamados rabinos por la gente”. La apariencia, la vanidad. Cubriendo la verdad de nuestro corazón con la vanidad. ¡La vanidad nunca cura! La vanidad nunca cura. Además, es venenosa, sigue trayendo la enfermedad a tu corazón, trayendo esa dureza de corazón que te dice: “No, no vayas al Señor, no vayas. Tú te quedas”.

La vanidad es precisamente el lugar para cerrarse a la llamada del Señor. En cambio, la invitación del Señor es la de un padre, la de un hermano: “¡Venid! Hablemos, hablemos. Al final Yo soy capaz de cambiar tu vida del rojo al blanco”.

Que esta palabra del Señor nos anime; que nuestra oración sea una verdadera oración. De nuestra realidad, de nuestros pecados, de nuestras miserias. Hablar con el Señor. Él sabe, Él sabe lo que somos. Lo sabemos, pero la vanidad siempre nos invita a cubrirnos. Que el Señor nos ayude.