«Es una lástima que la paciencia y el compromiso no estén de moda en las parejas»

Pablo nunca imaginó que Noemí, una de sus amigas de su más tierna infancia con la que jugaba en su pandilla, le dijera a los 17 años que sentía algo por él. «Fue increíble que se decidiera a confesarme sus sentimientos porque hasta la fecha no nos habíamos prestado nada de atención especial o, al menos, yo no lo había percibido», confiesa este joven que hoy tiene 35 años.

Él fue sincero y le dijo que no sentía nada hacia ella y siguieron como siempre en la misma pandilla. Sin embargo, pasados seis meses quedaron en una ocasión solos para ir al cine y ese mismo día empezaron a salir juntos. «Nos dimos el primer beso el 16 de agosto de 2001 y me quedé tan prendado que hasta hice una canción sobre lo que ocurrió ese día tan especial», recuerda hoy Pablo.

Desde entonces comenzaron una relación de noviazgo de seis años algo peculiar porque sus familias también se conocían «de toda la vida» y era habitual que Pablo fuera a cenar a casa de Noemí, o que pasara parte de sus vacaciones con ella y su familia. A pesar de todo, la pareja sufrió altibajos.

Llegó un momento «en el que sentí que la relación no avanzaba, se había estancado dentro de una rutina y se nos planteaban dudas sobre nuestro futuro, por lo que decidimos dejarlo», confiesa Pablo.

Reconoce que el hecho de estar tiempo sin verse fue una buena opción para darse cuenta de todo lo que se aportaban el uno al otro y que no valoraron cuando estuvieron juntos. Se dieron cuenta de que se echaban mucho de menos.

A los cuatro meses decidieron volver a retomar la relación, una noticia que también acogieron con júbilo ambas familias –que habían lamentado la ruptura–. Se plantearon seriamente su futuro y decidieron casarse y tener hijos. «Durante nuestra separación, entendimos que es importante ser muy sinceros con uno mismo y con el otro en el noviazgo para que posteriormente no nos recrimináramos nada en el matrimonio. Es fundamental la sinceridad y el verdadero arrepentimiento –insiste–. El “perdono y olvido” es una máxima para poder seguir avanzando».

A los tres años se celebró la boda. Decidieron esperar un tiempo antes de tener hijos para disfrutar juntos como pareja de sus salidas, amigos, fiestas… «Pasado el tiempo, ya decididos, nos desesperamos porque los hijos no llegaban. Es más, me detectaron un problema de fertilidad», asegura Pablo.

Mientras la mayoría de sus amistades se convertían en padres e, incluso, dentro de la propia familia nacían nuevos miembros, esta pareja se sentía cada vez más frustrada por no ver cumplido su sueño de tener hijos. «Comenzamos a echarnos las culpas el uno al otro, a frustarnos y entrar en una fase de la relación muy complicada –recuerda Pablo, que es profesor de religión–. Como vi a mi mujer tan afectada decidí preparle un viaje sorpresa a Roma. Por aquel entonces colaborábamos en la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud y pude contactar con un obispo para tener la posibilidad de que Noemí pudiera tener audiencia y saludar al Papa Benedicto XVI. Yo no tenía todas conmigo, pero lo intenté».

Convenció a Noemí para este viaje y cambiar de aires. Al llegar allí a Pablo le llegó la confirmación de que su mujer podía conocer al Papa. «Cuando se lo dije a mi mujer en el Vaticano, lo primero que me dijo fue: «¿ahora? ¡Pero si voy en zapatillas!». Yo tuve todo previsto y me llevé ropa más adecuada en la maleta por si llegaba esta oportunidad y se la entregué. Mi intención era sorprenderla, animarla, y que tendiera la mano al Papa y nos diera fuerza para aceptar que no podíamos tener hijos. Noemí quedó fascinada con el encuentro».

De vuelta a Madrid, la emoción del viaje no fue nada comparada con la alegría de conocer, tan solo un mes después, que Noemí estaba embarazada. «Me llamó al trabajo para decírmelo. Dejé todo y salí corriendo para celebrarlo. Cinco años y medio después de casarnos llegó Josué».

La sorpresa es que a los dos años llegó Rebeca y, posteriormente, Noemí y la pequeña Miriam. «Es verdad que la vida te cambia con la llegada de los hijos, pero no es tan complicada como la pintan. Nosotros seguimos juntándonos con los amigos en casa como siempre, pero al día siguiente es cierto que nos levantábamos más cansados. Es una gran alegría ver cómo crecen, dicen sus primera palabras, caminan… Con los hijos hay que tener más dosis de paciencia y buscar momentos de relajación sin móviles ni ruidos externos para poder reflexionar sobre cada momento, lo que tenemos en el presente. La gente se deja llevar por el estrés, todo lo quiere de inmediato y si no lo tiene al momento se angustia. Nos pasó también a nosotros cuando no llegaban nuestros hijos y nos impacientamos».

Pablo considera que por esta inmediatez y falta de vivir el aquí y ahora, la gente ya no mira al futuro ni en lo que respecta a las relaciones, «ya no piensan ni en casarse, ¡si ni siquiera se llaman novios!, y mucho menos se plantean tener hijos».

En su opinión, en las parejas no hay compromiso porque si una persona no da justo lo que uno quiere en cada momento, se busco otra. «Actualmente reinan las relaciones de una sola noche, de unos días. No hay compromiso, ni perdón, ni amor. Nadie aguanta nada. Esa es la filosofía reinante».

Todo esto es lo «que provoca –prosigue– que haya cada vez más gente que se queda sola porque se vuelven más exigentes en sus relaciones y no aguantan a nadie. Tratan a las personas como objetos que se toman y se dejan sin importar nada más, ni los sentimientos. La persona perfecta no existe. Todos tenemos virtudes y defectos y el amor real y verdadero los tolera».