Mariano Rajoy: «Mi dimisión habría sido un disparate»

Mariano Rajoy, el que fuera casi siete años presidente del Gobierno de España, ha decidido romper su característico silencio y hablar. Lo ha hecho a través de un libro titulado «Una España mejor», que el pasado martes llegó a los anaqueles de las librerías de todo el país. Rajoy ha concluido que el silencio no es rentable y que si no das tu versión, la darán otros y no es la que tú quieres dar. Por eso se ha puesto al frente del teclado y ha escrito esta primera entrega de unas memorias ceñidas a un tiempo muy concreto.

Me recibe en su despacho de la calle Goya, en pleno corazón de Madrid. Está relajado y hablador. No rehúye ningún tema, aunque confiesa estar aburrido de chascarrillos y chismes y considera que al momento político de España le sobra frivolidad y populismo y le falta seriedad y moderación, «por todas partes».

A lo largo de la conversación desliza citas de Ortega y Cánovas, y confiesa estar leyendo más que nunca. Me comenta que acaba de terminar la lectura de la novela «El corazón de Inglaterra», de Jonathan Coe, centrada en la actitud de una familia ante el Brexit. Por alguna razón le interesa lo que está ocurriendo en el Reino Unido ya que ahora tiene entre manos el libro de Luis Ventoso «No temblar ni aunque te corten la cabeza», donde nuestro compañero habla de la Gran Bretaña del Brexit.

La nueva vida de Mariano Rajoy, tras tres largas décadas dedicadas a la política, ha cambiado radicalmente y él cree que para bien. Está relajado, divertido, ocupado en sus tareas profesionales y con tiempo para reflexionar y escribir. Quien espere encontrar cotilleo, críticas o descalificaciones en el libro «Una España mejor» que abandone toda esperanza. Es básicamente un libro de reflexión política.

-¿Por qué publicar ahora un libro de su etapa al frente del Gobierno?

-Ha transcurrido un año y medio desde que dejé de ser presidente del Gobierno y creo que hay tres razones que aconsejan que lo haga. La primera, es que tengo una cierta responsabilidad de contar lo que yo he vivido en unos momentos que pienso fueron muy importantes para España y de trasladarle mis razones a quien tenga a bien acercarse a este libro. Hay una segunda razón importante: yo intento que mis experiencias puedan serle útiles a quien quiera leer el libro en el futuro y hablo ahí de la necesidad de controlar el gasto público, de hacer reformas, de ser prudente, de atenerse a la realidad, en fin, algunas cosas que creo que pueden tener su interés. Y por último, como hay mucha gente escribiendo sobre lo que sucedió y no me convencen en exceso sus versiones, me parece razonable que yo dé la mía para que así la gente pueda contrastar y hacerse una idea más ajustada a la realidad de lo que sucedió realmente.

-Todavía no pueden ser calificadas de memorias, ¿pero son sinceras o se tratan de un ajuste de cuentas?

-Francamente, son sinceras y son, sobre todo, unas memorias que van a lo esencial. He intentado hacerlo con rigor, pero al mismo tiempo que se puedan leer fácilmente, que sean amenas. Ahora, ¿decir todo lo que sucedió de verdad? No. Pero lo esencial, sí. Lo que no hay es chismes, ni cotilleos, ni tampoco críticas personales. Las hay políticas, pero no hay venganza alguna.

-En su libro, por tanto, no hay venganzas, ni ajustes de cuentas ni chismes, a lo mejor eso lo hace menos atractivo, ¿no?

Básicamente, hay reflexión política. Más que una narración de acontecimientos que la gente ya conoce, hay muchas reflexiones. Se puede decir que uno de los objetivos de este libro es responder a preguntas que mucha gente se hacía y que a lo mejor no tenían claro. Creo que explico muy bien qué es lo que ha ocurrido y por tanto es un libro más de reflexión y de toma de posición, que de narración de los hechos objetivos. Quiero que el lector, los españoles en definitiva, conozcan de primera mano la razón por la que tomamos determinadas decisiones económicas, por qué actué como lo hice en la moción de censura o cuando se aplicó el artículo 155 en Cataluña.

