Pérez de los Cobos, el ogro españolista

Quizá se le escapó o le traicionó el subconsciente, pero lo dijo, desveló a quién teme de verdad el independentismo catalán. Los líderes independentistas hablan y hablan siempre de lo mismo; pretenden desacreditar a la Justicia española y a la democracia misma con insultos constantes, que si vivimos en un Estado represor, que si en España no se respetan los Derechos Humanos ni las libertades más elementales…

Dicen todo eso, lo repiten una vez y otra, pero en su interior lo que saben, perfectamente, es que dentro de los límites que concede un Estado de Derecho para combatir a quien transgrede la ley, se podría haber aplicado una política de mano dura que es la que, de verdad, temen. Ocurrió el martes pasado. Estaban en el Parlamento de Cataluña los cabecillas de la revuelta independentistas del otoño de 2017, recién llegados de la cárcel de Lledoners donde cumplen condena, y el exconseller de Interior, Joaquim Forn, respondió, sin que nadie se lo demandase, a la pregunta más incómoda que nadie le había hecho: ¿A quién le temen de verdad los independentistas catalanes? Forn lo dejó claro: «Si nos controlara un Pérez de los Cobos, sufriríamos».

Curioso y revelador. Por encima de los principales protagonistas de aquellos días, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de su vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría o de su ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido; por encima de todos ellos, quien se ha grabado en la mente de los independentistas fue el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, que solo tenía encomendada la coordinación de los tres cuerpos de seguridad, los dos del Estado y la policía autonómica. Pérez de los Cobos ni siquiera tenía capacidad de mando para organizar los dispositivos de seguridad contra el referéndum ilegal, pero a los independentistas se les ha fijado su imagen como el ‘gran ogro’ del españolismo. Por eso, es tan reveladora la frase de Forn, con ese artículo indeterminado, “un Pérez de los Cobos”, que trasciende de la persona concreta y lo convierte en un concepto: “Con alguien así, los independentistas lo pasaríamos peor”.

Quizá, en la cárcel, los presos han podido seguir algunas de las sesiones del juicio contra el mayor de los Mossos de Escuadra, Josep Lluis Trapero, y se han topado ahí, de nuevo, con el coronel Pérez de los Cobos, implacable y contundente, demoledor, como ya se mostró en el juicio principal del procés, celebrado en el Tribunal Supremo, en el que también declaró como testigo de la Fiscalía.

Pero ¿qué dice o qué hace este coronel para que los independentistas le teman tanto? De momento, su personalidad. Viéndolo sentado frente al tribunal de la Audiencia Nacional, Pérez de los Cobos parece uno de esos soldados de película, entrenados para soportar torturas colgado de unas cadenas o interrogatorios en un oscuro calabozo, con un foco cegándole la vista, día y noche, con el sueño interrumpido.

Dos años y medio después, conserva en la mente todos los detalles de los días de la revuelta catalana como si hubieran sucedido ayer mismo. Jamás pierde la compostura, contesta a una pregunta detrás de otra con una enorme precisión de fechas, reuniones, y citas literales de cada auto, de cada orden. No suele recurrir a documentación alguna, ni un solo papel en la mesa. Las manos entrecruzadas, agarrando una botellita de agua de la que bebe continuamente, un pequeño trago tras otro, como si tomara aliento, o como si se tratara de una técnica psicológica para mantener un extraordinario nivel de concentración hora tras hora tras hora.

Lo segundo que puede enervar a los independentistas de Pérez de los Cobos es su contundencia; jamás se anda por las ramas. Y en el juicio que se está celebrando contra Trapero en la Audiencia Nacional, el coronel de la Guardia Civil ha desmontado sin contemplaciones la línea argumental de la defensa del mayor Trapero, el único de los intervinientes en la revuelta catalana que se muestra arrepentido, frío y muy distante de los independentistas. Frente a la consigna de “lo volveremos a hacer”, Trapero dice abiertamente que aquello fue un error, una temeridad, una clara ilegalidad, y que su problema, del que se arrepiente, es no haberlo dicho así, públicamente, entonces.

A Pérez de los Cobos nada de eso le conmueve y de lo único que se lamenta es de que cuando se produjo el estallido, la Justicia no le hubiera dado el mando absoluto a él para impedir el referéndum ilegal: “¿Usted cree que (si hubiese tenido el mando) habría permitido que Trapero estuviera discutiendo conmigo en esa reunión delante del convocante del acto ilegal (Carles Puigdemont) sobre los criterios de actuación? No habría permitido ninguna discusión y habría impuesto mis criterios, radicalmente opuestos a los suyos. Si yo hubiera tenido el mando, mi primera decisión habría sido apartar al mayor Trapero que estaba permanentemente poniendo palos en las ruedas para facilitar el referéndum (…) Sospechábamos que los Mossos no pondrían toda la carne en el asador, pero lo que no podíamos imaginarnos es que lo dejarían sin carne”.

Por esas cosas, por esa contundencia, por esa forma de expresarse, el coronel Pérez de los Cobos se ha convertido en el ogro españolista del independentismo. Porque el tiempo no le ha borrado de la mente el caos de aquellos días, ni el riesgo real que se vivió, riesgo de enfrentamiento civil: “Concluimos que si lo que estábamos viviendo ese día era grave, muchísimo más grave sería lo que vendría en los siguientes días.

Si aquello se iba de las manos, podíamos llegar a una situación de confrontación civil”. Pero es que, por encima de todo eso, Pérez de los Cobos lo que no llega a entender es que un policía no actúe como policía y, quizá, ese sea su mayor reproche al mando de los Mossos. “Ese otro de los aspectos curiosos del 1 de octubre —dijo Pérez de los Cobos—. Resulta que el día del referéndum ilegal, los escoltas acompañaron a los escoltados exactamente igual que si fuera una actividad normal. Hubo un centro en Barcelona en el que la consejera de Educación entonces, la señora Ponsatí, se puso a participar de la manifestación de protesta que pretendía impedir la actuación de la Policía y estaba acompañada de su escolta, un Mossos de Esquadra que portaba su correspondiente arma reglamentaria.

Y los Mossos que eran escoltas de Puigdemont lo ayudaron a cambiar de coche debajo de un puente para burlar una posible actuación policial. Es decir, todos los escoltas acompañaron ese día a sus protegidos a participar en una actividad ilegal. Me parece algo insólito: es como si un alto cargo se decide a ir a comprar droga y el escolta, en vez de decirle, ‘mire, yo no puedo acompañarle a comprar droga, y si me obliga, voy a tener que intervenir’; pues en vez de eso, lo acompaña y lo protege mientras compra la droga”.