La victoria es lo que vale

Fue una victoria la del Real Zaragoza en Soria mucho más valiosa y poderosa que todo lo que puede observarse y tocarse en ella: los tres puntos, el fútbol irregular del equipo, su reseñable segunda mitad, el inquietante nivel de juego de Kagawa, la aparición determinante de Papunashvili, el gol de Eguaras, la posición en las alturas de la clasificación… Más allá de todo eso, de todo ese material de análisis y debate, está el fenómeno de la victoria. El ganar. Y lo que hizo el Real Zaragoza contra el Numancia fue ganar esos partidos que en Segunda te dirigen al punto exacto donde se quiere estar.

Una victoria de supervivencia, de saber vivir dentro de las complicaciones que propuso el duelo, de resistir los momentos difíciles y de explotar los buenos. Hubo de todo en el encuentro del Zaragoza, pero el equipo exhibió madurez, oficio, personalidad, temperamento, astucia… Y todas esas cosas hay que tenerlas para que la categoría, poco a poco, victoria a victoria, te ponga en el sitio donde quieres estar.

En resumen, el Zaragoza ganó como se gana en Segunda. Como se vence en ese territorio salvaje, igualado, adusto, donde nada es lo que parece, donde no existen las jerarquías ni los pronósticos, donde hay una trampa a la vuelta de cualquier esquina o partido… Y en Segunda, sobre todo, el triunfo llega de la mano de la fiabilidad defensiva. Y el Zaragoza la recuperó contra el Numancia.

Vivió un encuentro salpicado de problemas de todo tipo, sufrió incluso para mantener su identidad  con luz, le costó ser superior a los sorianos en la primera mitad, le faltó acierto cuando más dominaba y más preciso había que ser… Pero el Zaragoza le dio la vuelta a sus problemas gracias a su rendimiento defensivo, especialmente, en el área. Volvió a dejar su portería a cero. Venía de seis goles en tres jornadas, después de un arranque de temporada formidable en este aspecto. El Zaragoza, por su fisonomía y el talento de varios de sus jugadores, siempre tendrá una ocasión para ganar un partido si está vivo dentro de él. Y eso se consigue desde la consistencia y la robustez defensiva.

El equipo tuvo situaciones en la primera mitad en las que sufrió en este aspecto. El Numancia lo estiró y lo partió. Pero, en su área, cerca de los dominios de Cristian Álvarez, el Zaragoza siempre mantuvo la compostura con Atienza y un Enrique Clemente que no tiene aún techo ni fin: cada día juega mejor, y eso es síntoma de crecimiento imparable.

Había que ganar en Soria, donde es complicado hacerlo (el Numancia solo había encajado dos coles en Los Pajaritos y venía de ocho jornadas consecutivas invicto), y lo hizo. Las cuatro jornadas sin ganar y las dudas de su juego habían abierto la primera brecha en la línea de crecimiento del equipo y en su confianza.

Por ese lado, la victoria de Soria ejerció de solución, en un partido, en el que el Zaragoza debió gestionar todo tipo de adversidades. Para empezar, el impacto de la baja médica de Raphael Dwamena. O los problemas físicos de ciertas piezas. O la pesada digestión del cambio de sistema (4-2-3-1) hasta que en la segunda parte todo pareció encajar. O a sacar un balón entre los palos cuando ya entraba. O sobreponerse a un penalti con aroma decisivo en un encuentro que asomaba con forma de empate a cero…

Todas esas dificultades las solventó el Real Zaragoza camino de tres puntos que lo mantienen en la zona alta, tan arriba que si, el miércoles, ganara al Fuenlabrada en el partido aún pendiente en el calendario pisaría tierra de ascenso directo.

Ahora, con 19 puntos en diez jornadas su puntuación es impecable: 5 victorias, 4 empates y 1 derrota (contra el líder). Son números, en un cuarto de competición, de ascenso, posiblemente, de ascenso directo, y eso es lo que cuenta. Eso, y ganar. Ganar y ganar.