-Su libro tiene sentido de la oportunidad dado el momento en que vivimos. ¿Se podría entender que es una defensa de su gestión porque el Partido Popular actual no se siente orgulloso de esos casi siete años suyos?

-No, en absoluto, ni por la imaginación se me ha pasado. Creo que el PP tiene la obligación de plantear una alternativa de cara al futuro, y a eso es a lo que se está dedicando Pablo Casado. Por mi parte, tengo que decir que los únicos que veo con ganas de liquidar algunas de las reformas que hemos hecho nosotros, como la laboral, como la propia ley de estabilidad presupuestaria u otras, no son los militantes del PP, sino que son nuestros adversarios políticos. Por tanto, quien vaya por ahí, se equivoca. Mi relación con la dirección del partido es buena y tenga usted la total y absoluta certeza de que lo seguirá siendo siempre.

-Usted se presenta y se define como un moderado, un centrista en unos tiempos en los que parece que la moderación ha desaparecido. En estos momentos en que la posibilidad de un gobierno «frankenstein», una alianza con independentistas, con viejos militantes del terrorismo… ¿el ser moderado, tiene cabida en la vida política?

-Tiene cabida en la vida política, fundamentalmente por una razón, porque los españoles son en su mayoría personas moderadas, tolerantes, centradas, que quieren que se atiendan sus problemas y que huyen del extremismo y del radicalismo. Y lo hemos visto a lo largo de muchos años. Por tanto, considero que hay sitio para los moderados, que son la mayoría, y a esos son a los que nos hemos dirigido nosotros. Ahora sí, es cierto que hay una circunstancia política que hace que lo político se pueda radicalizar: hay un señor que ha ganado las elecciones y está buscando como socios a la extrema izquierda y a los independentistas. Yo, que había ganado las elecciones en 2015, en 2016, busqué otros socios, al propio PSOE y a Ciudadanos, lo que no fue posible, porque quería un gobierno moderado, centrado y que prestara atención a los problemas de los españoles. Un gobierno estable.

-¿Y qué le parece ese acuerdo? Y en esas circunstancias, ¿qué cree usted que puede hacer el centro-derecha?

-Aquí lo importante no es lo que tiene que hacer el centro-derecha ahora, sino lo que tiene que hacer el que fue más votado en las urnas, que es Pedro Sánchez. Él ya ha optado. No se ha dirigido al PP ni a los demás partidos. Se ha dirigido a la extrema izquierda y a los independentistas. Por tanto, ya ha elegido. Y lo que yo haría ahora sería oponerme a ese tipo de gobierno, hacer oposición y explicar a los españoles que huyendo de las posiciones moderadas y centradas no vamos a ningún lugar bueno.

-Y el acuerdo del PSOE con Podemos y Esquerra, ¿qué le parece?

-A una persona que ha sido catorce años presidente de un partido que pretendía aglutinar a la moderación española, y que lo consiguió, que ganó las elecciones en las tres últimas ocasiones y que ha presidido un ejecutivo del PP, no le puede parecer bien un gobierno con Esquerra, Podemos y el PSOE. Me parece que es negativo para los intereses generales de los españoles. Una mala noticia para España.

-En esos años no cabe duda de que le tocaron cosas muy difíciles: la sucesión en el trono, Cataluña, la crisis económica, rescate sí, rescate no… Hablemos de Cataluña. Después de la aplicación del 155 parece que la situación catalana está todavía peor que antes.

-Yo discrepo. Lo más importante de la aplicación del artículo 155 es que ahora todos los españoles sabemos qué consecuencias tiene ese artículo. También sabemos que España es una nación que se puede defender cuando se le ataca. Con la ley en la mano, podemos defender nuestra democracia y la soberanía nacional. Ahora ya lo sabemos nosotros y lo tienen muy presente los independentistas. Eso es lo más importante.

