Los ángeles

El hombre, gracias a su cuerpo, pertenece al mundo visible pero, gracias a su alma espiritual, también participa del mundo invisible. A esta categoría de seres, puramente espirituales, pertenecen los ángeles. El Credo de la Iglesia es un eco de lo que S. Pablo escribe a los Colosenses: “Porque en Él (Jesús de Nazaret) fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él y para Él” Dios creó a estos espíritus puros, que aún mas plenamente que los hombres, son seres racionales y libres.

En la perfección de su naturaleza espiritual, los ángeles están llamados desde el principio, en virtud de su inteligencia, a conocer la verdad y a amar el bien -que conocen en la verdad- de modo mucho más pleno y perfecto, que cuanto le es posible, al hombre. Como el hombre, los ángeles fueron creados por amor y para el amor. Amor verdadero que sólo es posible sobre la base de la libertad. Libertad, que dejaba abierta la puerta a la posibilidad del pecado de los ángeles.

Así, aconteció que mediante la elección, que para los seres puramente espirituales posee un carácter incomparablemente más radical que la del hombre y es irreversible -dado el grado de intuición y de penetración del bien del que está dotada su inteligencia- que un grupo de ellos han elegido a Dios como Bien supremo y definitivo. Los otros, en cambio, han vuelto la espalda a Dios contra la verdad del conocimiento que señalaba en Él el Bien total y definitivo. Le han opuesto un rechazo inspirado por un falso sentido de autosuficiencia, de aversión y hasta de odio, que se ha convertido en rebelión.

La “ceguera” producida por la supervaloración de la perfección del propio ser, es capaz de impedir ver la supremacía de Dios, que invita a una alegre obediencia. El “¡No te serviré!” de los ángeles caídos es, como en los pecados de los hombres, la manifestación de la experiencia de la Escritura que afirma: “En el orgullo está la perdición” (Tob 4, 14).

Los ángeles, desde el punto de vista de ser espíritus puros, son las criaturas más cercanas al modelo divino. Sin embargo, las tareas de los ángeles respecto de los hombres es la de mediadores en las relaciones entre Dios y los hombres. Ángel (angelus) quiere decir, en efecto, “mensajero”. Son numerosas las citas de los ángeles sobre todo en los Salmos, el libro de Tobías o el libro de Daniel y también en el Nuevo Testamento desde la anunciación del nacimiento de Juan el Bautista (Lc.1, 11) hasta la descripción del juicio final (Mt. 25,31).

Los ángeles son… (seres espirituales), son… criaturas como nosotros pero con una diferencia: nosotros nacemos y morimos, los ángeles no mueren por lo tanto, no son materiales y son inmortales, y nos han sido dados por Dios para hacernos compañía. Son un complemento importante a la creación del cuerpo, son los mejores amigos de los seres humanos. Un teólogo ha escrito que los ángeles son siervos de Dios y se hacen siervos de quienes se hacen siervos de Dios. Están dotados de inteligencia y de libre voluntad, como el hombre pero en grado superior a él. Los ángeles son pues seres personales y en cuanto tales, son también ellos, “imagen y semejanza” de Dios. Los ángeles están unidos a Dios mediante el amor que brota de la visión, cara a cara, de la Santísima Trinidad.

Dios asigna a cada hombre un ángel para que le cuide, oriente y proteja. Es el “santo ángel de la guarda” que nos ayuda e intercede para que, en nuestro caminar por la tierra, no nos perdamos y, al final del camino, nos encontremos con Jesús, nuestro Salvador. Por ello, si los tratamos con asiduidad y confianza nos ayudarán a obtener las siete virtudes esenciales para alcanzar nuestro destino: Fidelidad, Humildad, Obediencia, Caridad, Silencio interior, Templanza y la Imitación de María, reina de los ángeles. Si queréis otro día seguimos hablando de ellos.