-¿Cómo cree usted que debe combatirse el secesionismo?

-Hay dos ideas que para mí son capitales. La primera y más importante es que en España la ley se cumple y la soberanía nacional se respeta. Eso no es negociable y conviene que lo sepan todos los españoles, los que piensan de una forma y de otra. Segunda, es una prioridad absoluta que los grandes partidos nacionales, sobre todo el PSOE y el PP, mantengan un acuerdo en este tema. Acuerdo que por lo general se respetó a lo largo de nuestra reciente historia democrática. Cuando se redactaron los Estatutos; cuando se hizo incluso la LOAPA en 1981; con el pacto autonómico, en el que yo intervine, del 92; cuando se combatió el Estatuto de autonomía de Ibarretxe, que pretendía liquidar la soberanía nacional; siempre lo hicimos conjuntamente. Ese consenso se rompió con el Estatuto catalán. Un gravísimo error, que espero que no vuelva a repetirse nunca. Dos comentarios finales: cuando yo apliqué el 155, mi máximo empeño fue ir con el PSOE, porque también es obligación del PSOE defender la unión nacional. Segundo comentario: me preocupan los acuerdos a los que pueda llegar Sánchez ahora o en el futuro, con los independentistas catalanes.

-En ese sentido, usted prefirió rebajar las medidas del 155 para mantener ese consenso con PSOE y Ciudadanos. ¿Se arrepiente ahora de llegar a ese acuerdo, viendo cómo después se comportó el señor Sánchez?

-No. No me puedo arrepentir porque esa decisión, la defensa de la unión nacional, tenemos que hacerla todos conjuntamente. Y no fueron medidas menores, porque cesar a un gobierno que había sido elegido es algo que no se había producido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Como tampoco se había disuelto un parlamento que había sido elegido; asumir la gestión de ese gobierno cesado, tampoco antes se había producido. Fueron unas medidas extraordinarias, duras y contundentes, las que la situación exigía. Fue la respuesta a una declaración de independencia por parte de un gobierno que vulneró la Constitución, la ley y las normas. Eso fue el 155. La democracia tiene instrumentos para defenderse, y eso ahora lo tienen muy presente todos, sobre todo los secesionistas.

-¿Se sintió usted traicionado por el PNV en la moción de censura?

-No me sorprendió demasiado. Lo realmente increíble, y esto lo tendrán que explicar ellos, es aprobar un presupuesto y a los tres días aprobar una moción de censura contra el gobierno cuyo presupuesto se ha aprobado. En el PNV hubo una disputa interna en la que me consta que había algunas personas, las que yo trataba más personalmente, que estaban en contra de esa moción de censura. Por otro lado, el PNV tendrá que explicar cuál ha sido su aportación a la gobernabilidad, porque nosotros en esa legislatura habíamos aprobado dos presupuestos y los que nos sucedieron, del PSOE, durante año y medio fueron incapaces de aprobar nada, ni una sola reforma, ni un solo presupuesto. Y encima tuvieron que disolver la Cámara para llegar a esta pintoresca situación en la que estamos. Sinceramente, yo creo que al PNV le faltó personalidad. Allí, en el País Vasco, estaban en contra de mi gobierno los socialistas vascos, Podemos, Bildu y los sindicatos vascos. El PNV pensó que alguien podría interpretar que iban a ser los únicos que estuvieran a favor de mantener un gobierno del PP.

-Una de las grandes preguntas que se plantean es si su dimisión no habría evitado el triunfo de la moción de censura.

-Mi dimisión hubiera sido un disparate. Primero: la moción de censura hubiera continuado y lo que se hubiese votado entonces sería si a Sánchez se le investía presidente o no. Es decir, que hiciera yo lo que hiciera, daba igual. Lo que Sánchez llegó a transmitirle a la opinión pública era que si yo dimitía, él retiraba la moción de censura. Y es que eso era mucho mejor para él, porque para ganar la moción de censura necesitaba la mayoría absoluta, mientras que en un nuevo proceso de investidura le bastaba la simple.

Al final, todo esto fue una cuestión de aritmética: yo tenía 180 votos en contra cuando fui elegido presidente, que es más de la mitad de la Cámara. Lo que ocurrió es que entonces el PSOE se abstuvo aduciendo que no quería pactar con independentistas. Lo que sucedió fue un cambio de criterio al regresar Sánchez al frente del PSOE.

Había otro argumento a mayores: si yo hubiese dimitido, quedaría como un baldón sobre el PP el hecho de que tuvo que dejar el gobierno por una cuestión de corrupción cuando, como todo el mundo sabe, en la sentencia que sirvió de excusa a la moción no se había condenado ni al PP ni a ningún miembro de su gobierno. Es más, ni se le condenaba, ni se le investigaba y ni siquiera estaba enjuiciado, como bien dijo el voto particular. Esas fueron las razones que aconsejaban hacer lo que hicimos. Y, desde luego, tenga la total certeza de que volvería a hacerlo.

-¿Cree usted que, después de lo que hemos visto: la deslealtad histórica de los partidos nacionalistas, la situación actual de Cataluña, País Vasco o Valencia, es el momento de revisar el modelo de Estado de las Autonomías?

-Yo no lo aconsejaría. Hace no muchas fechas el CIS publicó una encuesta sobre cómo veían los españoles el Estado de las Autonomías. Más de un 40% decía que había que mantenerlo como está; aproximadamente un 15% decía que habría que suprimirlo o reducir a la baja las competencias de las autonomías; y un 12 era más partidario de que hubiera más competencias para ellas. Es decir, la gran mayoría de los españoles piensa como yo. El modelo ha funcionado razonablemente con sus dificultades. El problema no es el modelo, el problema es la deslealtad de algunos partidos. Es que hay gente que lo que está planteando es irse de España. Creo que con las constituciones no se debe jugar y que hay que ser muy prudentes y tener muy claro hacia dónde se va cuando se inicia un proceso de reforma.

-Recientemente, se conoció una de las sentencias de los ERE de Andalucía. ¿Cree que hay una asimetría a la hora de tratar la corrupción del PSOE y la del PP en los medios de comunicación y en la opinión pública?

-Yo lo que creo es que en España han sobrado inquisidores.

-En su libro, se muestra muy satisfecho de la manera en que se produjo el relevo del Rey Juan Carlos por su hijo, Felipe VI, durante su etapa de Gobierno.

-Sí, aquella fue una operación importante que se hizo con responsabilidad y grandeza a pesar de que tampoco existían muchos precedentes a los que acogerse. Las pocas personas que estaban en el secreto actuaron con inteligencia y discreción. Por eso, cuando se conoció la noticia, todo estaba preparado para que el proceso se desarrollara sin el menor sobresalto, como así ocurrió felizmente. Y no solo me refiero a las personas de mi Gobierno, que fueron Soraya Sáenz de Santamaría y Jaime Pérez Renovales, sino también al personal de la Casa del Rey y al entonces líder socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba.

-¿Qué pensó usted cuando el Rey Juan Carlos le anunció su intención de abdicar la Corona?

-En el libro explico que Don Juan Carlos ya me había adelantado en algún momento sus reflexiones; por lo tanto, no me sorprendió cuando me anunció su decisión definitiva. Lo hizo después de los funerales por Adolfo Suárez. Lo que sí sentí en aquel momento fue una enorme simpatía hacia la persona, gratitud por su entrega a España y la certeza de estar viviendo un momento histórico como muy pocos. Luego, ya llegaron otro tipo de reflexiones sobre la necesidad de hacer bien todo el proceso. Aquello salió realmente bien y se demostró que España es un país serio donde las instituciones funcionan. Por otra parte, tanto el reinado de Don Juan Carlos como el del actual Rey Felipe VI, cada uno con sus distintas personalidades, demuestran la importancia de la institución monárquica como un factor de estabilidad sin el cual no se puede entender el progreso de España en los últimos años.